Antonio Pippo
Una precisión: cultura, en sentido antropológico, debe leerse como la suma de hábitos de una sociedad que se hacen comunes durante un período que abarque más de una generación.
Hábitos de la mayoría en diversos campos, pero para redondear, especialmente en las costumbres más arraigadas en la convivencia, o sea en la vida cotidiana de la sociedad.
Desde este punto de vista, la cultura que estamos viviendo se parece a un zoológico donde sólo hubiese una reja circular, sin separación posible de especies que no suelen convivir.
Hoy son corrientes el mal hablar, el mal escribir, la falta de respeto por los demás, los celos, la envidia, la hipocresía, la corrupción y la violencia.
¡Lindo hábitat!
En medio de este mal vivir llegó a Uruguay un señor llamado Marcelo Bielsa, a dirigir la selección uruguaya de fútbol. No sé a quién se le ocurrió la idea, pero desde ahora, que lo escribo y firmo, lo felicito.
Sin embargo, Bielsa, un entrenador de una vastísima experiencia, reconocido por todos sus colegas como “un maestro” y querido por la mayoría de los futbolistas que ha dirigido, luego de un inicio de triunfos -que hoy sabemos el griterío putrefacto que siguió cuando los resultados cambiaron- es hoy uno de los temas centrales de la comunidad. ¿La razón? En realidad, a ciertos poderes económicos y políticos que manejan nuestro popular deporte se les escapó la tortuga, porque no lo querían.
La pregunta del millón es por qué.
Marcelo Bielsa es, antes que otra cosa, un señor en todo el buen sentido de la palabra. Es un hombre culto, intelectualmente desarrollado, que tiene un carácter fuerte pero siempre digno en sus reacciones cualquiera sea el contexto.
Representa otra cultura, otra moral. ¿Que tiene claros y oscuridades? Sí, como yo y como usted, lector. Sólo que en función pública sigue siendo otra cosa, sobre todo no digerible para el tristísimo periodismo deportivo “ensobrado” e ignorante que maneja la opinión del extendido resto de estúpidos fanáticos que ahogan, sin ética alguna, una pasión que comienza en la niñez y que, pese al significado demasiado económico, corrupto y cínico de grupos de interés, no puede crecer y desarrollarse por la buena senda.
Yo advierto que la caterva de idiotas parlantes, televisivos o escribidores que dictan clases no sólo de fútbol -al que casi todos conocen poco- sino de comportamiento a técnicos, ayudantes y jugadores, según las órdenes que llegan de los grupetes nunca ociosos de agentes financieros o ex deportistas devenidos alcahuetes bien pagos disfrazados de sindicalistas o con una cadena de oro auto colgada nadie sabe bien por qué.
Hay tanta distancia entre la cultura nacional y la cultura de Bielsa que dan ganas de exiliarse.
Y aquí, además, la masa todo lo confunde: si se gana, todo pasa por debajo de la mesa; si se pierde, uno siente que estallará la tercera guerra mundial: ¡maten al traidor!
Marcelo Bielsa no es enfático, no le agradan glorias que no merece, ritos exagerados de satisfacción, declaraciones “de compromiso”. No es precisamente simpático, a veces no mira al interlocutor que lo interroga. ¿Y…? Aspectos de una personalidad tal vez compleja. Nunca ha insultado a nadie. Nunca le ha faltado el respeto a nadie. A todo el mundo le ha dicho la verdad y tiene poco aprecio por las caricias de una charla o un elogio falsos.
No voy a juzgar sus logros o fracasos deportivos. No es mi tarea. Mi inquietud interior es que, en un ámbito tan poco complejo, más bien simplote, como un deporte por popular que sea, surja con semejante claridad la obtusa cultura nacional cuando ha venido a su seno un señor preparado, intachable moralmente, que debería ser un aporte invalorable por su conducta y un aporte a que mejoremos el modo de vida al que hemos descendido y aterra.
Quiera San Francisco de Asís que pueda lograr su objetivo, para huir de acá porque, ya puede decirse, no ha sido comprendido. Es que la paciencia complaciente, eso sí, no está entre sus virtudes.
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