
Suena gracioso, dicho con respeto, cuando todavía hay quienes vinculan las letras del tango clásico, en su etapa inicial de la Guardia Vieja y primeros esbozos de evolución, sólo con la discriminación de la mujer, la idea cuasi infantil de la madrecita sufrida y la desolación por el barrio, las costumbres y los amigos perdidos.
Porque se sabe, si uno se informa como es debido, que el tango estableció vínculos con actividades muy alejadas de ese cuadro escénico tan rígido: la política, personajes públicos y populares, el deporte y particularmente el turf, y hasta la actividad médica. No cansaré al lector recordando ahora títulos de temas que lo prueban porque, además, no ya solo historiadores e investigadores sino cualquier entendido principiante los conoce.
Sin embargo, añadiré otro ejemplo: la aviación. Hay una relación entre nuestra música ciudadana y los aviones que se remonta a fines del siglo XIX, coincidiendo –insisto- con el inicio de la Guardia Vieja, esa etapa del tango ya definido y liberado de sus orígenes e influencias difusas.
Y esa relación generó no sólo obras musicales y letras apropiadas, serias y a veces con un tinte de humor, sino que convirtió en aviadores a ilustres representantes del tango que, en su tiempo, fueron llamados “los locos del aire”.
Basta, por su trayectoria, nombrar a dos.

Osvaldo Fresedo, ya encumbrado director de orquesta y difusor del tango en el mundo, obtuvo su brevet de piloto número 231 en 1923. A su instructor, Eduardo Olivero, considerado un pionero, el músico le dio, a cambio, lecciones de bandoneón. A fines del año referido, en la ciudad de La Plata, se organizó una carrera de aviones, con participación de pilotos extranjeros, que, inesperadamente para la mayoría, ganó Fresedo a bordo de un Curtiss JN-4 HP, obteniendo el premio estipulado de dos mil pesos. El testimonio del brigadier Ángel María Zuloaga, en su libro La victoria de las alas, es terminante: “Fresedo fue uno de los pilotos más destacados en aquellos difíciles comienzos”.
Otro tanguero aviador fue Osmar Maderna, aunque el destino lo condujo prontamente a una tragedia; apenas un año después de haber recibido su brevet, a inicios de 1950, murió al precipitarse a tierra su máquina Euroscope 415-CD. Con otro aparato similar sobrevolaban Lomas de Zamora cuando sus alas se rozaron y ambos aviones cayeron desde unos doscientos metros de altura.

Está claro que el tango le rindió varios y notables homenajes a la aviación.
Fresedo compuso La ratona –para destacar a su instructor, que usaba un aparato de sólo cuatro metros de largo- y Desde las nubes, que fue cantado por Azucena Maizani. Y además, como aviador, colaboró con su hermano Emilio, empleado de La Razón y La Nación, trayendo material fotográfico de nuestra querida Montevideo.
A Maderna, la Orquesta Símbolo grabó en su recordación el tango Notas para el cielo, del compositor Orlando Trípodi.
El instructor de Fresedo, que participó en la Primera Guerra Mundial en el ejército italiano, fue elogiado también en el vals Los héroes del día, de Eugenio Cárdenas y el tango Olivero, de José Martínez.
Y quizás –entre innumerables ejemplos- resalte con nitidez la cantidad de homenajes tangueros a Jorge Newbery, máximo protagonista de la incipiente aviación rioplatense, quien conduciendo el globo El Pampero unió Palermo con Colonia del Sacramento, fundó el Aéreo Club Argentino, batió el record de distancia con su aparato El huracán y fue el primero en superar los cinco mil metros de altura.
A él están dedicados A la memoria de Jorge Newbery, de Gardel y Razzano –nunca grabado-; Paso de los Andes, de José Gómez; Prendete del aeroplano, de José Ezcurra; De pura cepa, de Roberto Firpo; El pampero, de José De Caro; Un recuerdo a Newbery, de José Severino; y los valses Tu sueño, de Eduardo Arolas y El aeroplano, de Pedro Datta.

Aunque hay una anécdota, olvidada por casi todos, que merece cerrar esta reseña del vínculo entre el tango y la aviación.
Teodoro Pablo Fels, uruguayo, nacido en Conchillas, pero enrolado como soldado del Ejército del vecino país, sin permiso y cuando todos dormían en su escuadrón, aprontó una máquina y cruzó por primera vez el Río de la Plata.
En tres horas aterrizó en Carrasco, batiendo el record mundial de vuelo sobre agua.
Y por él se crearon dos tangos: El cabo Fels, de Pedro Sofía y Don Teodoro, de Vicente Mazzocco.