
Columnista
–Soy hijo de Buenos Aires,/ por apodo “El porteñito”,/ el criollo más compadrito/ que en esta tierra nació./ Cuando un tango en la vigüela/ rasguea algún compañero,/ no hay nadie en el mundo entero/ que baile mejor que yo. (Primeros versos de El porteñito, tango de Ángel Gregorio Villoldo).
Pocos ignoran hoy –transcurrido tanto tiempo- que el tango tuvo un origen despacioso, atravesado por múltiples influencias, híbrido al fin y hasta confuso.
Pero si el comienzo de su música, ya definido el género, ha creado unos debates apasionados, qué decir de las letras. Aún sobreviven polémicas y revisiones; no parecen ociosas pues a cada paso, especialmente desde el punto de vista antropológico, siguen apareciendo cuestiones que alargan la sobrevida de la investigación.
Si bien podría abundar, hoy sólo afirmaré algo que puede sonar a broma y no lo es, porque explica mucho de todo ese proceso: ¡Qué lío armó Ángel Villoldo!
¿Por qué el tal vez exageradamente calificado como “Padre del tango” –y, en una de esas con más exactitud, por la frondosa pilosidad que tapaba su labio superior, como “El gran bigote del tango”- debe cargar con esa suerte de culpa, siendo que tanto aportó, desde el inicio, a nuestra música popular ciudadana?
Para desentrañarlo creo que vale la pena comenzar por la música.

Villoldo, pese a haber nacido en la pobreza, tocaba la guitarra, el piano y el violín gracias a un tutor nunca identificado que pagó sus estudios, y desde joven, luego de ejercer los más curiosos oficios –tipógrafo, payaso de circo y cuarteador de tranvías-, se lanzó a los peringundines más oscuros de su época y modificó definitivamente aquello indefinido llamado tango, pero que era un rejunte de notas donde flotaba el aroma del chotis, de la polca, de la habanera y, más espeso, en la base de cada tema, de la milonga. En esa aventura fue payador, cantor, compositor, actor y bailarín.
Se ha dicho que el primer tango formal fue El queco, obra de una joven mujer de la aristocracia y acerca del cual hace poco di detalles aquí, y hay quienes señalan a La lata o El torito, temas muy sencillos a los que se añadieron estribillos vulgares, prostibularios. ¿El argumento principal de estas presuntas certezas? Todos fueron escritos de mediados a fines del siglo XIX.
Si analizamos las letras, existe consenso entre entendidos que la primera que se alejó de aquellos estribillos fue Mi noche triste, de Pascual Contursi, que, al contener una historia, dio origen al tango canción en 1916 y fue también el primero que cantó Gardel al año siguiente. Empero, José Gobello, de cuyos conocimientos no hay dudas, sostiene que, aunque eran autorreferenciales y sin un argumento o una anécdota, antes se conocieron, La morocha (1905), El esquinazo (1906) y El choclo (1907), todos de Villoldo.
Regreso al título de la columna: ¡Qué lío armó Villoldo!
Porque, muy a mi pesar por la seriedad de las investigaciones de Gobello, hay, más de cien años después, documentados estudios que cambian fechas y hasta títulos: el primer tango de este estilo Villoldo lo escribió a comienzos de 1903 (con una letra adjudicada tanto a Carlos Pesce como a Eusebio Gobbi) y fue El porteñito. El mismo año creó El choclo, que tuvo varias letras, la última de Discépolo, el poco recordado Cuidado con los 50 y Matufias, que anticipó la dura crítica social de Cambalache:
–Es el siglo que vivimos de lo más original,/ el progreso nos ha dado una vida artificial/ y muchos caminan a máquina porque es viejo andar a pie, hay extractos de alimentos… ¡y hay quien pasa sin comer!
Claro, frente a esto se precipita la pregunta: ¿esa letra carecía realmente de argumento, no contaba una peripecia humana? ¿Por qué no es admitida como la inicial, la que bendijo el nacimiento de la poesía en el tango? No tengo respuesta ni creo que pueda hallarse ya: el reinado sigue siendo de Contursi, quien, además, tomó impulso en su hábito de ponerle versos a músicas ya escritas, como a Mi noche triste –sobre una vieja partitura de Lita, de su amigo Samuel Castriota- justo aquí, en Montevideo.
Eso sí: más allá de mi escepticismo sobre que algún día se diluyan todas las oscuridades que persisten, será imposible, hasta el final de los tiempos, seguir hurgando baúles para la investigación, sacándose de encima, por borrosa que se vaya poniendo, la figura patriarcal, casi misteriosa del “Gran bigote del tango”, Ángel Villoldo, y su tema iniciático El porteñito.