LA AVENTURA DEL TANGO: Monte Criollo

ANTONIO PIPPO PEDRAGOSA Columnista

Cuando se busca con tenacidad y paciencia el origen de obras del arte popular –por ejemplo de teatro, cine o música- suelen surgir, como ángeles de la sorpresa convocados por alguna divinidad escondida, aspectos que van más allá de lo curioso.

Me acaba de pasar con el tango Monte criollo, de Homero Manzi y Francisco Pracánico, compuesto en 1935 y hoy escasamente recordado pese a su valor musical y poético:

Cuarenta cartones pintados/ con palos de ensueño, de engaño y de amor./ La vida es un mazo marcado,/ baraja los naipes la mano de Dios./ La malas que embosca la dicha/ se dieron en juego tras cada ilusión./ Y así fue robándome fichas/ la carta negada de tu corazón

Este tango lleva idéntico nombre que la película donde fue estrenado por Azucena Maizani, siguiendo el hábito de aquel tiempo de que parte del argumento fueran canciones que lo complementaran y que no se hubieran conocido antes.

El filme, presentado al público el 22 de mayo de 1935 en el cine  Monumental, fue la ópera prima de Arturo Mom, cuenta con las actuaciones de Francisco Petrone, Nedda Francy y Florindo Ferrario y de ella sentenció la revista Mundo Argentino: -“Alcanzó un nivel inusual hasta ahora, comparándola con cualquier otra película hecha en el país”.

El argumento es simple: Lucy, la protagonista, mujer engañosa, convence a sus amigos Argüello y Carlos para que instalen un salón ilegal de juegos en los altos de un conocido cabaré. Argüello se enamora de Lucy, que lo rechaza pues prefiere a Carlos. En una partida de Monte, aquel hace trampas y arruina a su rival, lo que deriva en un duelo sin testigos donde Carlos mata a Argüello. Cosa típica de esos años, la falta de testimonios y unos encubrimientos liberan al asesino de su culpa pero éste no retoma su relación con la protagonista.

Entre los números musicales figura una cueca cantada por el dúo de Agustín Magaldi y Pedro Noda, Como jugando; en realidad, ellos habían propuesto el tango Oro, copa, espada y basto, pero se encontraron con que Azucena Maizani cantaría Monte criollo –Manzi, el letrista de ese tema, era uno los guionistas- que llevaba el mismo nombre de la película.

En 1946 Daniel Tinayre hizo una segunda versión bajo el título Vidas marcadas, sin alcanzar el éxito de la original.

Como todo lector avisado habrá descubierto, es esencial en la película ese juego de naipes que fue muy popular en Uruguay y Argentina. Hay quienes afirman que esa popularidad se disolvió a mediados del siglo pasado, pero quien recorra ciertos lugares del interior profundo de los países avecindados por el Río de la Plata descubrirá que este juego todavía no ha desaparecido, aunque quizás sí cambiado en sus modalidades.

Los juegos de cartas o naipes son originarios del Oriente arcaico y llegaron a España, inicialmente a Jerez, y a Estados Unidos, donde aún tienen auge con nombres como “Mont banck” o “Spanish mont” y se hizo leyenda en el Far West, y en Inglaterra, donde se popularizó “El monte” en las postrimerías del siglo XV.

La conquista lo bajó de sus barcos y en estas tierras nuestras se expandió.

Simplificando, no hay límite para la cantidad de jugadores, que van contra un banquero o tallador. Del mazo –muchas veces eliminando ochos, nueves y dieces- se sacan dos barajas de la parte de abajo, llamada albur,y otras dos de la superior, denominada gallo. Se hacen las apuestas y se van sacando cartas no vistas del mazo, hasta que alguna coincida, en número o palo, con cualquiera de las muestras. Hay muchas variantes que no viene al caso explicarlas ahora. Sí vale la pena destacar que la baraja española resalta tanto por la riqueza de sus diseños, como por su inspiración medieval y patriarcal: comerciantes, clero, nobleza y siervos, que es lo mismo que exhibir oros, copas, espadas y bastos. Además, no posee una figura femenina, salvo los pajes ligeramente afeminados denominados “sotas”.

Monte criollo fue grabado, entre tantos, por Francisco Lomuto con Jorge Omar, Alberto Gómez y la propia Azucena Maizani, para el sello “Odeón”, acompañada por el piano de Enrique Delfino y el violín de Antonio Rodio.  

Perdí los primeros convites/ parado en carpetas de suerte y verdad,/ y luego, buscando desquite,/ cien contras seguidas me dio tu maldad./ Me ofrece la espada su filo,/ rencores del basto te quieren vengar…/ ¡Hoy juego mi carta tranquilo,/ y entre oros y copas te habré de olvidar!

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