
TERESA FERNANDEZ HERRERA. Periodista, Escritora, Directora Gral. Cultura Flamenca. PRENSA ESPECIALIZADA
El jueves debutaron en la primera gala en la que participan artistas menores de treinta años, con respectivamente un concierto instrumental, otro de cante y un espectáculo de baile, los primeros tres artistas de esta edición. Un joven pianista vallisoletano de veinticuatro años, José Luis Kaele, la jovencísima cantaora sevillana, Reyes Carrasco, que sin cumplir aún los veinte años es el último eslabón por ahora de la saga de este apellido. Y la extraordinaria Irene Morales, que de Granada tenía que ser.
Pudimos comprobar que José Luis Kaele, como informa el programa de mano posee un don excepcional, el llamado oído absoluto que le otorga la capacidad de identificar y reproducir cualquier nota musical con una precisión asombrosa, sin necesidad de partituras, en otras palabras memoria fotográfica adaptada a su terreno.

Hizo un concierto de tres piezas, acompañado del contrabajista más internacional de nuestro panorama, Javier Colina, quién como no podía ser de otra manera, compartió protagonismo con el pianista.
Sin duda Kaele, demostró ser un extraordinario pianista y a sus dotes de composición unió las de improvisación sobre la marcha, en un concierto más cercano al jazz que al flamenco. Demostró un grado de madurez musical no frecuente a su edad. Lástima que su música, extraordinariamente descriptiva, no figurase en ningún repertorio, ni en el programa de mano ni de viva voz, ya que no dijo ni una sola palabra, ni siquiera para agradecer estar en un festival exclusivo para jóvenes en la capital de España y del flamenco.
Si ese concierto se hubiera dado en el Auditorio Nacional, en el Monumental, incluso en el Canal en otro contexto, el repertorio en el programa de mano hubiera estado. En un festival flamenco jamás, lo que insisto, me parece una falta de respeto al público y una merma para el artista, que de saberse lo que está describiendo con su música, la apeciación y disfrute de la misma aumentaría exponencialmente.
Reyes Carrasco, aún una teenager, demostró tener una madurez en la voz muy superior a su edad. Tiene unos mimbres poco frecuentes. Pero le falta técnica vocal, que ella suple con su don natural. Ya irá creciendo.
No sé si Reyes estaba nerviosa por estar donde estaba, pero su constante tejemaneje con su fular y su pelo llegó a resultar hipnótico, haciendo estar más pendiente de estos que de su cante. Daban ganas de quitarle el fular y de hacerle un moño. Y otra cosa, querida Reyes. Olvídate del brilli-brilli y del escote palabra de honor más bajo de lo habitual. No para cantar por alegrías, por soleá y por fandangos. Que quieras ir de moderna me parece normal, pero hay muchas y mejores maneras de vestirse de flamenca moderna. Fíjate, por ejemplo, en María Terremoto. Déjate asesorar por quién sabe, Reyes.
Irene Morales pertenece a esa casta de artistas que por si solos llenan un escenario, integran armoniosamente todo su cuerpo en la danza, cimbrean mejor que un junco movido por la brisa, hacen y siguen el compás rítmicamente al unísono, su baile llega a sus pies desde el cerebro y el corazón.

Irene Morales dejó mudo al personal cuando su primer cantaor, Antonio Campos, rompió el silencio cantando la más famosa de las tonás y ella surgió envuelta en un rayo de luz por la izquierda del foro. Desde ese momento se apropió de la escena, compartió protagonismo con su cantaor, uno de los que llevan al duende incorporado. Irene integró tanto su cuerpo en la danza que incluso hizo bailar hermosamente a su cabellera.
Desde ahí, todo fue un deslizarse por un espacio de arte, bordando palos que ella fue vistiendo en armonía con su solemnidad o su fiesta, se ve que conoce perfectamente la importancia del vestuario; insufló vida propia a una bata de cola llena de lunares por alegrías, sabiendo estar en cada momento, bien dejándose llevar por sus cantaores, Antonio Campos y Juan Ángel Tirado y por su guitarrista, José Fermín Fernández, un virtuoso; o creando con el silencio como fondo la mejor percusión del mundo con su punta y tacón. Estuvo divina.
La segunda gala.
La segunda gala de la SFJ nos dejó una noche para no olvidar, que se inició con un concierto de guitarra de la artista serbia Andjela Misic; la cantaora granadina afincada en Sevilla Esperanza Garrido y la bailaora madrileña Nerea Carrasco
Andjela Misic, en concierto solista de guitarra sorprendió muy gratamente (a quienes no la conocíamos) por su técnica depurada, la limpieza de su toque, su enorme personalidad artística a sus jovencísimos veintiún años. Por qué no decirlo, su belleza, externa e interna, su finura facial y corporal exquisitas.

Andjela comenzó su formación musical en primaria y secundaria y ahora sigue estudiando guitarra clásica en una academia de su país. Su aire flamenco procede de su interés por nuestra música, por lo que se integró en una banda profesional serbia de flamenco fusión, Traces of flamenco.
Fue fácil dejarse llevar y disfrutar de su música, lástima no conocer lo que tocaba. Mi compañero de butaca creyó detectar una rondeña y yo estoy segura al 95% que su última pieza de concierto fue una bellísima armonización de “El Vito”. A falta de información, hay que agudizar el oído. Mi calificación de su concierto de diez.
Esperanza Garrido, en su tarjeta de presentación, sus veinte abriles, finalista de La Voz Kids con catorce años, becaria de la escuela de Cristina Heeren, sus triunfos con el público, sus premios en concursos y festivales.

¡Dios mío, como canta de bien Esperanza Garrido! Qué potencia y tono de voz, qué dominio del tempo, que excelente técnica vocal, que calidad de sentimiento, qué presencia de duende.
Ayudó no poco llevar como guitarrista a Paco Jarana; los dos demostraron tener una complicidad tan profunda como necesaria. Cuando el acompañante de una gran cantaora, convierte la actuación en un dúo protagonista, no se puede pedir más. Hay que añadir un excelente diseño de iluminación a la cuota del éxito.
Esperanza no tuvo que esperar al final para recibir aplausos. Estos llegaron con cada cante y casi en cada tercio de cada cante. Se emocionó y supo emocionar al respetable cantando por soleá, por granaína, por malagueñas abandolás, por fandangos. Tiene clase a raudales, personalidad, sabe estar, sabe moverse con naturalidad marcando el ritmo de su cante, tanto sentada como a pie, a capella; sabe vestirse en clave joven para un concierto de tarde.
Me pregunto la gran artista que llegará a ser más pronto que tarde esta guapa granaína. Ya es un placer escucharla.

Nerea Carrasco . ¿Qué decir del baile de la madrileña Nerea Carrasco? Se le podría atribuir como a Lola Flores, el “Torbellino de colores”, no sigo porque no rima, pero ya se entiende. Es una fuerza de la naturaleza, derrocha poderío. Me dice un amigo que entiende mucho de esto, que no sabe dosificarse, que entra en tromba, pero yo digo, que saber sabe y puede hacerlo cuando quiera, lo que ocurre es que no quiere, porque ella ha elegido ese estilo de impacto total que la distingue desde que sale a escena hasta que se va. De hecho, ni cambió de vestuario, solo (menos mal) tras su primer baile se despojó del abrigo de brilli brilli y dejó lucir un vestido como de princesa mora medieval.

Cuando abre los brazos alzándolos, sugiere, crea, una especie de altar, como si fuera una sacerdotisa del mismísimo Undibel. No sé si las coreografías son suyas o creadas para ella, en cualquier caso están diseñadas para crear un ambiente místico y mágico, ambas cosas a la vez. Es de las artistas que ponen a su elenco a su servicio, no cede protagonismo. Y no llevaba a cualquiera: al cante Rafita de Madrid y Saúl Quirós; a la guitarra David Cerreduela y a la percusión Moncada. En eso no es la única, hasta aquí puedo decir.
Ahora la recuerdo muy distinta en “De Scheherezade” de María Pagés. Allí tenía que dejarse dirigir, aquí se dirige ella sola. No sé si su forma de bailar es ya un estilo propio o una creación para la Suma Joven. Da la impresión de que disfruta bailando así, ya sea por seguiriyas, por tangos o por alegrías de Cái. Hasta en la forma de arrojar los zapatos para bailar descalza como una gitana del Sacromonte, es un torbellino.
A mí me arrastró. Sé que en esto peco de subjetividad. Pues que me quiten lo bailao, nunca mejor dicho.
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