
-No me pasó con otro, jamás –me dijo una tarde don Osvaldo Pugliese en un reportaje-, sólo con él: Alberto Morán. La orquesta hacía un tango muy bailable; en realidad lo hizo siempre. Pero, curiosamente, cuando cantaba Alberto la mayoría de la gente dejaba de bailar y se acercaba al palco a escucharlo, con admiración. Sobre todo las mujeres, je, je… ¡Es que el flaco tenía flor de pinta!
Los cantantes de tango son herederos de aquellos viejos payadores pueblerinos y más tarde también citadinos, aunque en este caso marginados a suburbios y cafetines, entre los cuales tuvieron su momento de gloria Gabino Ezeiza, los legendarios uruguayos Néstor Feria y Juan de Navas –padre de Arturo, cantor y bailarín también montevideano-, Higinio Cazón, Sócrates Fígoli, el mítico José Bettinotti, el oriental Alfredo Gobbi (padre) y José Villoldo, entre otros.
Ha escrito Horacio Salas sobre las características de esos artistas populares: “Se acompañaban en guitarra, en general con milongas, estilos o valses, e improvisaban versos en el momento. Las payadas de ‘contrapunto’ eran competencias entre dos payadores que trataban de probar su originalidad y destreza para opinar sobre diversas cuestiones, muchas veces abstractas o metafísicas, que surgían tanto del desarrollo del canto como de pedidos del público”. Algunos llegaron a cantar y grabar tangos, caso de Gabino Ezeiza con su propia obra “Patagones”, de Higinio Cazón con “El taita” y de Sócrates Fígoli con “La morocha”; el propio Villoldo grabó “El negro alegre” y de Navas “El tango de los negros”, que, con el paso de los años, se convirtió en un reconocimiento al aporte africano a la música popular ciudadana rioplatense. Una curiosidad: De Navas y Villoldo fueron los únicos que cantaron en menyingue, uno de los numerosos dialectos de los negros traídos a estas costas.
Antes de aparecer el típico cantor, o cantante –voz que no discrimina géneros- hubo quienes hicieron más tangos que payadas, incluso antes de la aparición de los estribillistas. Fue el caso, precisamente, de los mencionados Gobbi y Villoldo, por ejemplo. Claro, sus tangos no contaban historias, no tenían argumento, eran de estilo enumerativo, aún muy afines a la milonga y teñidos de aquel estilo prostibulario original: “Entrada prohibida”, “La cara de la luna” (nombre adecentado de un título hoy irreproducible), “¿Con qué topa que no d’entra?”, “Correle la mano al negro” y otros, hasta llegar a algunos más “formales”, caso de “La morocha”, “El taita” y “Cuerpo de alambre”.
Los estribillistas, última etapa previa a los cantantes, fueron tales por imposición de la mayoría de las orquestas en la época de la Guardia Vieja, cuyos directores creían que el tango era para escuchar la música o, esencialmente, para bailarlo.
Y, al fin, irrumpieron los cantantes. Por consenso y una circunstancia histórica clave, el primero fue Carlos Gardel, quien pasó del canto campero y de sus dúos con Martino o con Razzano a solista gracias al empujón que le dio haber sido elegido por Pascual Contursi, en 1917, para hacer “Mi noche triste”, que inauguró el tango cantado porque su letra cuenta una historia reconocible con argumento, desarrollo y fin.
Hay ciertas curiosidades llamativas en torno a quién estrenó realmente “Mi noche triste”. Ese privilegio fue dado, al principio, a Margarita Poli, que lo cantó con la orquesta de Roberto Firpo en el sainete “La dama del perro”. Pero ya se ha dicho: si Contursi hizo esa letra, sin autorización, a una música que antes había compuesto su amigo pianista Samuel Castriota, y que inicialmente se llamó “Lita”, está documentado que, durante el año 1916, quien primero cantó el tango fue el propio Pascual, en el Moulin Rouge de Montevideo, donde entonces trabajaba “a la queta” (es decir “a la gorra”): -Lo hice antes de decirle nada a Castriota, que estaba en Buenos Aires. Pero no pasó nada. Fue espantoso. Jamás saqué tan poca guita. Me deprimí unos días hasta que se me ocurrió lo que después produjo un milagro: dárselo a Gardel, que venía con viento a favor. Y todo el mundo sabe qué ocurrió. ¡Yo no lo canté más!
Lo que no confesó Contursi fue que Castriota se negó de plano, apenas enterado, de aceptar la letra de su amigo, quien, para colmo de males, la había titulado “Percanta que me amuraste”. Hubo una intervención de Gardel, cuando ya había cantado el tango, quien juntó a ambos y los convenció de compartir los derechos de la nueva obra, a la cual él, “El mago”, cambió el título a “Mi noche triste”.
Descubre más desde LA AGENCIA MUNDIAL DE PRENSA
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.

