LA AVENTURA DEL TANGO: Los bailes del internado

ANTONIO PIPPO PEDRAGOSA. Periodista, Escritor, Editorialista, Director Gral. Cultura Tanguera. COLUMNISTA

Ya nadie niega la importancia primordial que tuvieron los negros en la construcción de esa música que más tarde se llamaría tango. Es más: Ulyses Petit de Murat sostiene, en una investigación muy minuciosa, que la propia palabra “tango” proviene de aquellos que llegaron esclavos y luego alcanzaron la libertad y se afincaron en este Sur naciente, y que los primeros “sitios” o “casas” de tango nacieron a fines del siglo XVIII, tanto en Buenos Aires como en Montevideo, y allí los negros crearon una música alegre, rápida, saltarina, compuesta en 2 x 2, a la que llamaron “tango”.

Dicho de otro modo: tanto para la música como para el baile de tango fueron esos sacrificados hombres y mujeres traídos al Río de la Plata, y sobre todo a Brasil por los portugueses, quienes pusieron la primera piedrita del montón que se fue levantando luego y que derivó en la Guardia Vieja –ya con fuerte influencia de las inmigraciones europeas y aportes del nativismo-, suerte de arranque formal de la música ciudadana más popular, compuesta inicialmente en 2 x 4 y más tarde en 4 x 8.

Hay una curiosidad: es verdad que, cuando se había asentado en los suburbios y en los prostíbulos portuarios, y se alejaba la influencia afrodescendiente, el tango se bailó entre hombres a diferencia de lo que antes habían hecho los negros que siempre ofrecieron espacio a la mujer. El baile se hizo definitivamente entre hombres y mujeres cuando el compadrito, suerte de emblema de la “nueva época” que se abría, incorporó a las pupilas de los prostíbulos clásicos y de “las casitas”, lugares indefinibles que abrieron camino a los cabarés de años próximos.

Sin embargo, en esta pintura general, muy abreviada, falta un detalle fundamental que tiene que ver con Montevideo: acá aparecieron, mucho antes que en la vecina orilla, las academias, que se acoplaron al resto de las “sedes” desde aproximadamente la década de 1870; Vicente Rossi las definió como “salones extramuros para el baile público, con el consabido anexo de bebidas, y donde sonaba el tango pero también la milonga, el vals, la polka, la mazurca, el chotis, el pasodoble y la cuadrilla”. Según los estudios de Rossi, “las ‘danzaderas’ eran pardas y blancas y no se les exigía ningún rasgo de belleza sino que fueran buenas bailarinas”.

Existieron al menos seis academias desparramadas por el Puerto, el Cordón, el Bajo y la Aguada. La primera fue la de San Felipe y la más famosa la llamada Solís y Gloria, que cerró definitivamente en 1899. En Buenos Aires recién aparecieron “academias”, con algunas características diferentes, a partir de 1910.

Los argentinos, mientras tanto, se jactan de otra supuesta distinción: haber creado, a fines del siglo XIX, “el tango de las hermanas”, suerte de baile de tango adecentado para intentar que los compadritos incorporaran otras mujeres, incluso de su propia familia: fue un intento, relativamente exitoso, de hacer una danza diferente a la “sensual que ejercitaban las mujeres de la vida”.

La anécdota de los “bailes del internado” merece contarse como corolario de todo lo dicho. Fue una experiencia única, de características muy peculiares.

Se saben las fechas precisas: desde el 21 de setiembre de 1914 hasta igual fecha de 1925, los estudiantes de medicina que practicaban en hospitales porteños decidieron divertirse una vez al mes (algunos investigadores sostienen que la frecuencia fue mayor) y organizaron bailes de tango ¡en los propios nosocomios! convocando a los músicos más renombrados.

Hubo circunstancias memorables: Francisco Canaro, uno de los más solicitados, compuso “El internado” en homenaje a estos estudiantes. Osvaldo Fresedo, justo cuando este ciclo iba a concluir, improvisó durante una de estas noches –pues se lo habían pedido y él lo olvidó- nada menos que “El once”, en alusión a los años de duración de tales bailes estudiantiles. La reseña de “homenajes” a aquellos “locos internados” abarca varios clásicos: Vicente Greco compuso para ellos “El anatomista” y “Muela careada”; Eduardo Arolas les dedicó “Rawson”, nombre de uno de los hospitales donde se hicieron estas fiestas, al que agregó “Derecho viejo” pero en honor a unos estudiantes de abogacía que a veces se incorporaban a la movida; Augusto Berto compuso “El séptimo” y “La biblioteca”; y Ricardo Brignolo estrenó “El octavo”, “El noveno” y “El décimo”.

Y este testimonio de Canaro, que pertenece a las memorias del músico maragato, es impagable: “A los muchachos a veces se les iba la mano y hacían bromas macabras. Hubo casos en que a los cadáveres de la morgue les cortaban las manos y luego, tras disfrazarse con sábanas, como fantasmas, y con unos palos a manera de brazos, las sacudían delante de la cara de las mujeres, con el efecto que es de suponer. Otras veces ponían en lo alto de la sábana la cabeza de un cadáver, o dejaban sobre las mesas donde se colocaban bebidas y comida algún órgano extraído de los laboratorios”.

Ciertamente, jamás volvió a repetirse en años siguientes otra experiencia como ésta, ni siquiera parecida. Los bailes del internado hicieron mutis por el foro cuando el escándalo que causaban desbordó la paciencia de las autoridades.

¡Pero duraron once años, abarcaron a todos los hospitales públicos de Buenos Aires y sumaron a la locura a los prohombres del tango de la época!


Descubre más desde LA AGENCIA MUNDIAL DE PRENSA

Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.

Un comentario en “LA AVENTURA DEL TANGO: Los bailes del internado

  1. Dicho de otro modo: tanto para la música como para el baile de tango fueron esos sacrificados hombres y mujeres traídos al Río de la Plata, y sobre todo a Brasil por los portugueses, quienes pusieron la primera piedrita del montón que se fue levantando luego y que derivó en la Guardia Vieja –ya con fuerte influencia de las inmigraciones europeas y aportes del nativismo-, suerte de arranque formal de la música ciudadana más popular, compuesta inicialmente en 2 x 4 y más tarde en 4 x 8.

    MUY INTERESANTE,

    Hay un estudio sobre la música italiana cuyo aporte también suma al espíritu de la música latinoamericana.

    Me gusta

Replica a jorgeprieto2000 Cancelar la respuesta