EL PENSADOR: UN PELIGRO INMENSO

Por Antonio Pippo

Que nadie me acuse de tonto dramático, porque no tengo dudas de que si desaparecen realmente la escritura y los lectores, todo indicio humano, tal como los hemos conocido y/o vivido, se borrará. Existimos porque, al menos desde Gutemberg hasta hoy han existido los libros.

Pero… ¿y por qué desaparecerían los libros?

Observemos mejor ciertas percepciones. Empieza a dibujarse el camino que lleva a que cada día sea más complicado editarlos, sobre todo porque las editoriales van por dos caminos: publicar sólo lo que sus “estudios de mercado” le indican -y ese es un universo reducido que se achicará cada día más por los precios y porque lo ofrecido disminuirá naturalmente la cantidad de lectores; la otra senda la usan las editoriales pequeñas, con las cuales el único modo, sobre todo para los nuevos creadores, es pagar la edición de su libro con su propio dinero (ésta es una maniobra que, al estudiarla, reserva algunas complejidades supuestamente “compensatorias” que son una pura ilusión); finalmente, es imposible no advertir que si todavía abundan quienes pretenden convertirse en literatos, en general sus propuestas son francamente espantosas y, el punto clave, letal, el mundo, la sociedad, se mueven y cada nueva generación tiene menos aptitud, interés y capacidad para leer como parte de su formación o entretenimiento.

Ignorar que la mayoría de los niños y adolescentes de este país no entienden lo que leen y no les interesa ni lo comprenden. Por lo tanto, escriben horrible y hablan peor. Estamos viviendo el siglo de las imágenes móviles y en colores y atrapados en redes donde se inventan con frecuencia atroz unos modos dialectales típicos de las tribus arcaicas, aunque usen términos de lunfardo rapero o villero.

Me permito remitirme a Ítalo Calvino, quien dijo en el prólogo de su primera novela, “El sendero de los nidos de araña”: -Por suerte escribir no es sólo un hecho literario sino también otra cosa. Esa otra cosa era la definición que iba adquiriendo mi personalidad y también las circunstancias sociales que me rodeaban, asumir responsabilidades, sea en la comedia, el drama o el humor, o una combinación de todo, para contarlo a mi manera. Las lecturas y la experiencia de la vida no son dos universos sino uno. Y para interpretarlo, cada experiencia pide auxilio a ciertas lecturas y se funde con ellas. Los libros nacen de la vida práctica y de las relaciones entre los hombres. Un río de discusiones y de lecturas que se entretejen con la experiencia.

¿Hay tiempo de cambiar el rumbo? Es posible. Pero habrá que tomar conciencia de lo que está ocurriendo e ir al trabajo vital, que reside en la educación: que los niños aprendan a leer y no cualquier cosa; que se tenga pruebas de que han entendido lo que leyeron y pueden interpretarlo, mejorando de paso su capacidad de hablar y escribir correctamente.

Para hablar de lo demás aquí tratado todavía hay tiempo. O eso creo.  


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