
Columnista
Meter las manos en la riquísima y compleja aventura del tango con el interés del investigador –aunque uno sea sólo un periodista viejo con inquietudes aún vigorosas- es algo emocionante que conmueve y regala, al final de cada búsqueda, unas sorpresas inesperadas a las cuales es imposible castigar con la indiferencia.
Eso sí: dejemos el origen difuso e híbrido del tango, sus primeros pasos entre los negros, a fines del siglo dieciocho, y la génesis del vocablo que identificó a esa música en un perdido dialecto africano. Hay cientos de libros donde quien quiera puede seguir abrevando.
Tal vez yo he escrito sobre eso demasiadas páginas.
Y además alejémonos de la eterna polémica acerca de cuál fue el primer tango: si El queco, del que se afirma fue tocado por tropas del general Arredondo durante los días de la sublevación de Bartolomé Mitre, en 1874, que concluyó con Nicolás de Avellaneda sentado en el sillón presidencial argentino, o El torito, registrado en París en 1875 por el propio Mitre, según me contó cierta noche Edmundo Rivero.
Jamás habrá reconciliación entre tales versiones.
Y no es cuestión de meter la cabeza en la actualidad y se acabó. Hay que seguir hurgando en el pasado, aunque para gozar de otros hallazgos.
¿Un ejemplo? En Europa, y particularmente en Francia, desde la década de 1890 hasta inicios de 1914, se vivió con frenesí la belle èpoque, sinónimo de buen gusto y refinamiento cultural de las clases altas. Ahí, la primera sorpresa: en medio de esa vida social nocturna y agitada, ya reinaba el tango; en 1902 había en París alrededor de un centenar de academias de baile que, entre otros ritmos, enseñaban tango.
Ah… pero aguarde, lector. Algo inesperado reluce entre nuestras manos hundidas en la aventura de la música ciudadana popular del Río de la Plata. ¿Cómo llegó a Europa en esos años, siendo que acá luchaba, desde la marginación y el suburbio prostibulario, contra el desprecio de la burguesía y la aristocracia? ¿Y cómo los llamados pioneros, caso de Eusebio Gobbi, los hermanos Pizarro y Saborido –supuestos introductores del tango- recién aterrizaron allí a partir de 1910, cuando lo que traían en sus valijas ya aleteaba en su nuevo destino?
Por el maravilloso fenómeno del disco.
Desde fines del siglo diecinueve y hasta mediados de la década de 1910 el material que se grababa tenía el signo de la universalidad: por el peso de los pesos –el costo de los discos era alto- lo adquiría la gente más pudiente de Latinoamérica y sobre todo de Estados Unidos y Europa, donde estaban las centrales de los sellos más relevantes ofreciendo repertorios más variados.
También es verdad que hubo una contribución peculiar parida por estos lares, con más fuerza en Buenos Aires que en Montevideo. Un ejemplo singular fue el viaje que durante 1906 hizo la fragata “Sarmiento” con cinco mil discos del tango La morocha, compuesto un año antes por Enrique Saborido y cantado por la chilena Flora Rodríguez, acompañada por un trío dirigido por su esposo, el sanducero Gobbi. Esa obra popular llegó a decenas de puertos adonde ancló la embarcación, hoy convertida en museo, que operaba como escuela de cadetes de la Armada.
¿Desea, lector, conocer más curiosidades?
En Europa, el sello Gramophone, asociado al Víctor de Estados Unidos, contrató músicos argentinos para formar una denominada “Banda Real Militar”, que dejó una rara matriz de doble faz y dos tangos: Guido y La payada, ambos del pianista de la agrupación, José Luis Roncallo, quien en 1903 había tenido el honor de estrenar El choclo, de su amigo Ángel Villoldo. El sello Columbia, norteamericano, no se quedó atrás y consiguió que la “Orquesta Típica Pacho”, dirigida por el bandoneonista Juan Maglio, grabara el tango Chile, de discutida autoría. Y hay otro caso que muchos investigadores consideran “excepcional, único”: un sello brasileño, Era, logró que ese mismo músico le grabara una placa doble con dos temas de su creación: Re fa si y Tierra Negra.
Al final, un toquecito de fineza, una exquisitez a cuenta de lo que vendrá en aportes históricos más adelante.
Alguien estará pensando: che, y a todo esto ¿del baile, nada?
Ha escrito el investigador Enrique Cámara de Landa: -La explosión mundial del tango como danza global la desencadenó el estreno de la comedia musical The sunsine girl, que incluía un tango bailado por George Grossmith.
Fue en febrero de 1912, en Londres.
Y puso de moda los “tés de tango” de la alta sociedad.