La aventura del tango: ¿Cuál de ellas?

ANTONIO PIPPO PEDRAGOSA. Escritor, Editorialista, Director Gral. de Cultura Tanguera. COLUMNISTA

Héctor Pedro Blomberg llevó su secreto a la tumba.

Real o imaginaria la protagonista, él jamás corrió el manto de dudas que por años sacudió a las gentes del Río de la Plata por saber quién había sido la mujer que le inspiró los versos de La pulpera de Santa Lucía, uno de los valses criollos, con base histórica, más difundidos desde su creación hasta hoy.

No es que haya callado: simplemente, como tantos otros creadores que adoran el misterio si piensan que ayudará a la difusión de su obra, con el paso del tiempo fue –y va aquí un dicho de boliche, usual en aquel tiempo- “entreverando la baraja”.

Primero dijo a un periódico, en pleno éxito del vals, que se trató de Dionisia Miranda, preciosa hija del dueño de una pulpería en cercanías de la parroquia de Santa Lucía, originaria de Siracusa y “patrona de la vista”, en la zona de Barracas, Buenos Aires, entonces residencia también de familias acaudaladas; añadió que fue llamada “la rubia del saladero”, una vasta zona industrial adyacente. Más tarde adujo haber errado el apellido y mencionó a Dionisia Valderrama y más tarde a su hermana Flora, ambas de ojos celestes y rubias.

Finalmente, pero ya no de parte de Blomberg, trascendió el nombre de Ramona Bustos, primogénita del patrón de otra pulpería cercana, que habría huido, en tiempos de Rosas, rumbo a la Banda Oriental, con un mozo poeta, guitarrero y unitario, profundamente enamorado de ella.

La pulpera de Santa Lucía, estrenada por Ignacio Corsini en 1928, fue escrita ese mismo año por Blomberg, un ensayista, periodista y poeta de prestigio, que se especializó en recreaciones de la época de Juan Manuel de Rosas y de las luchas entre federales y unitarios del siglo XIX; la música es del guitarrista Enrique Maciel, un afrodescendiente de notables cualidades para las seis cuerdas. Entre ambos escribieron un puñado de temas inmortales, de los que destacan la milonga El adiós de Gabino Ezeiza, los valses La mazorquera de Monserrat y La guitarrera de San Nicolás y los tangos Violines gitanos, Me lo dijo el corazón, La que murió en París y La viajera perdida, del que existe una inigualable versión de Edmundo Rivero con Aníbal Troilo.

Pero La pulpera de Santa Lucía, fallecido Blomberg, alentó, a través de investigadores algo audaces, una nueva teoría: el poeta habría sido inspirado por otra mujer, de dramática vida y trágico final, aunque buscó disimular sus caracteres más notorios para evitar la identificación.

Esa versión, que aún hay quienes la alimentan, menciona a Felicitas Guerrero, nacida el 26 de febrero de 1846, primera hija del matrimonio español entre Carlos José Guerrero y Reissig y Felicia Cueto Montes de Oca, vinculado a la aristocrática familia Álzaga, con propiedades en Barracas.

Felicitas, muy hermosa joven, rubia y de ojos celestes, fue obligada a casarse cuando cumplió los dieciocho años con un hombre mucho mayor, Martín Gregorio de Álzaga y Pérez Llorente, quien falleció pocos años después: tuvieron dos hijos –Félix Francisco y Martín- y Felicitas pasó a ser “la mujer más codiciada de Buenos Aires”, no sólo por su belleza sino porque al enviudar heredó una cuantiosa fortuna. Tuvo una pasajera relación con Enrique Ocampo Regueira, pero ella lo dejó por el apuesto Samuel Sáenz Valiente, estanciero, guitarrista y cantor. Ocampo no resistió el desaire y mató de un balazo por la espalda a Felicitas, mientras ella trataba de escapar, suicidándose después. Y el cierre, para dar impulso a esta peripecia: en honor a la mujer asesinada fue construida, en la misma Barracas, la parroquia Santa Felicitas.

Una cosa es inapelable: jamás se sabrá la verdad y hoy estas historias son, más allá de fechas y hechos ciertos, una leyenda que no cesa de crecer.

La pulpera de Santa Lucía siempre ha dado que hablar. Corriendo el año 1948, Enrique Maciel contó que, luego del estreno, el entusiasmo popular fue extraordinario: vendieron quinientas mil partituras y ciento sesenta mil discos el primer año. Todo el mundo quería cantar, o al menos tararear aquel pegadizo vals.

Bueno, lector, no hay que olvidar a gente no vinculada específicamente a este género musical que no pudo resistir a su deseo de hacer particulares versiones: Luisito Aguilé, Andrés Calamaro, Palito Ortega, Hugo Díaz, Jairo y hasta la actriz cantante Soledad Villamil.

Nosotros, de todas maneras, quizás prefiramos recordar cómo cantó La pulpera de Santa Lucía el recordado Santiago Chalar, con un afinado grupo de guitarras.


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