
COLUMNISTA
Dicen aquellos que saben de estas cosas, que los tangos de Enrique Santos Discépolo influyeron en las poesías de Julio Cortázar y que particularmente uno de ellos está muy presente en los versos de Quizás la más querida:
–Me diste la intemperie,/ la leve sombra de tu mano/ pasando por mi cara./ Me diste la distancia,/ el amargo café de medianoche/ entre mesas vacías./ Fui letra de tango/ para tu indiferente melodía.
Ese tango es Cafetín de Buenos Aires, cuya música compuso Mariano Mores, y que más que una historia sugiere una novela.
Antonio García Olivares, en su libro La filosofía de los cantes desgarrados: una epistemología popular, sentencia, quizás con cierta audacia: -Es la composición medular de la historia de una ciudad (…) Un tango que suma la experiencia directa propia más el intercambio de vivencias de café como una alternativa a la ciencia positiva.
Pero hay otros apuntes que sostienen la peripecia inusual de este tango.
Según consenso indiscutible de historiadores e investigadores, Discépolo, al mezclar el lunfardo con las formas idiomáticas más cuidadas, alcanza frases memorables, excepcionales, como “en tu mezcla milagrosa de sabihondos y suicidas”, “me diste en oro un puñado de amigos” y “sos lo único en la vida que se pareció a mi vieja”, imagen ésta que el propio autor aclaró y defendió ante algunos críticos.
-¿Ustedes creen que yo, que compuse el tango, pienso que la gente que repite eso quiere ofender a la madre? ¡Es una comparación afectiva! No es la madre, fíjense bien. Es al revés. El solitario que encuentra amparo en ese refugio puede recordar, si quiere definir la atracción del café, la ternura por su vieja.
Hay más en la novela de Cafetín de Buenos Aires.
Mores, que ya tenía la melodía, le pidió la letra a Discépolo para estrenar el tango, cantándolo él, que fue el actor principal, en la película Corrientes, calle de ensueño, a fines de la década de 1940. Le dio una semana de plazo. ¡Una semana, cuando el poeta solía tomarse hasta un año para entregar una obra, tal la obsesión que tenía por la palabra justa, por la frase precisa, por pausas y matices!
Sin embargo, esta vez cumplió.
Y cuando el filme llegó al público había ocurrido una suerte de milagro. Registrada la partitura, ya había decenas de memorables versiones que se anticiparon, dando por seguro el éxito: entre ellas la de Troilo con Rivero, Tania con Stamponi, Piazzolla con Fontán Luna y Fresedo con Osvaldo Cordó. Cafetín de Buenos Aires es probablemente, al pasar de los años y hasta hoy, uno de los tangos canción más grabados, incluso en el exterior y por los más famosos y exóticos intérpretes y ha sido cortina musical de muchas películas.
Y, desde luego, está la cuestión de la censura.
Desde 1943, época de dictadura militar en Argentina, los tangos concentraban la más perversa atención de los “vigilantes”. El famoso decreto, aunque atemperado, seguía rigiendo en 1949, año del estreno de Cafetín de Buenos Aires y pleno gobierno de Perón.
Discépolo, que tenía simpatías difusas pero simpatías al fin con el peronismo, como el tango que había creado con Mores fue observado “por el uso del lunfardo y su carácter pesimista”, y se intentó corregirlo, encabezó una delegación de artistas populares que se entrevistó con el Presidente. La elocuencia del narigón autor de Cambalache, Confesión, Condena, Tormenta, Uno y tantos otros éxitosfue tal, que Perón –astuto político al fin- alegó ignorar que la censura estuviese aún vigente y, en un decreto que redactó en ese momento, la derogó.
Y esta novela, o novelón, merece, retornando por un momento a las frases célebres de Discépolo, un cierre acorde.
¿Recuerda, lector, esta frase?
–La ñata contra el vidrio,/ en un azul de frío,/ que sólo fue después viviendo/ igual al mío…
El autor debe el derecho de esa entrañable invención, que él apenas adornó, a una ocurrencia del actor mexicano Arturo de Córdova, por esos tiempos filmando en el Río de la Plata, mientras compartía unas copas con Discépolo y Mores, dos de sus amigos.
El actor, famoso por dilapidar el buen dinero que ganaba con sus películas en alocadas noches de ruleta, recordó cuando, sin un peso en los bolsillos, en el invierno duro, se paraba frente al ventanal de algún café conocido, apoyando su poderosa nariz enrojecida contra el vidrio, para advertir la presencia de amigos a quienes pudiese “mangar” un cafecito caliente.
O un buen whisky, bah, que los tomaba y en cantidades impresionantes.
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