La aventura del tango: Cortázar, el Otro

ANTONIO PIPPO PEDRAGOSA Columnista

De pibes la llamamos “la vedera”/ y a ella le gustó que la quisiéramos./ En su torno dibujamos tantas rayuelas./ Después, ya mis compadres, taconeando/ dimos vuelta manzana con la barra/ silbando fuerte para que la rubia/ del almacén saliera con sus lindas trenzas/ a la ventana.

Julio Cortázar

Cuando se piensa en la relación entre Julio Cortázar y la música, se suele hablar de su amor por el jazz –Ellington, Parker, Hines-, inmortalizado en varios de sus cuentos y novelas; pero Cortázar también se enamoró del tango, aunque de esa historia se hable menos o se la ignore en muchas biografías. En 1953, ya en París, unos amigos le regalaron una victrola y unos discos de Gardel. Ahí se produjo el impacto que le hizo escribir:

-Es maravilloso. A Gardel hay sólo una forma de escucharlo: a través de un viejo pasadiscos, en vinilos gastados por las caricias de la púa, en noches de verano y cebando mate.

Y vaya que hay pruebas de ese amor de Cortázar por el tango.

Desde el 19 de noviembre de 1981 y hasta 1994, resplandeció en París una tanguería creada por argentinos: Les trottoirs de Buenos Aires (traducido sería “las veredas” o “las aceras”), primero en 37 rue de Lombards y luego en avenue Les Halles. La iniciativa, frustrada repetidamente, había nacido a comienzos de la década de 1970 y al fin se hizo realidad con veintitrés socios encabezados por el músico Edgardo Cantón, Tomás Barna y Benjamín Kruk. A su alrededor colaboraron intelectuales, artistas y hasta diplomáticos.

El padrino fue Julio Cortázar, amigo de Cantón, y poco después fue designada madrina Susana Rinaldi. En el debut actuó –su primera vez en Francia- el Sexteto Mayor, encabezado por José Libertella y Luis Stazzo.

A decir verdad, París ya tenía un estrecho, aunque brevemente interrumpido vínculo con el tango: se sumergió en él poco después de su explosión popular en el Río de la Plata, en 1906, cuando comenzaron a llegar partituras de diversas obras, con destaque de La morocha y El choclo, y algunos de los autores más conocidos, caso de Eusebio Gobbi y Ángel Villoldo. El apogeo ocurrió alrededor de 1913, dejando huellas en diarios como Le Figaró:

-Lo que estamos bailando, y lo seguiremos haciendo, es un baile gracioso, ondulante y sensual.

La palabra tango se aplicó a cualquier cosa, por ejemplo “champán-tango, chocolate-tango, perfume-tango” y hasta un tren que corría entre París y Dauville fue bautizado “Tango” y el color naranja vivo se puso de moda para ropa, sillones y sofás por una arbitraria conexión que alguien inventó con la música ciudadana rioplatense.

En El juguete rabioso, Roberto Arlt hizo decir a uno de sus personajes:

-Dicen que allá, en París, los que saben bailar tango se casan con millonarias. Quiero ir allá.

Hubo, como mencioné antes, algunas intermitencias a lo largo de los años. Se sabe, claro, que en 1945, luego del final de la II Guerra Mundial, irrumpió en cuanto sitio público había en la capital francesa la música de origen anglosajón. Sin embargo, el paso al costado del tango duró poco y ya a inicios de la década de 1950 retomó el pasado vigor y se hizo, otra vez, “rey del cabaré”.

Por Les Trottoirs de Buenos Aires pasaron, entre muchos otros, el Sexteto Mayor, Susana Rinaldi, Raúl Lavié, Salgán-De Lío, los bandoneonistas Arturo Penón y Walter Ríos, Osvaldo Piro, María Garay, Orlando Trípodi y dos grandes artistas uruguayos: el guitarrista Ciro Pérez y el pianista Enrique Pascual.

Hoy, cerrada hace más de veinte años, si es domingo a las siete de la tarde, al borde del Sena, más allá del puente de Sully, desde una suerte de anfiteatro, los tangos surgen de un radiograbador: sobre el piso áspero alguien esparce ácido bórico para suavizarlo; los hombres cambian sus zapatos por charoles y las mujeres se ponen los de taco alto. Y así, el aire libre, entre turistas, estudiantes, habitués y caminantes de todas las edades, se larga la milonga: se sigue bailando tango a la rioplatense.

El milagro perdura.

Y al cierre una sorpresa, quizás: Les Trottoirs de Buenos Aires debió su nombre a una letra de tango de Cortázar –que escribió diez  con música de Cantón y los grabó Juan “Tata” Cedrón-, Veredas de Buenos Aires, al que pertenece el verso que inicia esta columna.

Y va otro.

A mí me tocó un día irme muy lejos,/ pero no me olvidé de las veredas,/ no me olvidé de las veredas./ Aquí o allá las siento en los tamangos/ como la fiel caricia de mi tierra./ ¿Cuánto andaré por ahí hasta que pueda/ volver a verlas?    

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