LA AVENTURA DEL TANGO: EL JUDÍO COMPADRITO

ANTONIO PIPPO PEDRAGOSA Columnista

Fue un bohemio amante de la noche, las ingestas abundantes y las mujeres, y hombre de fuerte carácter. Vestía a la moda, engominado, el bigotito recortado fino y llevaba zapatos y reloj de marca y anillos de oro.

Violinista, pianista de calidad y compositor, esa imagen lo marcó más que sus aportes al tango en la década de 1940 –la de oro- y ahí quizás resida la razón de que se le conociese como “el judío compadrito”.

Manuel Sucher

Bernardo Mendel Sucher, desde su adolescencia y hasta el final conocido por Manuel Sucher, fue el tercero de cuatro hijos de un matrimonio sionista acaudalado que emigró de Odessa a Buenos Aires en 1901. Nació en Rosario, el 31 de enero de 1913 y, más allá del esfuerzo de sus padres por darle estudios académicos, sólo aprendió a tocar el violín y más tarde el piano que aporreaban sus hermanas Rosa y María, instrumento del que no se apartaría más.

Y muy pronto, como dicen en los boliches, “mostró la hilacha”.

A los quince años, con pantalones largos de un amigo, escapaba de su casa por un balcón al llegar las primeras sombras de la noche, para acompañar tocando el piano las películas mudas que exhibía un cine rosarino.

Su espíritu aventurero y sus gustos nacientes le impidieron detenerse.

En 1930 huyó de su hogar a la capital argentina, donde fue amparado por su hermana María, que ya vivía allí: en Rosario dejó a sus progenitores una carta de despedida dentro de un estuche vacío de violín. Trabó amistad con el bandoneonista Félix Lipesker y juntos lograron un contrato en radio Belgrano, acompañando a Fany Loy, una bailarina de cabaré devenida cancionista de tango. Pero pasaba entonces muy fácilmente, pese a su bohemia intransferible, de la alegría a la incomodidad, a la inquietud por estar demasiado tiempo en un mismo sitio: por eso abandonó a Lipesker y se integró primero a la orquesta de Anselmo Aieta –actuando con gran éxito en el teatro Nacional-, luego a la del violinista Antonio Arcieri, “Los Maestros”, y poco después a la agrupación de la “Mujer Tango”, Ebe Bedrune.

Poco a poco, esta suerte de vida saltarina lo indujo a optar por componer y acompañar a cantantes que se destacaban. Por su especialización en esa área, lo contrató Ricardo Tanturi para decidir qué vocalista reemplazaría a Alberto Castillo: a la prueba se presentaron Armando Laborde y el uruguayo Enrique Campos, que cantó Percal,y ya todos sabemos el resultado.

Como compositor, Sucher obtuvo grandes ganancias por derechos de autor, que le sirvieron para sostener su vida desbordada de excesos. Su obra inicial fue Como el hornero, cuya letra pertenece a un poeta y músico uruguayo, que además era peluquero, José Rótulo. A lo largo de las décadas de 1940 y 1950 escribió En carne propia y Noche de locura, con Carlos Bahr, posiblemente sus mejores temas, ¿Dónde estás?, Seis días, Nada más que un corazón, Qué me importa tu pasado –que firmó con el seudónimo “Retama” por los deplorables versos que le adosó Roberto Giménez-, Decime, Dios, dónde estás, con Tita Merello, y Señor de la amargura, con Zelmar Gueñol, el actor humorista de “Los cinco grandes del buen humor”, en homenaje a Discépolo.

Dos anécdotas pintan de cuerpo entero al judío compadrito.

La primera fue un explosivo enfrentamiento que tuvo con Juan D’Arienzo, en pleno ring side del Luna Park, a raíz de una tonta discusión sobre un tango. Los torpes intentos de golpes surcaron el aire, pero jamás se amigaron.

La segunda fue –raro en Sucher, que adoraba amores pasajeros y sin compromiso- la pasión que le despertó una mujer casada, relación que concluyó porque ella no quería separarse, y por la cual él, que nunca la olvidó, compuso Prohibido, con letra de Carlos Bahr, también cantado como bolero y que marcó su definitiva decadencia en el mundo de la creación artística.

Quedó el hombre elegante, bohemio, dispendioso. Y quedó su desenfreno.

Una de tantas noches de invitación a sus amigos a su hogar, donde había hecho tirar una pared para agrandar el comedor y recibir a más gente, después de una cena a lo grande, durante la cual corrió mucha bebida, se sumergió en el sexo con una corista y le falló el corazón: murió el 5 de abril de 1971; tenía cincuenta y ocho años.

Escribió Julio Nudler: “Amante consumado, soltero inclaudicable, logró convertir su velorio en una interminable peregrinación de mujeres”.

En su tumba del cementerio judío de La Tablada están escritas algunas estrofas de Prohibido, el tango que cuenta su único fracaso amoroso.

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