La aventura del tango: El Lío y el Arreglo

Aníbal Troilo fue un ser entrañable, cuasi mítico, aunque con una personalidad compleja. Siempre desde el afecto o la admiración, y aun reconociéndole ciertos comportamientos que a quien más daño hicieron fue a él mismo, Pichuco sobrevive a su ya lejana muerte física en un sitio de privilegio del universo emocional del tango.

No hay contradicción si uno recuerda ahora que también adquirieron fama sus fulmíneas –y casi siempre pasajeras- rabietas.

Ángel Cárdenas, uno de sus grandes cantores –de estrecha relación con la historia que contaré hoy- lo recordó de esta manera: -Fuimos amigos, a tal punto que pasábamos juntos las navidades. Al Gordo le encantaba cocinar, pero cuando hacía el tuco para los tallarines le ponía el país adentro: cognac, whisky, hongos, todo lo que tuviera a mano; uno comía esos tallarines y se levantaba borracho de la mesa. Otra cosa que compartíamos era la noche; cuando íbamos a comer pedía antes una picadita de jamón serrano y salame y una bañadera de vino (…) Tenía el berretín de cantar, y afinaba muy bien pese a su voz rasposa. Una vez estuvimos a punto de cantar un tema a dúo. Cuando le traían una letra se la ponía en la falda y, sin el bandoneón, comenzaba a tararear la melodía. ¡Qué tipo! Lo quería todo el mundo porque nunca tuvo una palabra de más con nadie.

Cierta vez, Cárdenas le dijo: -Mire, con todo respeto, usted falló en tres cosas: nunca acompañó a Gardel y no compuso con Discépolo ni con Homero Expósito. A lo que Pichuco respondió: “Y… Discépolo se me fue, yo que sé… Se me fue…”.

¿Y Expósito? Ah, en esa época, principios de la década de 1960, era otra cuestión.

Había comenzado entonces la peor crisis del tango, luego del esplendor de las décadas de 1920, 1930, 1940 y hasta parte de la de 1950. El ingreso de ritmos foráneos –rock, beat, pop- a las capitales del Plata, más cierto agotamiento creativo en el cosmos de la música ciudadana, causó un progresivo recorte de espacios de trabajo para el tango, abarcando no sólo cabarés, boliches, cafés de prestigio, sino incluso teatros y hasta lugares habituales de baile con orquestas. Virgilio y Homero Expósito siempre pensaron –con legítimo derecho, hay que decirlo- en poner a salvo su situación económica, suficientemente holgada: tangueros, sí; pobres, no. Astutos, usaron a un primo suyo que cantaba ritmos modernos, Luis María Cafaro, que se autodenominaba “el primer creador el rock nacional” y había comenzado presentaciones en radio El Mundo; le añadieron un “más artístico” apodo de “Billy” y se ocuparon de su producción, generando, con un marketing muy adecuado, una sustantiva movida: ese hombre, que apareció en 1958, provocó un par de años más tarde una tan escandalosa y pegadiza como efímera revolución entre los jóvenes, sobre todo a partir de la canción “Pitty, Pitty”, llenando cuanto sitio en el que se presentaba.

Troilo se alejó, muy enojado, de los Expósito, y los llamó, entre sus íntimos, “traidores y enemigos públicos del tango”. Hasta hace un par de años –no pude confirmarlo más allá y quizás algún lector atento ayude- “Billy” Cafaro vivía y podía dar testimonio de tan singular proceso.

Pero apareció Cárdenas.

En un reportaje lo explicó: -Pichuco en realidad admiraba a Homero Expósito como letrista, pero existía ese tonto resquemor. A decir verdad, razones no le faltaban… Recuerdo un día que a Billy lo había contratado el Club Nueva Chicago, y Glorias Argentinas, ambos muy próximos, a Troilo. Con nosotros estaban Pinky, Brizuela Méndez, lo mejor de la época. Cuando íbamos llegando a Mataderos parecía que había un mitin, gente por todos lados. El Gordo vio esa multitud y me dijo: “Mirá que lindo, cuánta gente nos vino a escuchar”. Pero no. Habían venido por Cafaro, que nos puso nocaut, nos durmió. Y, bueno, yo seguí dando manija; le pedí una letra a Homero: “Che, loco, dame una buena poesía que se la llevo al hombre y… ¿quién te dice?”. ¡Que lo tiró! Me entregó un texto precioso, con esa esperanza de que Pichuco le pusiera música. Me costó una barbaridad. Y tiempo. Pero, al final, cuando ya aquel roquero de la barba “perita” había perdido popularidad, me dijo que sí. Hablaron con Expósito y hubo un cálido arreglo. Así nació un gran tango.

La versión de ese tema de Ángel Cárdenas con Troilo es antológica. Se hicieron otras, algunas muy buenas, pero ninguna llegó a empardar a aquella.

-¿Saben lo más curioso? –contó el cantor. –Para sellar el reencuentro, les pedí una condición; yo le pondría nombre a ese tango: “Te llaman malevo”.


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