
Una confesión.
Siento cierta incomodidad cuando advierto nuevos impulsos a la inagotable e inútil polémica acerca de dónde nació Carlos Gardel.
No me contradigo alimentándola con este comentario. Respetando a quienes piensan distinto, sólo doy mi convicción: los grandes artistas, aun los mal llamados “populares”, están por encima de la convicción sobre su nacionalidad, en tanto se hayan metido en la emoción de la gente. Eso está por encima de todo.
Además, ¡hay tanto para recordar de Gardel que se ha ido de una memoria mareada por el parloteo de ese debate!

Un ejemplo, ¿Gardel pronunciaba la “n” como una “r”? Lo aclaró Edmundo Rivero: –Se debe a que la “n” es consonante líquida y puede perder sonoridad al encontrarse con una consonante sorda (una “t” o una “p”), de las que obstruyen el pasaje del aire pues son oclusivas. En el canto elevado, para no fijar la voz en la nariz –que en el canto elevado es antiestético- Gardel enviaba el aire hacia adelante y generaba esa pronunciación.
¿Gardel cambió la voz? Durante 1915, Caruso vino al Colón de Argentina y, al regreso en barco, se encontró casualmente con “El Mago”. Lo oyó cantar: –Si usted hubiera estudiado seriamente sería el mejor barítono del mundo-. Gardel tenía un registro de tenor, más agudo; impresionado por el comentario, habló con dos profesores de canto, Alfredo Castellanos y Eduardo Bonessi, quienes le ayudaron a llegar a barítono brillante, con una tesitura cuya extensión alcanzaba a dos octavos. Es el Gardel de los tangos, de su segunda etapa, aquel a quien, intuyo, más disfrutamos.

Como se sabe, Astor Piazzolla, viviendo en Nueva York, se ganó la simpatía de Gardel, y a los doce años, ya bandoneonista, aparece como extra, un canillita, en la película El día que me quieras. Pero ¿quién recuerda la carta imaginaria que en 1978 Astor escribió al cantor, a quien, atrevidamente, llamaba “Charlie”: –Jamás olvidaré la noche que ofreciste un asado al terminar la filmación. Ibas a cantar, acompañado por Castellanos al piano y conmigo al bandoneón. El piano era tan malo que tuve que acompañarte solo. ¡Qué noche, Charlie! Allí fue mi bautismo con el tango (…) ¿Te acordás, dos años después, cuando desde Hollywood me enviaste dos telegramas para que fuera a tocar el bandoneón? Primavera del 35, yo tenía catorce años y mis viejos no me dejaron y el sindicato tampoco. Charlie, ¡me salvé! Hoy estaría tocando el arpa…
Algo más –y vaya que interesa a los uruguayos-: la primera y la última actuación del magistral cantor en nuestro país, que, apenas el recuerdo recupera algunos detalles, se transforma en una experiencia digna de la admiración que se le tiene.

Corría 1917 y apareció por acá el dúo Gardel-Razzano –presentado como “de estilo criollista” o de “estilo campero”, aunque “El Zorzal” ya había cantado y tenía en el repertorio el primer tango canción de la historia: Mi noche triste, de Contursi y Castriota- y actuó en el teatro 18 de Julio con gran suceso. Es más: se ha dicho, sin desmentido conocido, que el éxito de ese tema aquí fue el pretexto que Gardel necesitaba para irse metiendo en el mundo del tango y allanar el camino para asumir el rol de solista.
¿La última vez? Corría 1933 y Carlos Gardel, tras una gestión de Pedro Bernat, un veterano periodista de “El Plata” que oficiaba de su representante en Montevideo, llegó con un contrato que iba del 29 de setiembre al 8 de octubre para actuar en Carve –única presentación formal del cantor en radios uruguayas- y en los teatros 18 de Julio de la capital y Macció de San José. Su amistad, de largas charlas en el “Tupí Nambá”, con José Enrique De Feo y Roberto Fontaina, éste autor, con Juan Antonio Collazo, de los tangos Niño bien y Figurita, que Gardel cantó, favoreció el viaje, auspiciado por la recordada yerba “Armiño”, coincidiendo con la fecha de regreso a Buenos Aires para iniciar la gira del trágico final. El último escenario donde cantó en nuestro país fue el josefino y elegante teatro Macció.

Finalmente, una anécdota humorística que no tantos saben. Gardel impuso a Cadícamo el apodo de “el punguista”. Cuando estrenó su tango Pompas, el autor era poco más que un adolescente y Carlos creyó que se lo había robado a alguien: -¿Cuántos años tenés? A ver, decime la verdad, ¿a quién le pungueaste la letra de este tango?
Claro, al paso del tiempo y la cantidad de tangos que Cadícamo le escribió, terminó de convencerse que había conocido a un precoz y espléndido poeta.