LA AVENTURA DEL TANGO: FUGACIDAD Y OLVIDO

ANTONIO PIPPO PEDRAGOSA Columnista

Pocos tangos como Inspiración han logrado una relación tan perfecta entre su melodía, su fuerza emotiva, y su título. Sin embargo, y más allá de las múltiples grabaciones realizadas, no es hoy de los más recordados y con frecuencia se le ignora e incluso se le desconoce.

Quizás se deba a su peripecia, repleta de rarezas.

Quizás se deba a la brevísima vida de su autor, a sus propias experiencias inusuales y al olvido al que ha sido condenado.

Peregrino Paulós, bautizado con el nombre de su padre, fue el último de los tres hijos del matrimonio de un músico español y la cantante dinamarquesa Juana Mogensen, instalado en Buenos Aires a fines del siglo XIX. Nacido en fecha incierta de 1889, tocó el violín desde niño, dejó unos escasos pero preciosos tangos, integró una única agrupación famosa, tuvo una efímera orquesta propia y murió a los treinta y dos años, el 21 de noviembre de 1921.     

Nada en esa fugaz existencia fue común, corriente.

Compuso su primer tema, El distinguido ciudadano, en 1915, para la comedia de Saldías y Casariego que llevó el mismo nombre. Este tango recién tuvo cierta repercusión popular a raíz de dos exquisitas grabaciones de Carlos Di Sarli, en 1946 y en 1952. Hasta entonces fue, pese a su calidad intrínseca, como si no hubiese existido.

Inspiración lo creó en 1918 y fue estrenado por el trío de Augusto Berto, del cual Peregrino era violinista, en el café Gaulois, de avenida de Mayo 899.

A partir de entonces hubo hechos sorprendentes.

El tango fue presentado con el insólito nombre 6ª. Del R. 2, por pedido de su hermano pianista, Niels Jorge, que quería homenajear así a sus antiguos compañeros del servicio militar. Fue rebautizado con el nombre definitivo cuando el autor había muerto, a iniciativa de Roberto Firpo, que lo grabó en 1922.

De ahí hasta 1929 Inspiración tuvo su primer ostracismo;  fue ese año que Pedro Maffia lo llevó al disco –con una orquesta en la que revistaban Osvaldo Pugliese y Elvino Vardaro-, logrando un éxito pasajero en el famoso cabaré Pelikan Dancing. Al año siguiente, Luis Rubinstein le apostó un café a Maffia asegurándole que él podía incorporarle una letra adecuada a un tango esencialmente instrumental; Maffia aceptó, volvió a grabar el tema con esos versos y la voz de Agustín Magaldi, quien sumó a la orquesta sus guitarras. Sorprendentemente, aunque la letra de Rubinstein es, dicho con franqueza, muy mala, se produjo una surte de renacimiento: lo cantaron, en rápida sucesión, desde Libertad Lamarque a Alberto Gómez.

Empero, regresó la sombra del olvido.

La despejó Aníbal Troilo, tocando Inspiración instrumental, como se debe, con un hermoso arreglo de Astor Piazzolla, en 1943. El éxito hizo que se multiplicaran los discos –Pugliese, Caló, Maderna, el propio Astor, Basso, Pontier, D’Arienzo y tantas orquestas más- hasta iniciada la década de 1960, cuando este tango, hasta ayer cuanto menos, disminuyó su difusión, sin explicación aparente, aunque las grabaciones, aisladas, han continuado hasta años recientes.

Los padecimientos de Peregrino Paulós llegaron a ser póstumos –si esta licencia me es permitida-, pues hubo algún historiador, fallecido el músico, que dijo que era descendiente de una humilde familia griega inmigrante; el mismísimo Manuel Pizarro llegó a afirmar, “por puro pálpito”, según admitió, que el verdadero autor de Inspiración era Nelson, el pianista, y no su hermano; no faltaron investigadores que dieran otra vuelta de tuerca y adjudicaran la paternidad creativa al letrista Rubinstein; finalmente, se negó que Peregrino Paulós hubiese tenido una orquesta propia, de breve duración, hasta que un eficiente “hurgador de archivos” halló dos placas dobles con ocho grabaciones del violinista: los valses Ausencia, de Tesseire y Penas de amor, de Berto, y los tangos El batacazo (Pizarro), De mi tierra (Filiberto), Hasta después de muerta (González), Lamento de un criollo (del propio Paulós), La polla (Canaro) y La biblioteca (Berto): fue la última reivindicación.

Peregrino Paulós fue autor, además, de La Abadía, dedicado al cabaré del mismo nombre, Balconeando, Golondrina, El loro, La murga, El temporal y Tomasito.

Dos apuntes para un cierre que haga un regate a la fugacidad y el olvido rapaces.

Inspiración es, sin dudas, una de las más bellas obras en la historia del tango.

Ya anciano, Nelson Paulós recordó así a su hermano:

-Jamás lo olvidaré. Padeció mucho desde joven. Era pura bondad y ternura y un gran creador.

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