La aventura del tango: Aquellos Ojos

ANTONIO PIPPO PEDRAGOSA Columnista

¿Por qué, antes de escribir sobre tango, es tan incitante revolver viejos papeles, documentos olvidados y  recorrer testimonios repetidos hasta el hartazgo pero que jamás lograron huir de la leyenda?

Es que al discurrir de los años se siguen hallando hechos, anécdotas, certezas y dudas perdidos en la memoria que saltan de golpe, cual muñeco a resorte desde una caja, para, incluso, provocar temblores en verdades sobre obras de inestimable valor.

Es el caso de Ojos negros, tema cumbre de Vicente Greco y uno de los tangos melódicamente más admirables en la historia de nuestra música popular ciudadana, estrenado en fecha incierta de 1910, en pleno desarrollo de la Guardia Vieja.

Greco, hijo de un matrimonio inmigrante, autodidacta, llegó a ser un músico inspirado, primero flautista, luego guitarrero y finalmente bandoneonista, fue el creador de la primera agrupación organizada para tocar tango –a la que llamó Orquesta Típica Criolla– y en su largo peregrinar por cafés, cabarés y clubes nocturnos hizo amistad con los Canaro, que fueron sus vecinos en el barrio San Cristóbal, Buenos Aires, y con Gardel, Carriego, Carlos Pacheco y Prudencio Aragón, El Johnny, entre otros. Se le conoció, en su adultez, como El garrote, en alusión a un grueso palo de madera que usaba como bastón después de haber sufrido un accidente al desplomarse el palco donde actuaba, lo que afectó gravemente sus riñones; nunca lo superó, pese a su entereza y murió poco después de cumplir treinta y seis años.

Como compositor creó los tangos Alma porteña, Argentina y La percanta está triste –que le grabó Gardel-, Racing club, La viruta, Rodríguez Peña, El flete y varios más, todos en ritmo de dos por cuatro, salvo su creación mayor, Ojos negros, donde aplicó el cuatro por ocho que había inaugurado poco antes Eduardo Arolas.

Hay una diferencia tan grande de calidad entre este tema y el resto de su producción, que se alimentó muy pronto una versión: Irene Amuchástegui escribió que, en honor de la verdad, aunque Greco lo registró, previo hacerle algunos arreglos menores, Ojos negros debe su belleza intrínseca al compositor Prudencio Aragón, uno de sus amigos, quien, en un gesto habitual para aquellos tiempos donde nadie controlaba los derechos de autor, le regaló la partitura sin nombre de este tango.

Pero, claro, no terminan con esta peripecia los tropezones del reconocimiento de Greco, más allá de que perdura y lo seguirá haciendo en los registros, como el creador de esa hermosura musical que conoce versiones instrumentales memorables de Carlos Di Sarli, Aníbal Troilo, Horacio Salgán, Astor Piazzolla, Osvaldo Pugliese y Raúl Garello.

El 7 de marzo de 1884 se había estrenado en Moscú una canción rusa del género romanza, con letra del poeta Evgenon Pavlovich Grebinka y música tomada de un vals del alemán Florian Hermann, titulada precisamente Ojos negros. Es sugerente que esa canción haya sido popularizada en el exterior, a raíz de una gira del músico Fiodor Chaliapin. La pregunta brota espontánea: ¿hasta qué oídos pudo haber llegado?

Se sabe que, tras el paso de décadas, fue interpretada por Django Reinhardt y por Mirielle Mathieu.

Ojos negros, ojos apasionados,/ ojos ardientes, hermosos./ Cómo os quiero, cómo os temo./ Tal vez os conocí/ en un momento maldito.

Y aunque parezca invento de este humilde columnista, hay otra joyita: Florindo Sassone –en un acto que cuesta calificar sin caer en la irrespetuosidad- arregló esa vieja canción rusa como tango y la grabó en 1968. O sea que esta versión, por cierto titulada Ojos negros, no tiene nada que ver con la obra de Greco pese a que hay quienes dicen todavía, como una velada sospecha que regresa del pasado, que tiene algunos compases y acordes similares.

Entre otras curiosidades cabe destacar que, si bien desde su estreno hasta hoy Ojos negros luce espléndido gracias a sus expresiones instrumentales, ya fallecido Greco se le escribieron tres letras: la primera del poeta Pedro Numa Córdoba, la segunda de José Arolas –denunciado repetidamente como un apodo de Numa Córdoba, aunque hubo opiniones que aseguraban que José era hermano de Eduardo Arolas- y la última de Julián Porteño.

La primera letra la cantó en el teatro Lola Membrives, de la segunda hay versiones de Carmen Duval y Jorge Ledesma con Alberto Mancione, y de la tercera sólo se conoce la que grabó Enrique Dumas.

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