
Columnista
La pobreza le anduvo siempre cerca, aunque supo escaparle.
De chico vendió diarios, estudió bandoneón unos meses y en la adolescente se fue a trabajar a pozos petrolíferos de la Patagonia. Pero –misterios de la vida- llevó el baile en la sangre desde que tuvo uso de razón. A los diecisiete años bailaba frenéticamente el rock, que fue su locura juvenil hasta que una noche, ya en Buenos Aires, se entusiasmó en el local Unidos de Pompeya al ver bailar tango a un reo del barrio, al que llamaban Tim y que usaba alpargatas, danzando con gran rapidez. A la noche siguiente lo quiso imitar, y así siguió breve tiempo, en oscuros cabarés y milongas, hasta que un veterano nochero de la zona, el Viejo Márquez, le tiró del saco y lo paró:
-Pibe, así no… Al tango hay que esperarlo.
Ese primer consejo cambió definitivamente la vida y el baile de Carlos Eduardo Gavito, nacido en Avellaneda el 27 de abril de 1942, bailarín, coreógrafo y docente, llamado hoy, a diez años de su muerte, ocurrida en Buenos Aires el 1º de julio de 2005, “el último milonguero”.

Tres años después, bailando en Almagro, volvieron a encontrarse. Gavito se acercó y Márquez lo detuvo en seco:
-Andás mejor… Seguro ahora querés saber qué es lo que hay que esperar… Que la música te llegue a vos, no la corras.
Tanto la esperó que la única crítica que recibió en su vida fue que ponía demasiada atención, ya iniciada la música, a la posición corporal y a los pasos iniciales, y la cantidad de pausas que introducía. Pero es que cada baile era una coreografía en sí mismo. Terminó imponiendo, con éxito monumental, su estilo “lo menos es más”, que le ganó el apodo de “el minimalista del tango”, enamorado de la cadencia que las melodías le acercaban y con un inusual respeto por sus parejas: -Cuando el hombre baila, ella debe ser la reina para que él pueda ser el rey.

Gavito, de todos modos, tuvo profesores que le dieron más solidez a su modo de bailar, especialmente el maestro Alfredo Alaria, gracias a cuyo impulso se convirtió en bailarín de Miguel Caló, aunque, para ser justos con la cronología, debutó profesionalmente en 1965 en el show “Así canta Buenos Aires”. Se casó con Marta –ella, diecisiete años, él, veinticinco-, quien fue su primera compañera estable y con la cual se largó a viajar y a vivir de su baile tan peculiar, siempre “al piso”, lleno de pausas y de sensualidad, que inducía a ver en él al típico porteño. Compartió escenarios con Bob Hope, Azanvour, Johnny Holliday y Roberta Flack, llegó a hablar cuatro idiomas y recorrió Europa y Estados Unidos. Separado amigablemente de su primera mujer, volvió al matrimonio con Hellen Campbell, con la que también bailó en una gira por Medio Oriente que abarcó Arabia Saudita, Kuwait, Dubai, Irán e Irak. Quienes lo conocieron dicen hoy que fue con Hellen que alcanzó la madurez de su revulsivo estilo. El prematuro retiro de su mujer –el matrimonio siguió, feliz- fue lo que dio lugar a una jovencísima Marcela Durán.

Más tarde, Gavito se convirtió en líder del movimiento que aprovechó, a fines de la década de 1980, el renacimiento del tango por empuje del interés renovado que surgió en el exterior. En ese proceso fue bailarín estrella y coreógrafo del espectáculo For ever tango, que recorrió los principales centros artísticos del mundo durante muchos años, acompañado primero por Marcela –quizás la que mejor lo interpretó y que, a veces, bailaba descalza- y luego por María Plazaola; con ambas, su número principal fue la versión de “A Evaristo Carriego”, tango de Eduardo Rovira.
Carlos Gavito dedicó más de cuarenta años de su vida a perfeccionar un método ideal para transmitir a los jóvenes sus conocimientos y experiencia. Gran parte de esa riqueza ha quedado para la posteridad, grabada en video, en el ciclo “Un tal Gavito”, que aún se sigue exhibiendo por el canal cable argentino “Todo tango”, donde hizo exhibiciones y dio clases siempre junto a Marcela Durán. Algo más de este extraordinario bailarín que murió en su ley, bailando casi hasta el final de su vida, se sostendrá frente al paso del tiempo: es la película filmada por la actriz Eva Norwind “Gavito, su vida y su tango”, lamentablemente poco conocida por estos lares.
Una tarde melancólica, respondiendo para un reportaje, y con un café que se enfriaba, dijo:
-¿Si tuviera que definirme…? Qué sé yo… Mirá, de For ever tango siempre fui el menos aplaudido. Y se supone que era la estrella. Pero yo terminaba de bailar y la gente se iba al baño a llorar…