
Que noche la del sábado 5 de octubre en la sala García Lorca de la Fundación Casa Patas de Madrid. Con el espectáculo titulado Un olé a tiempo, se presentaron en principio cuatro que luego resultaron ser cinco artistas, especialistas en todo y en particular en palos festeros, que de eso iba la noche, empezando por las bulerías.


El sevillano El Perla a la guitarra, él no quiere presentarse de otra manera, hasta en su casa le llaman así, una guitarra veterana y sabia, creadora de este Olé a Tiempo junto con su compadre Farruquito, hace ya algún tiempo. Con él otros dos sevillanos, cantaores y bailaores, Javier Heredia y Luis Peña, dos voces y un estilo, cada uno con su personalidad. Como invitado el pacense Juanfran Carrasco, él es ya una fiesta en lo personal, voz clara y un estilo propio, de los que no crean escuela, con una mímica tan suya que se presume única, canta y actúa meciendo los cantes, meciendo su cuerpo y de paso meciendo al público, porque él transmite sin proponérselo todo lo que hace y dice. Y al final, el espontáneo de lujo, el que no estaba en programa, estaba entre el público que abarrotaba la sala, y al final le empujaron hasta el estrado, nada menos que Cancanilla de Málaga, un histórico, por edad y sabiduría cantaora. Todos ellos pura gitanería, de los nacidos con el don de la música, un don de Dios, según la leyenda lo único que le quedaba al final del reparto de dones.

Todos ellos con sus historias a cuestas, historias que empezaron en su infancia y hasta hoy. El Perla que nació para acompañar al cante o al baile, según se tercie. Y empezó siendo un pipiolo de quince años, sin más aprendizaje que el de llevar años rompiéndose las uñas en las seis cuerdas, acompañando muerto de miedo nada menos que a Chocolate y después a las dos de Utrera, y a las bailaoras Trini España y Fernanda Romero. Luego llegaron los programas de Canal Sur y a principios de siglo, en 2001, un Farruquito casi adolescente se lo llevó a las Américas y allí compartió gloria y tragedia con él, cuando fue elegido como mejor bailaor que había pisado la Gran Manzana y cuando Juan Fernández Flores el Moreno su progenitor, cayó fulminado en escena. El Perla estaba allí. Años después fue el director musical del tablao El Cordobés de Barcelona, el tablao de referencia catalán. La pureza de su toque, inspirado en leyendas como El Niño Ricardo o Diego del Gástor cuenta desde hace mucho con el reconocimiento de todo el panorama flamenco nacional e internacional.

Juanfran Carrasco con solo 23 años ya es todo un maestro. Domina los registros de su voz, canta con el cuerpo entero, aún cuando está sentado. Sus maneras derrochan flamencura, tiene don de gentes, poder de atracción, deleita, engancha. Sus manos tienen el tipo de expresividad que al Greco hubiera encantado pintar. Vive el flamenco como una filosofía de vida, como una inmersión total en lo jondo. Su cantaor de culto Manolo Caracol, su inspiración su maestro José de la Tomasa. Canta desde siempre, desde que no levantaba un palmo del suelo. La TV extremeña lo captó a los 15 años para su programa Duende Flamenco. Y a los 17 dio el salto a Sevilla, a la escuela de Cristina Heeren, porque sabía que además de tener el don de una voz flamenca, la voz hay que construirla. Ahí es donde tuvo como maestro entre otros a José de la Tomasa. Y a partir de ahí a cantar por peñas, tablaos de tronío y festivales. Recuerda momentos de emoción, como cantarle a Farruquito o actuar recientemente en la inauguración de curso del Malacate Flamenco de la Unión, que la sierra minera unionense tiene efecto de imán cuando se trata de cantes puros y allí estuvo con El Perla a las cuerdas, en la Liga de Vecinos de Portmán, una sede con solera. Borda la soleá, disfruta a tope con los fandangos y los tangos, transmite su alta capacidad para disfrutar como nadie. Un crack y la vida por delante. Esa noche del sábado brilló con luz solar.

Luis Peña compadre de El Perla, que vamos por mayoría de sevillanos esta noche y mayoría absoluta de gitanos que llevan la música y el sentimiento flamencos en las venas. Bailaor y cantaor, me dice alguien que está emparentado con la rama de los Peña Soto de los Pinini, dinastía lebrijana que se remonta a mediados del XIX, con ramificaciones por Utrera, Sevilla y por el lado de los Soto con Jerez. Gitanos unidos por ramas familiares con más arte del que se puede decir con palabras, que con el paso del tiempo se han constituido en auténtico fenómeno sociológico digno de estudio. Cantaor y bailaor puro festero, alumno aventajado de la academia sevillana de Pepe Ríos, maestro del cante puro aggiornato a la manera de hoy, aunque aquí lo que manda son las vivencias y los sentimientos, que es lo que mantiene en el flamenco de hoy la pureza de ayer. Pueden evolucionar los estilos pero lo que se lleva en el corazón no cambia. “Si no transmites –dice Luis- es como si fueras de cartón.” Ha actuado de palmero, ha sido cantaor de adelante y de atrás, bailaor. Se acabaría antes de decir con quien no ha cantado y/o bailado que viceversa. Esta noche y otras muchas noches con este Olé a tiempo la alegría festera, alma de este espectáculo lo impregna todo…

Javier Heredia, de la Alameda de Hércules de Sevilla, de familia y ambiente flamencos desde la cuna, con un padre y un abuelo artistas, es un autodidacta bailaor y cantaor, que ha aprendido de la escuela de la vida que es la mejor de las escuelas siempre y cuando se lleve al duende muy dentro. Canta y se hace palmas marcándose el compás con una solemnidad que abarca su rostro y esculpe su cuerpo. Sus manos son cantaoras, maestras de ritmos y su cante rebosa autoridad y pureza. Lleva años en la cumbre del cante, baila como canta, su arte es como un conjunto armónico sin fisuras. Se disfruta escuchándole y observándole. Arte que ha llevado por los festivales del mundo con compañías punteras. Tiene una voz y estilo muy propios, unas maneras que sugieren un poema lírico, una construcción de escultura moderna, en la que los volúmenes y los espacios se complementan en un todo armónico que deja huella en el espectador.

Y cuando tras un concierto que dejó jirones de la historia de la gitanería por palos festeros y solemnes creados por ellos en ese sur profundo que es sinónimo de arte grande, alguien revolucionó la noche empujando al estrado a un espectador de lujo, Cancanilla de Málaga o de Marbella donde nació como Sebastián Heredia Santiago y los aplausos de bienvenida no se hicieron esperar. Canta y baila como ha aprendido desde chico a cantar y a bailar y es un maestro reconocido en los dos artes, aunque lo suyo mayormente es cantar desde hace cuarenta años. Y hacerse querer, porque también tiene ese don. Es pura historia del flamenco que ha compartido con sus mejores figuras, algunas ya leyendas. Camarón, Fosforito, José Mercé, José Menese, Chano Lobato, Vicente Soto Sordera. Y más.
Se despidieron por bulerías dejando aroma a yerbabuena y a noche inolvidable.