LA AVENTURA DEL TANGO: ENTRE MAURICE Y BERGMAN

ANTONIO PIPPO PEDRAGOSA Columnista

A fines del siglo XIX San Fernando, en la provincia de Buenos Aires, era un villorrio antesala al Delta. Hoy es una moderna prolongación de Buenos Aires que no pierde ocasión, en los aniversarios que lo recuerdan, de rendir homenajes a quien fue su hijo pródigo.

Francisco Nicolás Pracánico

Allí nació y murió -15 de mayo de 1898 y 30 de diciembre de 1971- Francisco Nicolás Pracánico, otro de los pioneros del tango que tuvo una vida novelesca y escaló desde su condición marginal de pequeño niño lustrabotas a compositor de Gardel, de Maurice Chevalier y de Ingmar Bergman.

La pobreza lo empujó a la calle a los ocho años: cualquier moneda era necesaria en su casa. Pero aunque la calle es dura, a veces da sorpresas. El pequeño Pancho, cuando los clientes escaseaban porque en San Fernando había más alpargatas que zapatos, tocaba una armónica prestada a puro oído; hasta que un día alguien que pasó dejó entre sus manos una flauta; más tarde, otro hizo lo mismo con una guitarra; y hubo un tercero que le arrimó un pequeño piano ruinoso y le enseñó los primeros pasos de la música.

La experiencia con ese piano fue francamente inusual.

Además de lo aprendido, debió ingeniarse para crear un sistema de elásticos en cada martillo a fin de que las teclas, luego de ser oprimidas, volviesen a su lugar. Por eso se enamoró del piano y conoció más de su interior, a tan temprana edad, que los pianistas populares más reconocidos.

A los quince años abandonó la calle y los atardeceres con hambre contemplando desde una barranca los cargueros que remontaban el río Luján.

Obtuvo trabajo de lava copas en el café San Fernando; una noche faltó el pianista y el dueño arriesgó: puso en su lugar a Panchito, quien comenzó tocando El caburé y concluyó la función en medio de los aplausos entusiastas del público. A los pocos meses ganaba ciento cincuenta pesos mensuales en el cine teatro Variedades y allí compuso su primer tango, en 1916, Monte protegido, en recuerdo de un mercante argentino hundido por los alemanes durante la Primera Guerra Mundial. En 1919 dio el gran salto a Buenos Aires, como pianista de Augusto Pedro Berto, pero pronto se lanzó a la aventura de su propia orquesta, a la que incorporó a Gabriel Clausi, Domingo Scarpino, Manlio Francia y Elvino Vardaro, cuatro de los mejores músicos del tango de la época. ¿Cómo pudo? El convencimiento vino por la admiración: no obstante su juventud, su calidad de pianista ya era envidiable y difícil de igualar. Lastimosamente, no se conservan grabaciones, aunque se hicieron, de esa impar agrupación.

A lo largo de su vida artística formó otros grupos, fue pianista de D’Arienzo, acompañó a Azucena Maizani, Ada Falcón y Carmen Duval, hizo el tango central de la película Monte criollo, de Atilio Mentasti –que cantó la Ñata Gaucha, y al que, al final, añadió otro, Muchacho del cafetín, para la voz del actor Florencio Ferrario- y apareció con un quinteto en el filme Sábado a la noche, cine, en 1960.

Sin embargo, la trayectoria de Pracánico reserva otros honores.

Fue un prolífico autor -uno de los preferidos de Gardel, su amigo, que le grabó numerosos temas- y entre sus principales obras figuran Corrientes y Esmeralda, Cuentas claras, Dejá nomás que se vaya, El cielo en tus ojos, Enfundá la mandolina, Madre, Mentira, Milonga para Carriego, Pobres flores, Pampa, Taita, Tango porteño, Si se salva el pibe y Trapito, además de cantidad de zambas, chamamés y vidalitas-; y como pianista dejó joyas como Esta noche me emborracho, de Discépolo, Derecho viejo, de Arolas y Dulce cariñito, de Améndola.    

Pero, sin duda, la “joya de la corona” fue su vínculo con dos artistas extranjeros, exitosísimos en distintas disciplinas.

En 1925 Maurice Chevalier, junto a Ivonne Vallé, actuó en el teatro Porteño, contratado por Manuel Romero. Quería cantar un tango. Después de intentos varios, Romero depositó la responsabilidad de la composición en Pracánico. El francés se sacó el gusto, estrenando Tango porteño, que incorporó a su repertorio y cantó por el mundo.

Y Pancho, al cierre de sus aportes al arte popular, ya veterano, interpretó precisamente Derecho viejo, con un sexteto armado bajo su dirección al piano, para cumplir con la inesperada convocatoria del gran Ingmar Bergman a fin de integrar la banda sonora de su película Creadores de imágenes.

De niño lustrabotas con armónica en las calles del viejo San Fernando a vestir de tango al cine sueco… ¡si habrá sido una vida novelesca la de Francisco Pracánico!

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