
COLUMNISTA
Muchos dicen que esta historia comenzó en Uruguay, donde Benjamín Tagle Lara –un autor de tangos argentino de paso por aquí- compuso su obra Zaraza, de melodía y letra inclinadas a lo campero, con la esperanza de que lo cantara Gardel. A inicios de 1929 el tema ganó en Montevideo el Gran Concurso del Disco Nacional, que sin embargo se difundiría en Buenos Aires y en Europa mucho más que entre nosotros.
–Blanca huella, que todos los días/ clavado en el yugo me ves picanear…/ Compañera de largo camino,/ las horas enteras te veo blanquear (…) ¡A la huella, huella, Zaraza!/ ¡Huella, huella, guay!/ Volverá la ingrata a su casa/ o andará por ái…
Gardel lo cantó en actuaciones en París pero nunca quiso grabarlo; le parecía más apropiado a la voz de José Razzano, cuyo intento fue un fracaso. No obstante, en mayo de 1929 lo llevó al disco Ignacio Corsini y convirtió en éxito esta novelita de amor contrariado de un carrero. Y Francisco Canaro lo incorporó a su repertorio al poco tiempo, difundiéndolo en Europa con la voz de Charlo.
Zaraza es una palabra que nació entre los gitanos que habitaban Rumania y significa “mujer maravillosa”; se supone que Tagle Lara lo sabía, aunque a nadie le conste.
Pero en 1930 se inicia en Bucarest una serie de episodios inesperados. Los rumanos copiaban todo lo que ocurría en París y desde la capital francesa les llegó la versión de Canaro de Zaraza. Y cuenta el escritor Mircea Cartarescu que un actor y cantante gitano, Cristian Vasile, famoso en Rumania, copia –o sea comete plagio- la música del tango y le cambia la letra, obteniendo gran repercusión en su país.
Y aquí aparece una curiosidad muy peculiar.
Esos versos son autobiográficos. Vasile se había enamorado de una bellísima gitana precisamente llamada Zaraza, que era una suerte de prostituta de lujo, la preferida de los señores hijos de boyardos y miembros de la burguesía. Ella, sin embargo, quiso superar esa realidad y correspondió a los sentimientos de Vasile, convirtiéndose en su pareja.
Sin embargo, acechaba el drama. Cierta noche la muchacha sale de la casa de su pareja a comprar tabaco en horas de la noche. Un amante frustrado, el conde de Zavaidoc, había contratado a un asesino que la sorprende y la mata a cuchilladas. En palabras del escritor Cartarescu, “Vasile sublima el dolor componiendo los versos de Zaraza y apelando a la música de Tagle Lara”. Es lo último que escribe; muy poco después abandona su carrera y se recluye en su ciudad natal, Moldavia; ese retiro corre hacia un destino desgraciado que está demasiado cerca de la leyenda: roba del cementerio las cenizas de la gitana y las va ingiriendo, en cucharaditas, cada mañana, hasta que termina perdiendo la voz por completo y muere en soledad cuatro meses más tarde.
No he podido obtener la letra de Vasile en español –sólo una línea: …que me emborraches siempre de tanto besar, Zaraza, porque quiero morir también yo– y por eso apenas transcribo, en rumano de aquel tiempo, una de las estrofas creadas por quien, al paso de los años, llegó a ser llamado “el Carlos Gardel gitano”:
–Cand apari señorita, in parc pe-nserat/ curg in juru-ti petale de crin./ Ai in ochi patimi dulci si luciri de pacat,/ si a trupul de sarpe felin…
No es todo, lector.
La historia de la gitana y su trágico romance con el cantante actor fue llevada al cine en 2008 por el director Sergiu Nicolaescu, hasta hace unos años senador de Rumania y anteriormente diputado del dictador comunista Ceaucescu. El título de la película, “El superviviente”, rodea la cuestión principal centrándose en un detective que se lanza a investigar el asesinato no aclarado de la joven, adjudicándolo a un aristócrata fusilado durante la revolución.
Volviendo al plagio de la música, hay que tener en cuenta que, al producirse, y aunque se supo en la Argentina, no existía aún ninguna asociación que defendiese los derechos de los autores. Y Benjamín Tagle Lara murió antes de tener conciencia plena de lo que había ocurrido, en 1932.
¿Versiones de este raro tango? Además de la desestimable de Razzano, la espléndida de Corsini y la de Canaro con Charlo, hay otras de este mismo cantor pero en carácter de solista y, cuanto menos, de las orquestas de Francisco Lomuto y de Rodolfo Biaggi.
–Buey zaraza, tus ojos tristones/ mirando la huella parecen buscar/ el milagro de aquellos pasitos/ que al irse la ingrata no supo dejar…
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