
Anoche estuvimos en el Café Berlín, disfrutando de la bailaora argentina Fabiola Vanadia en la presentación de su espectáculo Camino del que ella misma dice que es como el despertar por ideas que colisionan y convergen, que acercan a la nada o que alejan del todo. Un camino de descubrimiento por metáforas, sin meta en sitio fijo, lugar ni destino. En el camino de descubrir si baila porque sí o baila para ser.
Fabiola se ha apuntado a esa línea de pensamiento tan de moda que conduce a filosofías que a la postre resultan ajenas a la realidad a flor de piel. Porque anoche, vimos a la bailaora argentina muy cercana, muy concentrada en su solemnísima salida a escena vestida a lo Cúchares para bailar un taranto, tal como nació por tierras de Almería, que parecía estar rememorando a Pepe el Morato.
Y este es el momento de poner en esta crónica a sus artistas acompañantes, que llenaron de magia su baile y la noche del Berlín. Su guitarrista Manuel Cazas con su toque tan expresivo y descriptivo; sus cantaores, el primero Roberto Lorente, qué voz personalísima, plateada, festera cuando toca, y siempre transmitiendo emociones. Luego llegó el cante de Antonio Romero El Perre, llena de profundidades que arañan el alma, suya y de quién escucha.
A Fabi le gusta la caña, realmente la degusta y quiere hacerla sentir. De blanca bata de cola con multicolores volantes internos que ella despliega con arte. Aquí, el pequeño espacio para moverse, le impiden un poco un mayor despliegue que se echa de menos, porque la bata de cola nació para ser infinita, pero siente lo que hace y eso gusta hasta hacer enmudecer a su público. Porque ella la siente como parte de ese camino suyo, como continuidad de su propio cuerpo y de sus sentimientos. La caña, el tronco más primitivo de los cantes andaluces, en el camino de Fabi Vanadia. A la caña le sucedió la seguiriya, como en la historia del flamenco, quizá para hacerla su propia historia. La magia del Berlín y sus artistas, ole por el cante de El Perre, hicieron el resto.

Dos solos trascendentes inundaron dos momentos de ausencia de la bailaora. El de la guitarra de Manuel Cazas, que casi nos hizo olvidar el resto del mundo, que pobló la noche de gran concierto, y más luego, alguien que no estaba en el programa y que por fortuna estuvo, nada menos que el maestro de la percusión, el gran Bandolero que hizo un solo a compás electrizante, o mejor a compases pues hubo de todo. Una demostración más de la gran música instrumental que es la percusión, bendito sea quién la trajo al flamenco desde las Américas, para enriquecer el compás de palmas y nudillos y para poner más en valor o hacernos más conscientes de la grandeza de las percusiones a compás de cada palo con los pies.
Gran acierto esa tercera parte, ese tercer baile, vestida informal, ligera, como si se hubiera desprendido de toda su mochila, como caminando por el mundo ligera de equipaje, abierta a todas las vanguardias que pone a sus pies, nunca mejor dicho, el mundo de hoy, con sus luces y sombras. Y sus pies vuelan, todo se vuelve gran concierto donde se unen todos los pilares del flamenco, cante, toque, baile, compás. Gran final de la noche, con la magia del Café Berlín, con patrón argentino, historia del flamenco madrileño, casa de todos los grandes, haciendo más grande a Fabiola Vanadia.
Dignos de estar en Guirijondo.
Fotos cortesía de Yo soy Comunicación.