
19 de octubre. Víctor Monge Serranito abrió la Suma flamenca 2021. Pasó por Madrid en su gira de despedida que empezó en el Festival de la guitarra de Córdoba el pasado mes de junio. Una despedida que ha querido llamar Como un sueño. Porque como un sueño deben haber pasado sus sesenta y cinco años de trayectoria profesional que empezó cuando tenía doce. Un sueño de trabajo constante, de investigación, creación, composiciones, innovación y superación, de reconocimientos internacionales, de premios, de …
Recibir a Serranito en su entrada a escena, es recibir a una de las historias de la guitarra. Guitarra autodidacta y maestro de maestros. Y es que a los músicos natos no les hace falta pasar por un Conservatorio, por donde de hecho pasan muchos que nunca serán músicos. Víctor Monge Serranito, junto a Paco de Lucía y Manolo Sanlúcar, son los tres maestros de una misma generación, virtuosos e innovadores del flamenco, sin cuyos aportes a la guitarra de concierto no se entendería la guitarra flamenca de hoy.

Decir lo anterior es casi como no decir nada, porque lo primero que produce Serranito cuando aparece en escena, antes de sentarse con su sonanta, es emoción, agradecimiento, amor a su humildad. Él, diciendo varias veces, “estoy nervioso” cuando él está profundamente emocionado, porque él es de Madrid, y aunque esta no sea la última vez que tocará en Madrid, porque la gira continuará aún por un tiempo, sí sabemos que terminará algún día su sueño en la ciudad que le vio nacer.
La emoción toma cuerpo físico cuando dedica a Victoria, su esposa, “que no ha podido estar aquí por enfermedad”, Llora la farruca, de su álbum “Recital de guitarra”, en su personalizada guitarra clásica con ese largo mástil con el que le arranca sonidos tan personales que suenan a únicos.
Da igual lo que toque, siempre consigue sumergir a quien le escucha en un mundo paralelo de emociones diversas. Ya sea en su comienzo por levanticas, o posteriormente por los tangos Por la vera el Genil del álbum “Ecos del Guadalquivir” con toda su orquesta; o la rumba llena de resonancias criollas. O por soleá por bulerías. Da igual. Es imposible alejar la vista de su dedos, tanto de su mano izquierda jugando con los trastes o de la derecha sobre las cuerdas, para ir más allá de escuchar sonidos, para vivirlos, integrarse en ellos.
Y comprobar que con Serranito suenan de modo diferente.
Hubo dos piezas en ese concierto, Dani y Agua, fuego, tierra, aire que cada vez que se escuchan transportan a mayores profundidades. Dani dedicada al hijo muerto del matrimonio amigo, que compuso en la casa del duelo. Música descriptiva en sueños de ida y vuelta, con ese punto de inflexión que narra el cruce del umbral de Dani con tal realismo que sobrecoge.
Agua, fuego, tierra, aire. Una pieza más de su álbum de 1967, “Recital de guitarra”, que Serranito hace sonar como un concierto de cámara acompañado por las guitarras de Paco Vidal y Javier Conde, el violonchelo de Cary Rosa Varona, la percusión de Víctor Monge junior, las palmas de Ángel Muñoz y Noé Barroso. Entre todos describen los cuatro elementos sin lugar a dudas. Quiero destacar un solo de percusión del movimiento Tierra, de los que hacen época. (Soy super fan de la percusión y algún concierto completo tengo en mi haber y allí donde surja uno, allá que voy)
Hay que reseñar los dos intervalos de baile de Ángel Muñoz, primero por soleá y el segundo por bulerías, con el acompañamiento en la soleá de las guitarras de Paco Vidal y Javier Conde y el cante de Eva Durán. En el de bulerías acompañado por todo el elenco.
Israel Fernández resucita la Ópera Flamenca .

20 de octubre 2021. Teatros del Canal, Sala Verde. Ópera Flamenca, estreno absoluto.
Me gustaría preguntar al joven cantaor toledano Israel Fernández por su intención real al recrear la ópera flamenca para este veterano festival, en esta edición dedicada “Al sur del sur”. Dicho de otra forma, recrear un periodo que se desarrolló entre 1920 y 1955, conocido por razones de minimizar impuestos, como Ópera Flamenca. Y que al decir de algunos ni fue ópera ni fue flamenco.
Quizá fue una etapa necesaria para sacar al flamenco de los patios de vecinos, los cortijos, las ventas y los colmaos locales, sobre todo en la Baja Andalucía. Los cafés cantantes, plazas de toros y teatros se poblaron de espectáculos de varietés, entre los cuales se coló el flamenco más festero y la copla aflamencada. El mismísimo Silverio Franconetti abrió el primer café cantante de Sevilla. El cante jondo siempre estuvo desterrado de la ópera flamenca, salvo contadísimas excepciones.
Foto cartel de ópera flamenca 1935

Detrás de todo ello había un motivo: desterrar el hambre y la actuación amateur. Se abría la posibilidad de ejercer profesionalmente. Los gitanos lo explican muy bien. “Ya era hora de hacer lo que estaban haciendo los payos con nuestras músicas”. Aunque solo fueran las festeras o aires populares. De ahí que nos encontremos con ilustres jerezanos como Don Antonio Chacón o Manuel Torre, con los sevillanos Tomás Pavón, su hermana la Niña de los Peines y su marido Pepe Pinto. Incluso Valderrama y Marchena estuvieron por ahí. O guitarristas de la categoría de Don Ramón Montoya. Se trataba en muchos casos de trabajar con un caché, no por lo que quisieran darles. Y es triste, porque el flamenco, el cante grande estaba ahí, pero carecía de una categoría cultural que se ha ido construyendo al correr de los años, tras pasar por no pocos avatares.
Algo de esto quisieron reivindicar Falla y Lorca con su concurso de cante jondo de 1922 en Granada. No consiguieron de forma inmediata lo que se proponían, pero dejaron una semilla. El franquismo, en una primera etapa relegó el flamenco a lo más ínfimo, pero luego cambió de idea y lo promocionó, pero mal.
Sin embargo, no es casual, que la ópera flamenca tuviera su fin en 1955, justo cuando empezaban a aparecer los tablaos flamencos, que dieron trabajo y categoría artística y profesional a grandes artistas. De los tablaos a su exportación a Europa y América, a los primeros festivales unos años después, y a la creación de instituciones tan importantes como la Cátedra de Flamencología de Jerez en 1958.
Por eso me repregunto, ¿qué nos está queriendo decir Israel Fernández con esta resurrección de la Ópera Flamenca? ¿Es una reivindicación o una indagación de memoria histórica? Sucedió, fue consecuencia de un tipo de sociedad, y terminó porque estaba naciendo una conciencia flamenca con su merecida categoría. Desde ahí, hasta lograr ser Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad desde 2010.
Israel Fernández volvió a demostrar su categoría como cantaor, tiene una voz de potencia envidiable y se nota que trabaja mucho su técnica vocal aplicada a los registros melódicos y armónicos flamencos. No podía estar mejor acompañado que por la guitarra jerezana y santiaguera de Diego del Morao, heredero de una saga de guitarristas, cuyo patriarca, Manuel del Morao aún sigue entre nosotros. Hizo guiños a la memoria de su padre Moraíto Chico. Tocó unas falsetas increíbles, creó pequeños conciertos entre tercio y tercio. Tuvo tanto protagonismo como el cantaor, para enriquecimiento del concierto.
Israel, muy en clave de su espectáculo, se acompañó al piano un par de veces, aclarando que en esto es autodidacta. En una copla que hablaba de amores no correspondidos y en la Nana de Sevilla con letra lorquiana que acabó por los cuatro muleros, quizá como un guiño a Marchena.
Empezó por los fandangos más clásicos o naturales; alternó con copla por soleares y unos aires que venían directamente de Cuba. Tras su primer auto acompañamiento al piano, él y Morao clavaron unas seguiriyas en las que compartieron protagonismo al más alto nivel.
Pero donde realmente culminó el protagonismo del jerezano fue en las falsetas por guajiras. Parecía estar creando escuela, dentro de su escuela de Moraos. Después de la segunda interpretación al piano de Israel, llegó el remate de un extraordinario concierto con coplas por bulerías para a continuación poner la guinda por donde había empezado, por un recorrido por fandangos, en los que estuvieron acompañados por el compás de los hermanos Pirulo y Marcos Carpio, de traje y corbata. ¡Lo nunca visto!
Quiero señalar algo que me pareció muy importante, porque el flamenco de hoy debe incluir gestos que van más allá del cante y toque, a utilizar recursos escénicos. Y esto lo tuvo muy en cuenta Israel Fernández. Siempre, al término de cada cante, se puso de pie e hizo el gesto de agradecimiento al público, tomándose su tiempo. Eso es también saber estar en escena.