Decía de su cante María Terremoto en  diciembre de 2017: “Aprendo de mis actuaciones, de mis errores, me veo en video. Ya me he planteado dar clases para mejorar vocalmente, me doy cuenta de que no me mido, echo mucho ají al cante y me daño la garganta; pero no voy a dejar de cantar como canto, aunque aprenda a respirar, a superarme vocalmente.”

Mucho ha cantado María por el mundo desde entonces. He vuelto a oírla varias veces, cada vez mejor. Pero la noche del viernes 7 de mayo, en la sala de cámara del Auditorio Nacional fue impresionante en todos los sentidos: Voz madura, profunda, limpia, medida, vocalmente perfecta. Pero ahí sigue la esencia, el sentimiento, la transmisión emocional, como ella quería. Pero además ahora sabe moverse por la escena, la llena con su presencia, una presencia regia en los cantes solemnes de fragua y gañanía de la primera parte de su actuación; llena de gracia en la segunda parte festera. Y lo más impresionante de todo es su cante a capella.  Sin micrófono, su voz sigue escuchándose potente, limpia, hermosísima. María ha hecho un trabajo impresionante con su voz y su saber estar en escena. Se ha convertido en una diva flamenca.

Emocionante en ese comienzo por tonás, los tercios perfectamente medidos en la seguiriya, jondura a raudales. Y toda la gracia del mundo por tangos, fandangos y rumba en un final apoteósico, con el público rendido a sus pies. María tiene un enorme carisma, una enorme empatía con su público. Se hace querer.

Una mención especial para su guitarrista habitual, Nono Jero, de distinguida saga santiaguera jerezana de guitarristas; y a sus palmeros, Manuel Valencia y Manuel Cantarote, emocionantes con el compás de fragua.

Creo que esta crónica se completa con un reportaje fotográfico de esa noche del viernes pasado. Nueve fotos que valen más que mil palabras. ¡Grande María!