
-Ya ahorramos bastante, hermano. Vamos a poner ese cabaré con el que soñamos tanto…
-¡Loco, es mucha guita!
-Sí… pero acordate que el que no arriesga no gana…
Diálogo –tal vez imaginario, tal vez no, quién sabe- entre dos mozos que desde comienzos de 1892 trabajaban en el prestigioso Hotel Vignalles, en San Isidro, Buenos Aires: Carlos Bonifacio Lanzavacchia y Manuel Loreiro, quienes, finalmente, afrontando los riesgos, agregaron un préstamo a sus ahorros y compraron un edificio añoso y elegante ubicado en avenida Alvear –hoy del Libertador-, entre Manuel Castilla y Tagle, en plena Recoleta, e instalaron el Armenonville, que llegó a ser el cabaré más lujoso de la capital porteña.
Lo inauguraron en una fecha del verano que los historiadores no han precisado, abarcando desde fines de 1911 a principios de 1912. Era un chalet de estilo inglés, copiado, sin embargo, del homónimo Pabellón de Armenonville de París, que aún existe en el Bois de Boulogne. Estaba rodeado de jardines con pabellones en forma de quioscos, glorietas y setos. Se podía comer al aire libre pues lo abrían sólo en verano; sobre los pabellones había unos coquetos reservados y en la plata baja lucía el salón de baile, donde se destacaban una gran araña con caireles de cristal, grandes espejos, paredes empapeladas y rojas y pesadas cortinas aterciopeladas. Los habitués pertenecían a la aristocracia –o, según se prefiera, el patriciado- y la burguesía argentinas y reinaba comida francesa clásica y vino y champán de calidad.
Está claro: debía haber música. Los primeros animadores fueron dos hermanos, José y Bienvenida Orzali, ejecutantes de violín y piano respectivamente, amigos de los dueños. Pero entre los artistas invitados figuraron en 1913 Gardel y Razzano, cantando canciones camperas; los contrató un rico estanciero fanático de la música criolla, Francisco Taruel, ofreciéndoles, por actuación y por cada uno, setenta pesos. Al aceptar el dúo fue que brotó aquella famosa frase de El Mago: -¡Por esa plata atendemos el guardarropa y lavamos la cocina!
Gardel actuó muchas veces, incluso como solista, en el Armenonville. Pero lo que más se recuerde, probablemente, sea una dramática peripecia que lo tuvo por protagonista la noche del 10 de diciembre de 1915. Gardel había estado festejando un aniversario, junto a unos amigos, en el cercano Palais de Glace: a cierta hora, decidieron ir a disfrutar el fresco aire de los jardines del cabaré de moda; fue entonces, según cuentan las crónicas más respetables, que, por cuestiones del momento, y quizás de las copas, se produjo un encontronazo con un grupo de “muchachos bien”, como se les describía en ese tiempo, durante el cual un joven arquitecto mendocino, Roberto Guevara, le dio un balazo al cantor. Atendido en el Hospital de Ramos Mejía, Gardel se recuperó, aunque nunca se le pudo extraer la bala; el artero plomo recibido quedó en él hasta el día de su muerte, veinte años más tarde. Es cierto: han circulado varias versiones “adornadas”; entre ellas que el incidente fue por un asunto de polleras en el que se había mezclado el gran zorzal criollo; pero, al menos hasta hoy, son sólo eso: versiones.
Son valiosos otros recuerdos, menos traumáticos. El mismo año del debut de Gardel y Razzano fue contratado como director musical del Armenonville nada menos que el pianista Roberto Firpo, quien comenzó con un trío completado por Tito Roccatagliata en violín y Eduardo Arolas en bandoneón, que devino orquesta formal con aportes como el del contrabajo de Leopoldo Thompson. Firpo estrenó allí su tango más famoso, Alma de bohemio, al que siguieron Sentimiento criollo, La marejada y De pura cepa, mientras que Juan “Pacho” Maglio compuso, en homenaje al exquisito cabaré, su inolvidable obra Armenonville.
En 1925, Celedonio Flores inmortalizó a este mítico sitio de la noche porteña en una parte de la letra de su tango Margot, llamado primero Por la pinta y más tarde Vos rodaste por tu culpa, con música del guitarrista José Ricardo, erróneamente atribuida alguna vez al dúo Gardel-Razzano:
-Este cuerpo que hoy te marca los compases tentadores/ del canyengue de algún tango en los brazos de algún gil,/ mientras triunfa tu silueta y tu traje de colores,/ entre risas y piropos de muchachos seguidores,/ entre el humo de los puros y el champán de Armenonville…”.
El Armenonville legendario cerró a finales de la década de 1920. Con el mismo nombre fue reabierto un cabaré más pequeño, en 1998, en el subsuelo del Hotel Alvear.
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