Trobairitz Magazine: La literatura y el arte como espacios de interculturalidad para la paz

ANDREA V. LUNA Escritora, periodista y profesora en Letras, Directora Gral. La Agencia Mundial de Prensa, Argentina. Directora de Trobairitz Magazine. PRENSA ESPECIALIZADA

 A veces revolucionaria; otras, pasiva… lineal o retorcida, excesiva o mínima, combativa o sosegada, imaginativa o testimonial, plana o simbólica… exquisita, torpe, apresurada, morosa… bella, terrorífica; sincera o mentirosa… La Literatura es la esencia misma del alma de las personas; ese golpeteo rítmico en las venas que, con cada latido nos dice que todavía somos humanos.

Las Letras, las artes en general, que se sostiene erguida en sus pilares esenciales –cuerpo, mente, espíritu– es la que percibimos, al leerla, al escribirla, como la magia misma en estado puro. Y, aun así, no pierde el contacto con la realidad.

La Literatura es, en esencia, el lugar en donde confluyen el genio, la inventiva, el conocimiento –actual y ancestral, sobre todo– y el equilibrio, incluso en aquellos ismos y tendencias que parecen denostarlos. Y es que hay una Teoría Literaria y una definición de Literatura por cada escritor… y por cada lector… incluso también por cada no lector. El mundo de las Letras –ficción más, ficción menos– nos atraviesa, aunque haya quien persista en oponerse. Cuantos alguna vez fuimos al cine a ver una película deberíamos entender que, antes que todo ese aparato de producción, hubo un guion de cine… y eso, gente linda, es Literatura.

¿Todo lo que escribimos es Literatura? Todo lo que escribimos es ficción: incluso una tesis doctoral cuya impronta es la objetividad; incluso una crónica periodística o una memoria descriptiva, o la redacción de una Ley. Todo está cargado de uno o varios puntos de vista; de una selección específica de ciertas palabras y no de otras; de una puntuación específica; de aquello que no se dice o no se quiere nombrar; de ciertos usos y costumbres que pueden diferir de un lugar a otro, de una cultura a otra. Y es que no podemos dejar de ser quiénes somos (Umberto Eco dixit); por lo tanto, nuestros textos contienen la esencia misma de aquello que nos conforma, incluso cuando contemos ficciones que se opongan diametralmente a nuestras propias ideas: un escritor cuyo métier sea el policial noire no es (al menos no necesariamente <insértese un silencio incómodo aquí y un par de guiños cómplices>) un asesino en serie o un psicópata escondido. De la misma manera, no todo poeta cantará cosas bellas aunque la poesía siempre esté ahí, esperando ser cantada: «Podrá no haber poetas / pero siempre habrá poesía» en las necesarias palabras de Gustavo Adolfo Bécquer (cuya tumba todo poeta debería intentar visitar alguna vez). De la misma manera, siempre habrá algo para contar… triste, muy triste, sería que no hubiera quién pudiera con esa labor (en esencia, el trasfondo del distópico «Disappearing Act» de Alfred Bester).

Literatura hubo siempre, desde el primer humano con algo para contar, con voz, con memoria… antes, mucho antes de la escritura, de los libros, de las editoriales… de las Ferias del Libro. Esa necesidad de decir ha sido fundacional en las diferentes culturas, de los distintos pueblos y de sus ideologías, creencias y hasta de sus diferentes organizaciones sociales. No digo nada nuevo: la palabra es memoria, es esencia, es evolución y es identidad.

La Literatura es, antes que nada, una forma de recordar quiénes somos. También es Patria, la que reconocemos como tal y otra que no figura en los mapas, pero que también nos da identidad. Por eso es escritura que se encarna en la

lengua del pueblo, en sus silencios (los que proponemos y los que heredamos), en el acento de cada región, y en las cadencias del hablar y el escribir que se transmiten como se pasa el mate: con cuidado, con pausa, con historia.

Entendida como autora de la identidad de los pueblos, la Literatura también les da forma. Los nombra, los sueña, los interroga… los acaricia. Un poema puede contener una generación. Un cuento, una geografía entera. La épica no siempre está en las gestas: a veces vive en el acto humilde de quien cuenta lo suyo y, al hacerlo, nos revela lo nuestro y nuestro enfrentar la vida con heroicidad.

Sin embargo, más allá de cada frontera, de cada pueblo… no siempre se entiende ese «quién soy, quiénes somos». La literatura guarda el pulso vital de una comunidad. Por eso hay que cuidarla, preservarla, traducirla y propagarla sin diluirla. Porque, en tiempos de fragmentación e igualación forzada de discursos, contar lo propio —con voz propia— es un acto político, poético y profundamente necesario.

También es profundamente necesario que el texto se deje acariciar por un lector amoroso, dispuesto a contribuir con sus propios saberes, sus propias competencias sociolingüísticas y culturales, a la majestuosidad del saber transmitido en cada pieza de este rompecabezas que constituye la Literatura de un pueblo para otros pueblos que guardan también la suya propia.

En un mundo donde la palabra puede destruir personas, países, culturas… también tender puentes.

Entonces, intentar ser un espacio que sirva como embajada cultural y literaria es uno de los actuales objetivos de Trobairitz Magazine. Que no nació como revista sino como un espacio donde algunos escritores conocidos podíamos compartir nuestros trabajos; un lugar común para que, cuando alguno compartiera el enlace del pdf también estuviera ayudando a otros. Tenía forma de revista, porque resultaba más agradable a la vista… y ya. Sin embargo, pronto nos dimos cuenta de que había otro potencial escondido y, junto con mis socias: Alejandra Jonte, Francy de los Ríos y Mercedes Chimirri, pensamos en que sí, era posible convertir esa idea primordial nacida de un encuentro entre las cuatro, en un espacio mayor. Comenzamos a tener espacios diversos, entrevistas, columnas fijas de bienestar y cultura, sumamos gente de otros países y nos fuimos convirtiendo en un lugar multicultural y multinacional que apuesta por la paz, la tolerancia y la diversidad. Invitamos a los escritores noveles a confiar en este espacio, porque aquí sus voces no solo son escuchadas, sino celebradas y compartidas con lectores de distintas culturas.

Publicar en Trobairitz significa entrar en una comunidad que valora cada palabra como semilla de diálogo y cada texto como una oportunidad de encuentro. Porque la literatura no conoce fronteras… y nosotros tampoco. Por eso, nuestro staff es internacional, heterogéneo… único y maravilloso.

Staff:

  1. Prof. Andrea V. Luna (Argentina) – Directora editorial
  2. Dra. Alejandra Jonte (Argentina) – Equipo editorial
  3. Francy De Los Ríos (Venezuela) – Equipo editorial. Entrevistas.
  4. Couns. Mercedes Chimirri (Argentina) – Equipo editorial. Entrevistas.
  5. Dr. Juan Tobías Nápoli (Argentina) – Reflexiones de un filólogo aburrido
  6. Dr. Dibyajyoti Mukhopadhyay (India) – India Desconocida
  7. Chef Sebastián Saavedra (Corrientes, Argentina) – Cocina y algo más
  8. Prof. Griselda Flores (Argentina) – Rompecabezas
  9. Mabel Bernal (Argentina) – Vida sana
  10. Mía Luna Celeste (España). Corresponsal. Enlace con La Agencia Mundial de Prensa
  11. Andrés Moleta (Argentina) – Fotografía
  12. Arq. Flavia Ovejero (Córdoba, Argentina) – Fotografía.
  13. Leonina Antonucci (Chile) – Trobaconsejos – Corresponsal
  14. Anirban Chattopadhyay (India) – India desconocida
  15. Prof. Silvia M. Stéfani (Chaco, Norte Argentino) – Corresponsal
  16. Mabel Arcenegui (Argentina) – Portada
  17. Silvia Duarte (Argentina) – Portada
  18. Avril Domínguez (Argentina) – Pasante de diseño
  19. MP Gabriel Da Silva

Andar por los pasillos de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, o de Kolkata, o de las más pequeñas y locales, es adentrarse, con solo desearlo, en una aventura desafiante, vertiginosa… mística, incluso. Es que dejarnos llevar por la imaginación (¿Qué contendrá este libro? ¿Qué es eso que no conozco? ¿Y ese autor?), los colores, los aromas a papel y tinta, las voces, los acentos, lo escrito y lo pronunciado, los comentarios, las exclamaciones de los lectores, su entusiasmo y energía; la aparición de los autores y sus ganas indiscutidas por darse a conocer y ser leídos… sencillamente, lo son todo.

Entender la esencia de esa multiculturalidad condensada en ese espacio, y lo que transmite es haber aprendido un poco más cuál es el camino que nos lleva a la convivencia pacífica.

«La belleza del cosmos no procede solo de la unidad en la variedad, sino también de la variedad en la unidad» afirmaba Eco en El nombre de la rosa. Y estas son palabras que atesoro desde mis tiempos universitarios, junto con la ficción mágica y laberíntica de Jorge Luis Borges y el apasionado y cantarino glíglico de Julio Cortázar, o la enormidad clásica de Eurípides y Homero. Acaso las palabras de Eco, en boca de William de Baskerville, hayan calado hondo en aquel subconsciente mío todavía en formación y evolucionado hasta una palabra cuya simpleza y contundencia amo pronunciar: crisol. Entonces, siguiendo al ilustre italiano, pienso en su Salvatore que hablaba un idioma que era todos los idiomas: él era el único, en ese caos, que lo había comprendido todo.

Nuestros tiempos son tiempos revueltos. La tendencia hacia una globalización artificial está matando nuestros orígenes, nuestras culturas, nuestra esencia: ya no aprendemos de nuestras carencias y de los errores que nuestros pueblos hayan cometido a lo largo de nuestra historia; sino que, sin juicio, tino ni sentido, se manipulan los acontecimientos históricos para «aggiornarlos» (permítanme este pastiche) a las nuevas sensibilidades e ideas. Todas y cada una de las sociedades, desde sus orígenes mismos, contienen grandes aciertos y calamitosos errores: quitarlos de la ecuación es perder la capacidad de aprender del pasado para ser mejores. Hoy es tendencia reescribir la historia, suavizarla, esconder aquello que podría «verse mal»… Y ahí tenemos, eliminados de un plumazo intempestivo o, peor aún, manipulados de manera irresponsable, los acontecimientos sobre los cuales deberíamos generar debates reflexivos. No, Ana Bolena no era una mujer de piel oscura; tampoco las valquirias ni Aquiles, el de las blondas cabelleras. No entenderlo es, sin duda alguna, empobrecer las generaciones venideras con la falta de conocimiento y capacidad investigativa.

Eliminadas del relato las variables que lo conectan con nuestra cotidianeidad (ya sea en la escritura como en la lectura) perdemos el registro de las culturas, de las épocas, de las personas que constituyen la base en la que se cimienta la propia humanidad.

Si hay algo todavía hoy, tantas décadas después, que extraño a horrores es la eterna discusión «de café» en el bufet de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de La Plata en su viejo edificio de calles 7 y 48. Los alumnos –a veces a solas; otras, con el docente de turno o el que pasara por ahí justo en ese momento– discutíamos lo que se planteaba en cada materia: intercambiábamos ideas, conceptos, pareceres, interpretaciones… nos apasionábamos, levantábamos la voz y nos enojábamos… nos matábamos de risa y nos despedíamos con un abrazo hasta la próxima cursada… y vuelta a empezar. Eso sí: nunca, de ninguna manera, se nos hubiera ocurrido reescribir La Ilíada para hacerla más suave a ninguna susceptibilidad. Ante todo, el respeto por el autor… portavoz de su época, de su geografía, de su ser.

Conocí a una persona (un profesor del área de exactas) que decía que la ficción es una pérdida de tiempo; también a alguien que para insultar usa la palabra «novelero» y un director de escuela que creía que lo utópico no tenía sentido. Hoy lo entiendo de otra manera y me apena pensar que han perdido una parte importantísima de su esencia humana: el placer por el arte; el disfrute de la palabra; la capacidad de encontrar, entre lo que nos narra un buen cuento, aquella voz que subyace con una historia escondida y que tan imprescindible es en el quehacer de un buen escritor (Ricardo Piglia. «Tesis sobre el cuento»).

La lectura es un acto de profundísima confianza, por el cual entramos en la mente de otro –a quien es muy probable que nunca conozcamos–, en sus ideas, en las reglas que propone para ese juego del «como si» que nos es tan querido. Escribir es un acto de extrema introspección por el cual un autor llega a conocerse mucho más de lo que esperaba: ahí están sus miedos, sus aciertos, sus errores, sus grandezas y sus miserias. Entre ambos, la ficción que clama su lugar en el mundo como guardiana de la humanidad, de sus historias, de sus mitos. La Literatura no solo es un puente entre autor y lector; sino, muy especialmente, entre épocas, lugares, países, culturas… almas.

Una Feria Internacional del Libro como esta, promueve la construcción y preservación de esos puentes que nos hermanan y que nos permiten conocernos más y mejor… Porque, después de todo, en ese conocimiento residen el respeto y la tolerancia entre los pueblos. Esto no significa que estemos de acuerdo, sino que nos podemos permitir el sano intercambio de ideas, pareceres, historias, mitos… la vida misma. Y por esto, hago un último llamamiento: no solo los autores reconocidos tienen la palabra final, única… muchas veces los escritores independientes contienen es sus ficciones, en su estilo y en su qué-decir la mejor de las esencias de cada pueblo, porque no ha sido contaminado con la moda, con la masificación y lo políticamente correcto.

Para cerrar, creo que es mejor brindarles las palabras de otros, más autorizados, más reconocidos, que muestran cómo en verdad la Literatura nos hermana en sensaciones e ideas tan similares que se arraigan en nuestras sociedades como un abrazo profundo, sencillo, cercano.

  • «La libertad no tiene valor si no incluye la libertad de cometer errores». «La cultura de una nación reside en el corazón y en el alma de su gente». Mahatma Gandhi.
  • «La unidad no es uniformidad. La unidad es una armonía de diferencias. La música no se hace con una sola nota, sino con muchas notas diferentes en relación unas con otras». «El bosque sería muy triste si sólo cantaran los pájaros que mejor lo hacen». Rabindranath Tagore.
  • «Los relatos son el modo más humano del tiempo. Solo narrando, de tarde en tarde, de boca en boca, nos hacemos eternos». «A veces, los cuentos son retumbos y destellos de hechos ciertos. Contamos lo que ocurrió. Otras veces, los cuentos son pedazos de sueños. Contamos para que ocurra». Liliana Bodoc.
  • «Todo lo que nos sucede… nos es dado como materia prima… para que podamos dar forma a nuestro arte». «Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos». Jorge Luis Borges.

Muchas gracias.

Invitación a participar → Apertura hacia escritores noveles, voces diversas, multiculturalidad.


Descubre más desde LA AGENCIA MUNDIAL DE PRENSA

Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.

"¡Tu opinión es importante para nosotros! ¡No dudes en comentar!"