-Los ruidos de mi infancia fueron el afilador, los bichos feos volviendo al alba luego de algún festejo con amigos, las brasas en los asados del domingo, los relatos del fútbol en tardes aburridas. El rock estaba mucho más cerca de mí que el tango y mi viejo me dormía tocando El oso de Moris. Pero también andaba alrededor mi abuelo, un gran silbador de tangos, sobre todo de Julio Sosa. Y a mis dieciocho años murió Goyeneche y creo que fue un impacto que despertó a toda una generación. Continúa leyendo LA AVENTURA DEL TANGO: LA ETERNA MUCHACHA