
Aunque se discuta, el barullo del tango a la búsqueda de su supervivencia continúa. Claro, las condiciones son peculiares.
Concluida la etapa extensa -desde los orígenes, pasando por la Guardia Vieja y los evolucionistas hasta llegar a Piazzolla- del llamado “tango clásico”, ha habido al menos dos grandes etapas de continuidad, una todavía aferrada a las corrientes tradicionales y otra, en plena ebullición, que ha incorporado a muchos jóvenes, cuyo destino es incierto aunque estimule su vigor y desenfado.
Gran cantidad de creadores, exitosos en su juventud y, veteranos ya, todavía admirados, siguen trabajando a la búsqueda de enriquecer sus estilos basados en lo clásico. Es imposible una lista exhaustiva, pero sería injusto no mencionar, como ejemplos, a músicos que ya no son muchachos pero pertenecen a distintas generaciones: en la Argentina, Daniel Binelli, Rodolfo Mederos, Julio Panne, Aníbal Arias, Roberto Álvarez, Carlos Galván, Néstor Marconi, Beba Pugliese, varias cantantes femeninas muy jóvenes, Ariel Ardit, la orquesta típica de Villa Urquiza y hasta Tata Cedrón y su conjunto; en Uruguay, Esteban Thot, Julio Cobelli, el bandoneonista floridense Vaz, el quinteto La Mufa, el pianista Alvaro Hagopián, la orquesta de Alberti, que toca “a lo D’Arienzo”, y Gabriel Peluffo, director y cantante del grupo roquero “Los Buitres, que grabó un larga duración de tango. En este grupo rioplatense se advierten unas recreaciones de relativa audacia, es verdad, pero que dejan ver con claridad las viejas influencias: Astor Piazzolla sobre todo, al punto que, dicho con humor, generó una corriente de “piazzolitos”; luego vienen Troilo, Salgán y Pugliese y, en ciertos casos, maestros de otros estilos pero muy populares como el caso de Juan D’Arienzo.
Diferente es el espacio que abrieron músicos más jóvenes, aunque haya que admitir que entre ellos están, y no “colados” precisamente ya que fueron pioneros de esta movida, revolucionarios de más de cincuenta que siguen al firme: Daniel Melingo, Omar Mollo y Gustavo Santaolalla, el discutido “inventor” del tango electrónico con “Bajo Fondo Tango Club” (discutido por sus criterios y porque hay quienes dicen que la idea original pertenece al referido Melingo).
Está claro que en ambos movimientos han intervenido cantantes y bailarines y que se trata, aunque desordenado y de calidades desparejas, de un enorme negocio; bastan dos datos para probarlo: uno, a inicios de la década de 2010 –sin eufemismos, ahora- el tango producía por año en el mundo la impresionante cifra de quinientos millones de dólares, de los cuales el diez por ciento correspondían a producciones argentinas; dos, hoy el tango es una música para mayorías nada menos que en Islandia, Finlandia, Japón, Turquía y Estados Unidos, habiendo incorporado a los naturales, ampliado el rinconcito inicial ganado por los inmigrantes.
De la vecina orilla hay que referirse, entre los tangueros jóvenes que se han lanzado a la aventura de crear a través de la fusión –o sea incorporando o mezclando tango y aromas de rock, pop, jazz e incluso flamenco, bossa y otros ritmos con resultados muy variados- a las orquestas El Arranque y la Fernández Fierro, el Trío Ollero, los conjuntos del guitarrista Ledesma o del violinista Agri, La Chicana, Narcotango, Tanghetto y For Ever Tango, entre otros; y de aquí, en idéntica sintonía, al quinteto La Mufa -ya mencionado-, los tríos La Yunta y Mala Junta, Gabriela Morgade, Malena Muyala, el cuarteto Ricacosa – que cambió por un nombre que no recuerdo- y el bandoneonista Leonel Gasso, también sólo ejemplos con su carga de subjetividad encima. De una lista mayor, igual se hace necesaria la pregunta del título que, por ahora, no tiene una respuesta definitiva.
El panorama, dicho esto con el profundo respeto y amor que siento por el tango y por quienes lo hacen, es el de un cambalache (¡ah, visionario Discepolín¡), más allá de que todas las expresiones que se van presentando, asentándose o mutando, merecen consideración. Pero gracias a esa extravagante convivencia de lo clásico con lo intermedio y lo estrictamente nuevo, uno advierte en conversaciones con personas de distintas generaciones que, de modo natural y aunque no sea recomendable, se han ido generando guetos: a los mayores es difícil extirparlos de lo clásico –insisto, el período que va de la Guardia Vieja a Piazzolla-; hay un grupo complejo de cuantificar que está enamorado de Piazzolla y lo que vino después, pegado a su influencia; y finalmente están los jóvenes, algunos de los cuales no desprecian lo antiguo, lo fundacional, pero remiten sus admiraciones y entusiasmos a quienes expresan su búsqueda tanguera de los modos más transgresores, con sus estilos peculiares, de sacudón.
¿Y ahora qué? La incertidumbre de una época sísmica, veloz, que espero no sea de descarte.
Descubre más desde LA AGENCIA MUNDIAL DE PRENSA
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.

