
En la noche del 28 de agosto, el Auditorio Baluarte de Pamplona presentaba en un concierto llamado “Libertad”, que prometía ser la joya de la corona de esta octava edición del Festival Flamenco on Fire, a tres cantaores de distintas generaciones y procedencias, Pansequito, Antonio Reyes y el joven Israel Fernández, junto a sus guitarristas Miguel Salado, Dani de Morón y Diego del Morao.

Con esos mimbres sobraban las expectativas. Pero nada más aparecer en escena Antonio Reyes y Dani de Morón, solos, comprendí que estábamos ante un tipo de concierto que se espera en circuitos minoritarios, pero no en el gran escenario del Baluarte, no en un festival de esta categoría. Tres artistas repartiéndose el tiempo del concierto es una estructura que desaprovecha las posibilidades de un gran escenario, descarta la originalidad de las ideas y las múltiples opciones de una arquitectura teatral creativa, acorde al escenario y al momento.
La idea era buena. Un cantaor veterano, Pansequito, uno de mediana edad, Antonio Reyes y el joven vanguardista y transgresor, Israel Fernández, que marcó territorio antes de abrir la boca, con su atuendo de pantalones rojos, camisa verde, calzado blanco y melena leonina, en plan rey de la selva.



Se echaba de menos un diseño teatral con todo el elenco presente en todo momento, con efectos de luz que se encargaran de iluminar u opacar a unos y otros; un movimiento coreográfico de cambios de posiciones de los artistas en el gran espacio disponible. Una buena arquitectura teatral que hubiera evitado la repetición de palos por los cantaores. Pero para eso tiene que existir una coordinación en el desarrollo del proceso escénico, en lugar de diseñar actuaciones como en compartimentos estancos. Se echaron de menos, solos de los guitarristas, todos ellos maestros de la guitarra de concierto, acostumbrados a otras coreografías. Hubiera sido fácil utilizar estéticamente todo el espacio disponible. Estos u otros recursos habrían enriquecido el resultado.
En lugar de disfrutar de un gran concierto, tuvimos que conformarnos con tres mini conciertos. Cosa que también afectó a los artistas, por falta del estímulo necesario para crecerse y manifestarse en plenitud. En lugar de épica, territorio plano. Poca libertad en un concierto llamado “Libertad”.
Un gran escenario en un gran festival, con artistas de renombre internacional se merece los recursos teatrales que vemos a diario en otros conciertos, incluso en este mismo escenario en otras ediciones del on fire. Y ¿por qué no cerrar el festival con este concierto? Pregunta sin respuesta.
No se pretende decir que los artistas, cantaores, guitarristas y palmeros no lo hicieran como se esperaba de ellos, ni que no se disfrutara de cada una de de sus actuaciones de manera puntual, aunque sin poder evitar el asombro que produjo el procedimiento elegido para la ocasión. Hubo momentos cumbre de los tres, como la soleá de Antonio Reyes, los tientos tango de Israel Fernández y los tarantos de Pansequito. Por señalar uno de los tres o cuatro cantes que correspondieron a cada uno.
Se hubiera disfrutado más de la diversidad de sus voces flamencas con otra coreografía. Pansequito brilló por su maestría cantaora, por su jondura, por sus recursos vocales, fruto de su veteranía; Reyes por estar, por edad y experiencia, en el mejor momento de su voz y técnica vocal. Y en Israel brilló el poder de su juventud, con una voz ya muy cuajada y la expectativa de su maduración en timbre y matices en años venideros. En los dos últimos años ha pasado de joven cantaor a estrella consagrada del territorio flamenco.
No sé si Israel se llevó al auditorio a todo su club de fans. Pero fue el único que puso a la sala en pie y los aplausos eran de los que hacen temblar los cimientos. Algo que hizo pensar por un momento en los recursos tecnológicos que dominan los jóvenes de hoy. O que el joven Israel levanta pasiones que no levantan sus compañeros curtidos en mil batallas. O que la juventud crea mitos que la edad transforma en fama.
Al final sí estuvieron todos para escenificar la clásica y un poco tópica despedida por bulerías. Podría haber sido la misma, pero muy distinta, con otro diseño de espectáculo. Lástima de gran ocasión perdida.