
Paquita tuvo un sueño. Y aunque su vida fue breve, lo cumplió.
Héctor Negro la trae de la muerte en un emotivo poema: -Hoy te busqué Paquita, en el recuerdo/ de un Villa Crespo ausente que te lloró hace tiempo./ Y regresó tu sombra desvelada,/ doblada sobre el fuelle./ Y se quedó en mi verso.
¡Pensar que estuvo en Montevideo, unas semanas de 1923, actuando en la confitería “18 de Julio”, donde compuso y estrenó el vals Cerro Divino, en obvio homenaje a uno de nuestros paisajes más característicos y bellos!

Francisca Cruz Bernardo nació en Buenos Aires, en la calle Gorriti a pocos pasos de la esquina con Canning, hoy Scalabrini Ortiz, barrio de Villa Crespo, cerca del más tarde famoso “Conventillo de la Paloma”, el 1º de mayo de 1900; fue la quinta hija de un matrimonio de inmigrantes españoles, José María Bernardo y María Jiménez, y tuvo siete hermanos: Enrique, Mercedes, Josefina, Arturo, Luis, José y María.
En plena niñez, cuando ya todos la llamaban Paquita, nació en ella un intenso amor por la música. Pero recién a los quince años sus padres la enviaron a estudiar piano al conservatorio de Catalina Torres. Quiso el destino que uno de sus compañeros, de su misma edad, José Servidio –quien luego sería uno de los autores de la música de El bulín de la calle Ayacucho-, le mostrase e hiciese escuchar su bandoneón; suerte de amor a primera vista o quizás un embrujo: desde entonces la pasión musical de Paquita abrazó al fuelle.
No fue fácil convencer a sus padres: las mujeres tenían reservado el piano, la guitarra o el violín; jamás el bandoneón, porque obligaba a abrir y cerrar las piernas y eso “no era apropiado para una chica bien”. Paquita, terca, decidida, empezó a estudiarlo a escondidas con ayuda del maestro Augusto Pedro Berto y, más tarde, de sus contemporáneos Pedro Maffia y Enrique García. Esta corta historia aventurera tuvo un final feliz: obtuvo el permiso familiar tras una gestión de Berto y Maffia.
Comenzó a tocar en los patios del barrio, en fiestas familiares, en sedes de sindicatos de obreros y en hospitales, siempre con fines benéficos. Hasta que en 1921 fue contratada por el Café Domínguez por seiscientos pesos mensuales; se presentó con el sexteto “Orquesta Paquita”, junto -¡nada menos!- a unos juveniles Osvaldo Pugliese en el piano, Alcides Palavecino y Elvino Vardaro en violines, Vicente Loduca en flauta y su hermano Enrique en batería.
Cara redonda, ojos oscuros, larga melena enrulada; blusa blanca, una pollera negra con enaguas, porque nunca se vistió “de hombre” como erróneamente se ha dicho, y los pies sobre un almohadón recamado; así se presentaba para tocar con una emotividad poco común. Era tal la cantidad de público que concurría a admirarla, que más de una vez la calle Corrientes, a la altura de Paraná, debió ser cerrada por la policía. Allí, en el Domínguez, estrenó su primer tango, Floreal, que grabó Juan Carlos Cobián e hizo imaginar a Héctor Negro, transcurridas décadas: -Y volviste, Paquita, igual que cuando estabas,/ a encender un milagro con fuego de leyenda./ A mirarnos con esos, tus ojos de muchacha,/ donde aleteaba el sueño que quisiste que fuera.
Y alcanzó el éxito total que nunca pensó tan trágicamente efímero.
Actuó con los principales músicos de su época en “La glorieta”, “La terraza” y “La paloma”. En 1923 intervino en La gran fiesta del tango del teatro Coliseo y a fines de 1924 debutó en el teatro Smart, con la compañía de Blanca Podestá. En esos años creó su vals Villa Crespo y sus tangos Cachito y dos que le grabó Gardel, con letra de García Jiménez, Soñando y La enmascarada. El Mago solía asistir a sus actuaciones, al igual que figuras de la talla de Julio De Caro y José Martínez.
Lamentablemente, no dejó grabaciones. Para atesorarla queda ese recuerdo que viaja entre generaciones para que no se disuelva en el olvido. Dijo Guadalupe Aballe: “Fue una muchacha dispuesta a romper tabúes, derribar barreras, con tal de dar rienda suelta a su vocación. Corrían tiempos difíciles, machistas, patriarcales, cuando era muy fácil poner en tela de juicio a una mujer. Ella venció todo eso”.
Paquita falleció a causa de una pulmonía el 14 de abril de 1925, a pocos días de cumplir veinticinco años.
¡Veinticinco años!
Otra vez, Héctor Negro: -Podemos ya reírnos del dolor y la ausencia./ Y soltar estas ganas de trampear a la suerte,/ para ser inmortales y cantar por tu vuelta… (…) Subamos por Corrientes./ Juguémosle a la vida,/ otra vez, tu moneda…