
Columnista
Fue un melancólico, en un sentido extrañamente profundo, y eso tal vez influyó en su decisión de suicidarse, a los sesenta y seis años, luego de pasar la Nochebuena con su familia, el 25 de diciembre de 1983, en su departamento de Belgrano, en Buenos Aires; es verdad, debe decirse: estaba sumido en una gran depresión por padecer una grave enfermedad

Así terminó la vida de un grande del tango, Armando Pontier –nombre artístico de Armando Francisco Punturero, nacido en Zárate, Argentina, el 29 de agosto de 1908-, bandoneonista, compositor y director de orquesta de la generación que recreó la música popular ciudadana, la de la Guardia Vieja, contribuyendo a su evolución definitiva para alcanzar el nivel de “clásica”: -Al tango no se lo puede explicar. Viene con uno. Mis penitencias, en el colegio, siempre fueron por cantarlo en clase. Aunque entra por el oído, recorre el cuerpo y llega a los pies. Después, se ha hablado de la década de 1940; está bien: ahí hubo mucha personalidad; se escuchaba la radio y nadie dudaba qué músico era. Por eso la evolución acabó con Piazzolla: fue el último con personalidad; después de él, nadie.
A los doce años, Pontier, que había estudiado guitarra, amaba el piano y finalmente debió conformarse con un bandoneón que su padre –cabeza de una familia muy pobre- le compró por cuarenta pesos, debutó, solo, en el teatro Coliseo de Zárate: -Ahí me conoció el maestro Juan Elhart, con quien completé estudios de solfeo, armonía y composición. Poco después armó una orquesta, que fue la primera que integré al lado de algunos amigos de toda la vida como Enrique Mario Francini, Héctor Stamponi y Cristóbal Herreros: nos fuimos a Buenos Aires, a trabajar en la radio.
Fue entonces que lo oyó Miguel Caló, quien lo contrató para su fila de bandoneones. Pero la consagración llegó cuando armó un grupo junto a Francini, hoy legendario, con el cual hizo sus primeras grabaciones; siempre reconoció una influencia fundamental: -Todos admirábamos a Troilo. Aprovechábamos los francos para ir a verlo tocar. Un día vino un amigo y me dijo que el Gordo estrenaría uno de mis tangos, Milongueando en el 40; creí que era un chiste. ¡Pero fue verdad! Cosas como esa fueron lo más lindo que me regaló este oficio.
Sobre fines de 1955 decidió cortarse solo y formó su propia orquesta. Lo acompañaron Nicolás Parracino, Antonio Roscini y Ángel Digiovanni (bandoneones), Alberto del Bagno, José Sarmiento, Ernesto Gianni y Pedro Desret (violines), Ángel Ciachetti (piano), Fernando Cabarcos (contrabajo) y los cantores Julio Sosa y Roberto Florio, éste luego sustituido por Oscar Ferrari. Fueron ocho años como figura estelar de radio Belgrano y los bailes del mítico Club Asturiano. En 1960 el uruguayo Sosa y su colega Ferrari decidieron alzar vuelo por su cuenta y recurrió a las voces de Héctor Darío y Roberto Rufino. Corriendo 1963 decidió otro quiebre en su trayectoria: a pedido de Enrique Mario Francini, y con la compañía privilegiada de Domingo Federico, Raúl Berón, Alberto Podestá y otros, aceptó incorporarse a la “Orquesta de las Estrellas” creada por Miguel Caló. Tres años bastaron a esta orquesta para ingresar a la historia grande del tango. En 1966 Pontier recibió una oferta desde Japón: reunió a su antigua agrupación, viajó, tuvo éxito y, al regresar a Buenos Aires, con un sexteto, se transformó en estrella de radio Municipal, la televisión y el cabaré Maribú.
Hubo otras dos fechas significativas en la vida de este músico impar: en 1973 se juntó nuevamente con Francini –etapa quizás de la mayor cantidad de grabaciones, con la voz de Alba Solís y la irrupción de un juvenil Néstor Marconi entre los bandoneonistas- y se repitieron los viajes al exterior. Y en 1982 se unió a la orquesta nada menos que el inolvidable Gustavo Nocetti, quien dejó una marca a fuego con su estilo tan afinado, emotivo y personal.
Armando Pontier, además de la rareza de haber actuado en la película La diosa impura,
dirigida por Armando Bo en 1965, dejó varias obras para la posteridad: Cada día te extraño más, Corazón no le hagas caso, Trenzas, Tabaco, Claveles blancos, El milagro, Anoche, Margo, A los amigos, A Zárate, A tus pies bailarín y Pichuco, entre otras. Más de una decena de sus tangos los hizo con letras de su entrañable amigo, el uruguayo Federico Silva.
Un día dijo, antes de siquiera imaginar el final: -La peor enfermedad que tuve fue no poder trabajar, porque siento la íntima e intensa necesidad de expresar el tango.