La aventura del tango: Cuando se pierde la memoria

ANTONIO PIPPO PEDRAGOSA. Periodista, escritor, editorialista. Director Gral. de Cultura Tanguera. 
COLUMNISTA

Vaya cantidad de contradicciones que reserva el chauvinismo uruguayo –en ciertos casos encendidas declamaciones-, de escritos, documentos y libros reivindicando a cultores del tango de nuestro país frente a la inundación mediática proveniente de la Argentina, que ha llegado a extremos como el ya tristemente famoso nacimiento de Gardel, y empero ignorar a compatriotas que hicieron historia y que fue aquí, y no enfrente, donde primero cayeron en un injusto olvido.

¿Quién recuerda entre nuestros tangueros, más allá de algún historiador meticuloso o un investigador incansable, a Mario Pardo?

Autor de más de cuatrocientos temas, de los cuales registró apenas ciento cincuenta, amigo de Gardel, que le cantó varias obras, artista exclusivo de importantes sellos discográficos, Pardo fue considerado, en tiempos de su juventud, el mejor concertista de guitarra del Río de la Plata. Nació en Cerro Largo, en noviembre de 1887, vivió unos años en Carmelo y con su familia se radicó en Buenos Aires, donde murió, en su casa de la zona de Burzaco, a punto de ser centenario, en agosto de 1986.

Sus padres, de buena posición económica, lo enviaron al Conservatorio Williams de Buenos Aires, en ese tiempo colegio integral, donde cursó el liceo y se recibió de maestro de composición y armonía; luego, entre 1905 y 1908 viajó al Conservatorio San Pietro Maiella, en Nápoles, donde aprendió a tocar diversos instrumentos y a cantar:

-En ese tiempo gustaba de la música clásica y hasta nuestra radicación definitiva en Buenos Aires la toqué dirigiendo la banda militar de Carmelo. Yo amaba a Franz Liszt, todo lo de Chopin, de Rimsky Korsakov; pero el destino me fue volcando a lo popular y sobre todo a lo criollo y después al tango, cuando ya había elegido la guitarra como mi instrumento esencial.

Instalado en Argentina, visitaba con frecuencia los campos paternos y aquel ambiente lo fascinó:

 -Conocí boliches surrealistas, a matones como Cabrera, El Zurdo y otro que era guitarrista, Banegas. Escuché por primera vez historias y músicas que se adueñaron de mi espíritu, aunque interiormente mi aspiración máxima era actuar en el Colón, donde aquello no cabía.

Corriendo 1918, conoció una noche en el Armenonville a Gardel y a Razzano, hicieron inmediata amistad y lo invitaron a cantar su primer tema compuesto, Canción a Leondina, y Hay una virgen, curiosidad melódica criolla sobre versos de Lord Byron (¡) traducidos por su amigo Manuel Flores. La repercusión obtenida hizo que Max Glüksmann lo invitara a cantar en radios porteñas –la única en que no lo hizo fue Belgrano- y a grabar en su empresa, entonces la más importante. El uruguayo le habló de Beethoven, de Tchaicovsky y Glüksmann le puso en la mesa veinte mil pesos de adelanto; imposible negarse. ¿Sería el adiós definitivo al sueño de tocar su música de origen en el principal teatro porteño?

Le dijo el empresario: -¡Qué gola tiene usted!-. Y Pardo contestó: -No, gola no. Tengo voz como cualquier otro pero los italianos me enseñaron a sacarla con fuerza.

La vida del uruguayo dio un viraje. Alcanzó la cima, hizo giras por el interior, Uruguay, Brasil y otros países de América Latina, Gardel le grabó La tropilla, su obra inmortal, La maleva, Linda provincianita, y Gajito de cedrón y Eduardo Arolas le ofrendó su tango La guitarrita –“dedicado al distinguido amigo Mario Pardo”-, confesándose su admirador. Con audacia exitosa, llevó al disco, incluso, desde La cumparsita en dos versiones, una instrumental, le puso letra a Sans Souci cambiándole el título por Cuando la suerte se inclina e hizo un arreglo con base de músicas pampeanas nada menos que para Cantando bajo la lluvia.

He escrito mucho acerca de la influencia de lo criollo en el desarrollo y la evolución del tango. Pues bien, Mario Pardo está reconocido como uno de los músicos que más influyó en esa conexión con melodías como el triste, el estilo, la milonga lenta, cansina, el gato, el triunfo y la huella. Así creó, entre otros, Mensaje de amor, Mi gitana, Lorenzo, Tango rey, La reina del pago, Intención, Cololó, El requemao y Poncho de cerrazón.

Y al fin, en 1934, tocó el cielo con las manos: dio en el Teatro Colón un concierto mezclando obras clásicas con populares, dirigiendo nada menos que cien guitarras en escena.

Cierro esta necesaria recordación con una anécdota que pocos deben conocer. Tras el primer encuentro con Gardel, éste le dijo:

-Che, maestro… ¡cómo me gustaría tocar la guitarra así!

A lo que Pardo respondió:

-Dejate de joder… ¡ni te imaginás lo que a mí me gustaría cantar como vos!   


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