La aventura del tango: El oscuro final

ANTONIO PIPPO PEDRAGOSA. Periodista, escritor, editorialista. Director Gral. de Cultura Tanguera. 
COLUMNISTA

A veces, sólo a veces, uno se siente tocado por una especie de magia que permite la resurrección. Pero, de inmediato, esa pueril emoción deja sitio a lo real: una tarea de búsqueda, responsable y persistente, que permite quitar el velo de un injusto y en ocasiones extraño olvido de la existencia y trayectoria de artistas que debieron, y no pudieron, quedar en la más rica historia del arte popular.

Violeta y Lidia Desmond –seudónimos de Ana y Lidia Argerich- nacieron, respectivamente, en 1906 y en 1907, en Argentina, hijas de un matrimonio burgués. Ambas fueron cantantes, actrices y vedetes en la época dorada del tango. Violeta murió en 1983 y su hermana, de vida extensa, en 2000.

Hay una curiosidad que alumbra desde el comienzo su vida artística. En el canto que cultivaron –tango, valses, milongas y temas melódicos- salvo escasas ocasiones, cantaron a dúo aprovechando que ambas eran, técnicamente, soubrettes, o sea tenían registro de soprano ligera, con menor facilidad en los agudos, aunque el de Lidia era más bajo que el de su hermana. Rubias, atractivas, fueron las primeras mujeres en cantar temas populares a dúo; muy pronto aparecieron en los escenarios Nelly y Gory Omar, Margot y Myrna Mores y Ethel y Meggi Torres, entre otras.

Sus inicios, luego de estudios desde la niñez, datan de 1926, cuando logran incorporarse a espectáculos teatrales dirigidos por el músico Arturo De Bassi. Se presentaron en numerosas giras por el interior y en los teatros Maipo, Ideal, Porteño, Mayo, Avenida y Sarmiento. Integraron el elenco de Juventud, divino tesoro, de Ivo Pelay (1928), luego fueron protagonistas de un musical creado por Juan Canaro y su Compañía Porteña (1935), de Radio Bar, junto a Olinda Bozán (1936), La evolución del tango, compartiendo cartel con Hugo del Carril (1936) y de La hermana Josefina, una comedia en tres actos de Juan Arrieta (1939); en estos años, en paralelo, ya habían alcanzado una gran repercusión como cantantes, siendo acompañadas, entre otros, por los consagrados Pedro Maffia, Julio De Caro y el maragato Francisco Canaro.

La popularidad teatral las llevó a protagonizar la película Radio Bar –homónima de la comedia presentada en el Maipo-, en un elenco donde figuran Gloria Guzmán, Olinda Bozán, el uruguayo Alberto Vila, Marcos Caplán y Héctor Quintanillas.

Sin embargo, corriendo finales de la década de 1930, y con más fuerza a comienzos de la siguiente, decidieron dar prioridad a sus presentaciones en radio, donde eran muy requeridas por el público. Así desarrollaron ciclos que las llevaron a la fama en emisoras como Municipal, Argentina, Belgrano y Stentor. Sus éxitos de mayor repercusión fueron el vals Amor es amar y los tangos Pienso en ti y Será una noche.

Y como no podía ser de otra manera –maleficio que ha alcanzado a tanta gente valiosa en el mundo del tango-, no hay documentación ni testimonios confiables que prueben la razón por la cual las hermanas Desmond, poco a poco, a partir de 1943, fueron espaciando sus actuaciones, intentaron cantar por separado, sobre todo Lidia, intensificando lo melódico, y formaron un efímero trío con otra hermana, la menor, Indiana, que fue un fracaso, y, al fin, las devoró el olvido en plena juventud. Se retiraron de escena ese año, sin explicaciones, y durante las décadas siguientes, con el tango todavía resplandesciente, una vorágine de otros artistas y la ansiedad del público ante los cambios que iban apareciendo entre solistas, orquestas y, sobre todo, nuevos estilos, nadie volvió a hablar de ellas.

Es una pena que, además, hayan dejado –me lo dice la investigación realizada- sólo tres grabaciones. Dos, a dúo: el vals Amor es amar, con la orquesta de Arturo De Bassi, y el tango Pienso en ti, con Julio De Caro; Lidia grabó ese vals sin su hermana, pero a dúo con Ernesto Famá, con la orquesta de Francisco Canaro.  

Una historia triste, pero real y –más triste aún- no tiene nada de excepcional si uno se introduce en los vericuetos de épocas tan lejanas de la música popular.

Hoy no se encuentra referencia alguna, más allá de chismes procaces de revistas escandalosas de esos años, de las hermanas Desmond, unas verdaderas pioneras: ¿Qué las llevó al ostracismo? ¿Qué pasó con su familia? ¿Se casaron? ¿Tuvieron hijos? 

Lo ya escrito: de la mano, ya lejos de las marquesinas y las luces, a las fauces oscuras y despiadadas del olvido.


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