THE ADVENTURE OF TANGO: THE HEAVENLY SOUND

Columnista
-Yo debuté con Piazzolla, y al rato me echó. Ensayábamos el tango Si se salva el pibe, cantando Jorge Sobral. Cuando viene el solo del chelo, por los nervios, me apuré. Astor me dijo: ‘¿Adónde va tan apurado, viejo?’ Y le contesté en broma: -‘A ver si se salva el pibe…’. Me miró de modo glacial y me respondió: ‘-Retírese de acá, mocoso de mierda’. Pero con el tiempo nos hicimos amigos, grabé con él, frecuenté su casa y le hicimos un dúo de chelos con mi admirado José Bragato.
La anécdota fue relatada por Enrique Lannoo, un músico fundamental en la historia del tango a partir de la segunda mitad de la década de 1950 –nacido en Buenos Aires en abril de 1940- y quien pasó luciendo su arte por las principales orquestas, entre ellas las de Aníbal Troilo y Osvaldo Pugliese, como violonchelista, compositor y arreglador. Hizo giras por el mundo y tocó en las escuelas de Hiroshima y Nagasaki, luego que las autoridades japonesas le pidieran un tango a modo de homenaje frente al mausoleo de los muertos y desaparecidos por las bombas atómicas. Compuso más de cien obras y son joyas, entre ellas, A Horacio Paz, Elegía para el amigo negro (en recordación de Martin Luther King) y A mis dos maestros (dedicado a Troilo y a Pugliese).
Sin embargo no fue Lannoo, pese a su fuerte protagonismo y calidad, el que introdujo el violonchelo –un instrumento creado hace casi cuatrocientos años, que llegó después del violín, la viola y el contrabajo- a las orquestas de tango. Ese privilegio, en un extendido debate entre historiadores, se lo disputan Nerón Ferrazzano y José Bragato.

Del primero se dice que lo tocó, luego de severos estudios clásicos, con los conjuntos de su hermano, Agesilao, de Eduardo Arolas y de José Martínez a fines de la década de 1910 e inicios de la siguiente. Es más: aseguran algunos coleccionistas que conservan viejas grabaciones de su chelo en el sexteto de Julio De Caro, tocando La cumparsita y Chiqué, en fecha incierta del año 1926.
Siguiendo hoy una línea temporal de aquella época, de todos modos difusa, no habría dudas. Es curioso, no obstante, que la mayoría de los especialistas se inclinen por Bragato, tal vez influidos por su trayectoria, sus obras y sus extraordinarias cualidades como ejecutante de un instrumento complejo y rico –del que muchos sugieren se extrae un sonido celestial y el más parecido a la voz humana-, algo más pequeño que el contrabajo pero al que hay que tocar sentado, teniéndolo entre las piernas y apoyado en una suerte de punta de acero.

José Bragato nació en Udine, Italia, el 12 de octubre de 1915, llegó a la Argentina con su familia en 1928, y murió… ¡el 18 de julio de 2017! Ciento dos años de edad, con una impresionante carrera de chelista, pianista, compositor y arreglador. Se recuerda una anécdota –o leyenda- jamás documentada: cuando la inundación de 1930 dejó a su familia en la calle y sólo se llevó un piano viejo que conservaba.
El maestro alemán Ernesto Petz, violonchelista contratado por el Colón y amigo de los Bragato, fue quien le regaló un chelo y lo inició en estudios de música clásica, folclórica regional y tango.

Bragato es reconocido en el mundo entero, grabó centenares de obras de su autoría y ajenas, con orquestas propias y con las de los más grandes maestros: particularmente rica fue su unión con Piazzolla –con quien armó el legendario Octeto Buenos Aires y, finalmente, el brevísimo pero excelso Sextango, al que también contribuyó el bandoneonista uruguayo Luis di Matteo, que se frustró por la muerte del autor de Adiós, Nonino– y sus últimas actuaciones públicas, avanzada la década de 1980, con la Orquesta de Tango Juan de Dios Filiberto, dirigida por su amigo Osvaldo Piro. Como compositor se recuerdan las genialidades Graciela y Buenos Aires, Malambo, Tres movimientos porteños y Milontan, además de haber hecho conocer a Piazzolla de tal manera que, en Alemania, hace quince años, ocurrió la creación de un grupo de doce chelistas de la Der Berliner Philarmoniker para tocar tangos en un espectáculo inédito y conmovedor.
De yapa, a sus noventa y ocho años, Bragato, amigo de Rostropovich, fue invitado de honor de Zubin Mehta en el Colón: se tocó Adiós, Nonino con los impresionantes arreglos del chelista ítalo-argentino. Otra maravilla.
Cerrando esta reseña vuelvo, como en una parábola, a Lannoo: –Cuando te apasionás con el violonchelo sentís que hay algo muy superior que te alimenta el alma. No se puede explicar.
