La aventura del tango: Tosco, Rebelde, Creador

ANTONIO PIPPO PEDRAGOSA
Periodista – Columnista

Hay una historia –acaso una leyenda, quién sabe- que lo define: Discépolo había escrito la letra de Malevaje y encargado la partitura a Juan de Dios Filiberto. El día del ensayo final, previsto en la casa del músico, en la calle Magallanes 1140 de La Boca, -pintada por Benito Quinquela Martín, su amigo, y desde el 2007 patrimonio de la cultura de la ciudad- el autor de Cambalache y la cantante elegida para el estreno, Azucena Maizani, llegaron a la hora en punto acordada; pero Filiberto no aparecía. En medio de un nerviosismo que iba creciendo al paso del tiempo, Discépolo y Maizani decidieron ensayar, improvisando sobre una melodía difusa que al narigón genial le daba vueltas en la cabeza desde hacía días. Cuando la orquesta iba a arrancar, irrumpió Filiberto, con erizado talante; luego de imaginables discusiones, la Maizani lo obligó a hacer el tema en la calle, frente a la gente que pasaba, mientras el director despotricaba a sus anchas, enojado como pocas veces se le había visto.

Leyenda o verdad, la anécdota pinta con precisión a quien había nacido el 8 de marzo de 1885 en La Boca –Necochea al 200, primer hogar- con el nombre de Oscar Juan de Dios Filiberti, en el seno de una humilde familia descendiente de inmigrantes genoveses: tosco, casi iletrado, rebelde y de mal carácter; un individuo que, no obstante semejante personalidad, pasó a la historia del tango como uno de sus grandes creadores, alguien que llegó a decir, paradójicamente: -El único factor para la música es tener el sentimentalismo innato.

Filiberto debió abandonar la escuela en quinto año por mala conducta: de ahí en adelante, y hasta que lo capturó la música ciudadana marginal, trabajó de albañil, estibador y tornero en los astilleros portuarios bañados por el Riachuelo. Como otra muestra de su carácter, apenas ingresó al sindicalismo expuso inquietantes ideas anarquistas. Pero: -Al final me empezó a gustar la música. Claro, hay que ver: cuando ingresé al conservatorio tenía sobre mis espaldas casi veinte años de duro trabajo. Mis dedos estaban duros y torpes para el teclado y el cordaje. Pese a ello, desde los veinticinco años, estudió violín y teoría musical, obteniendo, incluso, una beca con el maestro Alberto Williams: fue como una revelación; poco antes había ingresado al Colón como maquinista y una noche escuchó una ópera de Beethoven, a quien, en una impulsiva sentencia, convirtió en su “Dios musical”. Su inspiración, que llevaba además una fuerte influencia criolla, giró, no obstante, hacia el tango, que aprendió a valorar desde entonces, al punto que, durante una corta residencia en Mendoza, por razones de salud, compuso su primer tango, Guaymallén, en homenaje a la ciudad que lo acogió en esa provincia.

En 1932 formó su primera agrupación, la Orquesta Porteña, a la que agregó dos instrumentos inusuales en la época para el tango –el clarinete y el armonio-; al año siguiente se le vio en la película “Tango”; y en 1938 fue designado director de la Orquesta Popular Municipal del Arte, al frente de la cual estuvo hasta su muerte, el 11 de noviembre de 1964.

Una incompleta lista de sus obras incluye Caminito (con Coria Peñaloza), Malevaje (con Discépolo), El pañuelito, Quejas de bandoneón, Clavel del aire, Bataraza, El Credo, La charlatana, Botines viejos (de la que hay una escasamente conocida versión instrumental de “Los olimareños”), Comadre (con Celedonio Flores), El 13, Re-fa-si, Tus ojos me embelesan, La vuelta de Rocha, La cartita, El último mate, Porteñita, Yo te bendigo, Amigazo, Ladrillo, Cuando llora la milonga y Linyera (con María Luisa Carnelli), Mentías, Chúcara, Langosta y La canción. Compuso, además, una decena de piezas sinfónicas.

En 1940 conoció a Eva Duarte y pocos meses antes del fallecimiento de la mujer mito del peronismo, al que Filiberto adhirió y por ello fue perseguido a partir de 1955, le dedicó Milonga para una muerte.    

Filiberto es parte de la historia grande del tango. Fue socio fundador de SADAIC. Una calle de Buenos Aires, en La Boca, lleva su nombre. La primera orquesta que creó fue nombrada en su honor, tras su muerte, Orquesta Nacional de Música Argentina Juan de Dios Filiberto, hoy dirigida por Atilio Stampone.    

Mi música es muchas cosas juntas, entre ellas lo criollo, pero sobre todo el sentimiento; cierto, en arte no basta sentir, hay que saber expresar. Pero para mí la técnica es un medio, no un fin. La técnica se aprende, pero el fuego sagrado tiene que salir de adentro.


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