Por Antonio Pippo
¡Por fin apareció algo en el horizonte de nuestra cotidianeidad que nos pone a la altura de los países más avanzados!
La interrupción de un partido oficial de nuestro fútbol, supuestamente planificado para su seguridad. Los incidentes, los incidentes, televisados o contados, desbordaron cualquier maligna imaginación Sí, aunque a usted, lector, a quien yo supongo confiado en la institucionalidad nacional, en la probidad de los hombres y toda esa palabrería berreta con que la que nos han cargado para anestesiarlo.
Al carajo el déficit fiscal, la inflación, el dólar, el desempleo, la educación, la salud y… Bueno, iba a decir “hasta la inseguridad”, pero advertí a tiempo que incurría en una suerte de estúpida paradoja. Las alegres patotas armadas ahora vuelven a radios, televisoras, redes sociales y, oh, caramba, fiscalías especializadas que no son otra cosa que una muestra más de la falta de seguridad –física, económica, jurídica- de la que los ciudadanos de la nación somos rehenes. Está claro: hablo de ciudadanos a los que se puede considerar honestos (a mí que me revisen).
Pero, claro, hablando del aljibe se derramó el balde: ¿usted qué dice a la posibilidad de hacer un censo de ciudadanos intachables? Es una de mis tantas giladas ¿no?; sería más fácil hacer un censo de hormigas cosechadoras en la zona de Mal Abrigo, y no hablo de hormigas cosechadoras de votos que, aunque metáfora al fin, hoy podría utilizar sin problemas de conciencia: es que esa hormiga y el ser humano son dos criaturas que tienen en común la institución de la propiedad. ¿Un ejemplo? Cuando las hormigas de un determinado sitio han almacenado grandes cantidades de alimentos, las de un hormiguero vecino las invaden y luchan por la posesión de esa riqueza. Je… Esto no me lo he imaginado yo; me lo enseñó un libro de Aldous Huxley.
Todo tiene que ver con todo. Porque si bien es cierto que esta penúltima barrabasada en el ámbito del fútbol parece –ojo, dije parece- bastante extendida sólo por la violencia social reinante, concluye incorporando a dirigentes, a periodistas, a ciertos empresarios no se sabe bien de qué, a operadores astutos de redes sociales y, de rebote, a capitostes del gobierno y al Poder Judicial. No descalifica a nadie la ardiente sospecha acerca de gentes que aún andan entre las sombras, agazapadas a ver qué pasa. Entre ellas un individuo mencionado en múltiples ocasiones, que acompaña y festeja los toques de tambor del carnaval, almuerza de tanto en tanto con un viejo gaucho payador, quizás como agradecimiento a su apoyo moral para zafar en el pasado de algunos tropezones impositivos.
Lo interesante es que esta reiteración de violencia en el fútbol, frente al desorden o la impericia de los guardines del orden, debidamente amplificada por la prensa, trajo otros barros. Y ahora –báncate ésta, campeón- la FIFA y la CONMEBOL amenazan otra vez meter la mano en la AUF. El quilombo subsiguiente si ocurre, ya tiene, como mera hipótesis, el enredo y la gracia irónica de los mejores cuplés de tablado que hayamos escuchado.
Marchas y contramarchas. Amenazas y gritos libertarios. Desconcierto generalizado entre nosotros, los nabos de siempre (Tomás Linn dixit) mientras tiembla la peregrina idea de organizar con los argentinos el Mundial de 2030.
A esta altura de los acontecimientos, es más probable que se lo den a Liberia y Gabón, o a Erdogan, el padrecito turco perenne, que, menos compuesto que Putin, no se anda con chiquitas.
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