Por Antonio Pippo
En aguas jurisdiccionales uruguayas, a unos cien quilómetros de la costa, está operando una empresa multinacional, a su costo y previo acuerdo con el gobierno, en estudios de prospección para establecer si allí, en el fondo del océano, hay petróleo.
Ha trascendido poco, extrañamente, sobre esa empresa.
Según versiones, tendría sede en Bahamas pero su capital accionario estaría integrado por varios fondos de inversión de diferentes naciones. También se ha dicho –e ignoro la certeza de esto- que se trataría de una empresa de segunda categoría entre las que se dedican a estos menesteres.
Por razones circunstanciales, entre ellas los años que hace que me dedico al periodismo, conozco bastante de toda la historia de un novelón que podríamos llamar “la búsqueda del oro negro en Uruguay”.
Las primeras informaciones que recuerdo se remontan a fines de la década de 1950, cuando se conocieron las actividades de un sacerdote, el padre Améndola, quien a través de medios cuasi excéntricos, elaboró teorías y diseñó mapas para afirmar que en nuestro país, pero no en la plataforma marítima sino en su territorio, había sitios donde estaba persuadido de que existía petróleo.
La peripecia de Améndola fue extensa y su única victoria residió en haber dado impulso a la creación de la Comisión Nacional del Petróleo, de carácter privado que por años fue presidida por el ingeniero Irureta Goyena, a la que legó parte de sus investigaciones prolijamente encarpetadas. Améndola, que de todos modos se quedó con abundante información nunca hallada, se fue a la Argentina, vivió con una familiar en Mendoza y ahí encontró una muerte jamás debidamente aclarada –y que la justicia local cerró como un accidente- en un arroyo bastante cercano a su domicilio.
Luego fue el tiempo de la Comisión. Años y años discutiendo con distintos directorios de Ancap acerca del modo de estimular estudios que definieran la situación.
Pasó aquello a lo que los uruguayos estamos desgraciadamente tan acostumbrados: fue un desgaste interminable, los principales integrantes de la Comisión fueron muriendo y ésta desapareció un buen día sin otra conquista –me lo confió Irureta Goyena, vivo aún después de la desaparición de su querida “niña”- que Ancap hiciera, con un par de empresas extranjeras, algunos estudios sin mayor inversión ni resultados y que en la sede de la empresa pública uruguaya quedara depositada toda la información, sumada, obtenida por Améndola y por la Comisión.
Pero, al menos para mí, esta historia tuvo, cuanto menos, un capítulo más. Durante el primer gobierno del doctor Tabaré Vázquez, entrevisté al entonces presidente del directorio de Ancap, ingeniero Daniel Martínez. Esa entrevista se puede revisar en los archivos del diario “La República”, con el cual yo colaboraba en esos años. Cuando llegamos al tema “existencia o búsqueda de petróleo” en el país, Martínez, con cierto tono irónico que admito me incomodó, me aplastó con datos técnicos que superaban mis conocimientos, dijo desconocer la existencia de las carpetas a las que he aludido y fue muy despectivo con respecto de Améndola y de la Comisión Nacional del Petróleo, quitándole cualquier atisbo de importancia.
Esta entrevista y esos dichos son hechos objetivos. Cualquiera, si tiene interés, los puede revisar.
Por un tiempo se dejó de hablar de la cuestión, hasta que a comienzos de su segundo período de gobierno, el presidente Vázquez convocó a figuras relevantes de la oposición, incluyendo a los ex mandatarios Sanguinetti y Lacalle, para decirles que se estaba en gestiones con una compañía petrolera muy importante, que ya disponía de información previa estimulante, lo que abría la posibilidad de generar una política de Estado para el momento en que, hipotéticamente se hallara petróleo ahora, nuevamente, en la plataforma marítima.
El relato que he ido tejiendo nos pone, al ocurrir esto, en tiempo reciente.
Sin embargo, como suelen decir en el boliche, el asunto otra vez “se fue a baraja” y languideció entre marchas y contramarchas hasta desaparecer del horizonte político e informativo.
Descrito el recorrido precedente del tema, ¿cómo no va a sorprender la aparición de nuevas referencias a la cuestión? ¿Cuál sería el propósito? ¿Una sencilla aspiración del nuevo gobierno? ¿Diligencias que inteligentemente han hecho sus dirigentes con ignotos inversores y que se ha lanzado como hipótesis para elevar el nivel de las “propuestas para el desarrollo? ¿O con el propósito de corregir el supuesto error de otras más importantes en las que, anteriormente, invirtieron, trabajaron en los mismos lugares, no encontraron nada y se fueron como habían llegado? No sé y estoy desorientado. Le tiro el tema, lector, a ver que puede pescar.
Todos saben de mi poca propensión a las teorías conspirativas. Mucho más, como en este caso, cuando ni siquiera puedo intuir por dónde corre el conejo.
Sin embargo, no creo que ese lector me castigue por decir que “algo huele mal en Dinamarca”.
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