LA AVENTURA DEL TANGO: TRISTEZA DE LA PERDICIÓN

Antonio Pippo Pedragosa Columnista

Eduardo Arolas fue su mejor amigo, quizás porque ya venía por la senda –eterna, no sólo de aquellos lejanos tiempos- que arrastra a la perdición sin remedio. Y fue Arolas quien dedicó su bellísimo tango Lágrimas a la madre de ese amigo, cuando éste ya se le iba yendo: no es casual que la cubierta del disco muestre a una llorosa mujer recibiendo de madrugada a su hijo, que llega en penoso estado arrastrando un violín.

Eduardo Arolas

El amigo, el casi hermano de Arolas, fue David Roccatagliata –conocido por el apodo de Tito desde la niñez-, violinista, compositor y director de orquesta, de breve, disipada y trágica vida, nacido en Buenos Aires el 30 de enero de 1891 y convertido en uno de los hombres clave del inicio de la etapa fundacional del tango, precediendo nada menos que al primer renovador, Julio De Caro.

David Roccatagliata

A los diecisiete años, transformado por puro oído en un eximio violinista, tocaba en los boliches, mientras bebía alcohol sin control y consumía cocaína, acompañado por el clarinete de Juan Carlos Bazán y el piano de Roberto Firpo. Nunca fue ordenado ni lo responsable que los compromisos imponían, pero su talento echaba un manto oscuro sobre su existencia alocada.

Tito conoció a Arolas un año después y se integró a su orquesta, hallando no sólo a un gran amigo sino a un director permisivo que arriesgaba su propio talento y su salud en lo peor que la noche solía ofrecer. En 1910, sin abandonar a su alma gemela, armó un conjunto con Bazán, Arturo Bernstein y Pedro Ramírez. Ansioso, a veces desesperado, como si quisiese comerse la vida a dentelladas, grabó varias placas con Arolas, pero se cansó y obligó a éste a integrar, con Firpo y con Genaro Spósito, otro trío para actuar en “Armenonville”. Después apareció Cobián –en un primer intento, muy poco conocido- tocando la guitarra y no el piano, siguió la incorporación de Fresedo y Manlio Francia para grabar alrededor de veinte composiciones y, con el fin acercándose, acompañó a Scatasso, a Delfino, a Bernstein y, en una vuelta de tuerca propia de su personalidad, de nuevo a Firpo.

Vueltas de la vida: Tito participó del estreno de La cumparsita en “La Giralda”; Firpo, que conocía el estilo afinado pero emotivo, fuerte de Roccatagliata, decidió incorporar a otro violinista de sonido más estilizado: Agesilao Ferrazzano fue el elegido y se añadió una contra melodía al tango de Mattos Rodríguez para que ambos se lucieran; los violines no tocaban al unísono y Tito resaltó en los pizzicatos sobre notas largas que dibujó su compañero.

De regreso a su país natal, Tito intervino en una renombrada fusión de las orquestas de Canaro y de Firpo para actuar en los carnavales del teatro Colón de Rosario; regresó con Arolas, aumentando su ya irrefrenable bohemia; volvió Cobián, volvió Delfino y volvió Bernstein. Pero poco importó; ya era tarde para Tito, aunque aún alcanzó, pese a estar estragado por la bebida y la droga, a ser contratado por el sello Víctor para grabar en la sede central de Nueva York, como primer violinista de la Orquesta Típica Select y con una paga de cinco mil dólares. Luego, en Camden, Nueva Jersey, incorporaron al grupo un segundo violín, el argentino Alberto Infanta, y un chelo, el destacado músico alemán Hermann Mayer.

Las últimas presentaciones de Roccatagliata fueron en Buenos Aires, en 1924, con Scatasso, Bernardo Germino y Fidel del Negro. Con éste compuso su último tango, de premonitorio título, La vida. Murió a causa de sus adicciones, a los treinta y cuatro años, el 7 de octubre de 1925.

Su trayecto fue breve y dramático, pero pudo dejar la huella de un instrumentista vibrante y afinado –del que los entendidos resaltan su manejo del arco sobre la cuarta cuerda, consiguiendo así un fraseo propio de una definición bandoneonística- y de un compositor escaso aunque con algunas gemas destacables: Elegante papirusa, Buenos Aires tenebroso, Firpito y La gallega, increíblemente dedicado a su pobre mujer, a la que llegó a obligar a prostituirse para que le procurara dinero para la infaltable cocaína y el imprescindible alcohol.

La imagen, ya grisácea, que ha quedado de David “Tito” Roccatagliata sugiere un viento de creatividad artística y locura existencial. Una vida demasiado corta y un desasosiego del que jamás pudo huir.

Alguien lo definió como un arquetipo de la bohemia de la belle èpoque.

Pensándolo con realismo, eso suena demasiado romántico. Lo que dejó, fuera de la música, fue una estela penosa de excesos y tristeza.   

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