La aventura del tango: La Mujer Símbolo

ANTONIO PIPPO PEDRAGOSA Periodista, Dir. Gral de CULTURA TANGUERA
Editorialista – Columnista

-Yo conocí el hambre. Yo sé lo que es el miedo y la vergüenza. Mi infancia fue breve. La infancia del pobre es más breve, es triste y fea.

Así desnudó su alma alguna vez, en uno de tantos reportajes a los que se sometió en más de setenta años de trayectoria, la mujer símbolo del tango: Tita Merello. Su vida nada envidia a una tragedia de Shakespeare: no se ha detenido la polémica, que sólo exonera sus fechas de nacimiento y muerte (11 de noviembre de 1904 – 24 de diciembre de 2002); según la versión oficial, sostenida en Argentina, fue inscripta en Buenos Aires como hija natural de Santiago Merello, fallecido a los 30 años; según otra versión surgida en Canelones, Uruguay, nació en San Ramón, hija también natural de Ana Gianelli y bautizada como Laura Ana Meirelles. En todo caso, más allá de debates y las hipótesis improbables, hay un hecho documentado que, igualmente, no despejará las dudas creadas: a los trece años trabajó un tiempo de boyera en una estancia de la provincia de Buenos Aires.

A su mayoría de edad adoptó el nombre de Ana Laura Merello y se apropió del apodo “Tita”, proveniente de su accidentada e infeliz adolescencia campesina. Con sólo 18 años viajó a la capital a cambiar su destino. No le resultó fácil: tuvo trabajos que apenas le permitieron subsistir hasta que, corriendo 1922, vio la oportunidad en un aviso convocando a vedetes jóvenes; morocha, de muy buen cuerpo, bonita y ya con mucha experiencia –“no me da pudor reconocerlo, yo hice la calle”- obtuvo que le ofrecieran cantar, ligera de ropas, algunas letrillas picarescas y bailar en el teatro Bataclán, en una zona repleta de establecimientos de muy mala fama. Eso no la arredró: su belleza, su talante audaz, provocativo y una interpretación casual del tango “Trago amargo”, con sus contoneos y su voz menor pero grave, conmovedora en lo dramático y lo humorístico, le abrió las puertas poco después de las revistas de los teatros Porteño y Maipo.

A partir de ahí, su trayectoria artística sólo supo de éxitos en teatro, cine, el canto y finalmente la televisión, hasta convertirla en un ícono rioplatense, amada por todos, incluso los jóvenes.

La sucesión de triunfos comenzó cuando reemplazó a Olinda Bozán en el protagónico de “El rancho del hermano”, de Carlos Martínez Paiva; participó de “El conventillo de la Paloma”, de Vacarezza, y de la primera película sonora del cine argentino, “Tango”, de Luis Moglia Barth, con argumento de Carlos de la Púa, y lanzó su carrera de cantante con un repertorio – según Horacio Salas- “recuerdo de la picaresca de los primeros años, representando (…) una burla a la tilinguería del medio pelo porteño, a las dificultades económicas y hasta señas referenciales, como “Se dice de mí”, tango que fue su caballito de batalla”.  

Pero a decir verdad, lentamente, la enorme actriz en que se convirtió fue dejando de lado a la cantante. El origen de este proceso fue su papel principal en la versión teatral de “Filomena Marturano”, de la cual también protagonizó su traslado al cine. A ese palmarés se agregan sus actuaciones fílmicas en “Morir en su ley”, “Arrabalera”, “Pasó en mi barrio”, “Guacho”, “Para vestir santos” y, sobre todo, “Los isleros”, dirigida por Lucas Demare, además de interpretaciones en México de obras de Eugene O’Neill. Luego se entronizó en la televisión, donde volvió a cantar e hizo multitud de programas donde, sencillamente, le hablaba “al otro”. Retirada en 1985, y con crecientes problemas de salud, hizo apariciones esporádicas que impidieron que se apagara la idolatría que la iluminaba.

Nunca se casó; tuvo relaciones esporádicas pero terminó viviendo sola con un perro y, finalmente, murió internada en la Fundación Favaloro. Pero tuvo un gran amor que duró diez años: fue Luis Sandrini, quien la abandonó para casarse con Malvina Pastorino. De esa intensa relación en Uruguay se guardan queridos recuerdos: casas en Montevideo, de Colonia y de Durazno, de familiares o amigos, adonde, cada fin de semana, se encontraban para encender su pasión: -Tuve mi hombre, el elegido, el que yo quería. Bueno, pasó y duele, pero algo así no vuelve.

Ya anciana, un periodista le sacó una confesión: -Mi mejor personaje es el mío. Una actriz dramática se llora a sí misma creyendo interpretar un personaje.

El periodista quiso hurgar un poco más, con errada ironía:

-Usted en otra vida debió haber sido una cortesana.

-¿Y qué te creés que soy ahora? –le contestó y lo dejó sin palabras.

¿Por qué la mujer símbolo? Porque ella fue un tango.


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