RELATOS IMAGINADOS: DESDE EL ALMA

IMAGINED STORIES: FROM THE SOUL

Por Antonio Pippo

-¡Tocá “Desde el alma”, Chiche!

El grito resonó en el salón, a través del humo de los cigarros y los murmullos, el ruido de las copas y el taconeo de las mujeres que volvían de las piezas. Chiche, sonriendo benevolente, asintió con la cabeza, apretó con su mentón el viejo violín y se dispuso a complacer el pedido. A fin de cuentas para eso le pagaban cada noche que lo convocaban del quilombo del pueblo.

La música se elevó, como un ángel de alas abiertas y callaron hasta los más borrachos. Es que no era un violín, sino una desgarrada voz humana penetrando las almas simples, capaces todavía de emocionarse y llorar.

Cuando terminó, entre los aplausos, Lucía, la encargada, se le fue acercando: -¡Qué maravilla, Chiche! Como siempre… -dijo, depositando sobre el hombro del violinista su mano larga y blanca. Chiche alargó el brazo y dejó trunco el movimiento. Quizás pensó en tocarla, pero el amás se perdió en el aire.

Un hombre con miedo, tal vez. O un hombre que ha esperado demasiado por alguna cosa. Era apenas un viejo que sólo se sentía vivo cuando tocaba su violín. Sus días y sus noches parecían copiados al carbónico: música, alcohol, sueños, unas cuantas charlas al pasar. Llegó al pueblo ya añoso y muy pocos conocían algo de su familia: una esposa fallecida hacía unos años y el secreto, del que él nunca hablaba, de una hija que perdió el rumbo apenas iniciada la adolescencia, partió quién sabe adónde -como culpándolo de algo- y jamás volvió.

Cuando iba al quilombo era para trabajar. Si no estaba ahí, tocaba por monedas que le dejaban en un sombrero en la plaza principal, y hubo veces en que fue invitado a animar algún cumpleaños o reunión de fiesteros de boliche. En el quilombo nunca se acostó con ninguna de las mujeres disponibles. Solía conversar con ellas, que lo sentían un hombre seguro, casi como un padre, hermano o tío viejo, baqueano para los cuentos y los consejos, siempre con dulzura y respeto.

Pero un buen día apareció una pupila nueva, joven, digamos unos treinta y pico, y atractiva, con una voz grave muy especial. Se llamaba Lucía y se comportaba distinto a las otras; cuando lo conoció fue como un choque: -Así que vos el músico. ¿No querés ocuparte, viejito?

El, sorprendido, le dijo que no. Sin embargo, fue como si presintiera algo trascendente en la voz de la joven, algo que lo confundió y emocionó.

Cada noche de actuación, Chiche la oía hablar a los gritos, taconear fuerte, suponía que para hacerse notar sobre las demás. Sin quererlo, por un impulso emocional, la prefirió a las otras, le dedicaba temas y siempre cerraba con “Desde el alma” porque ella se lo pidió ya que, dijo, ese vals le traía recuerdos, sin aclarar si era gratos o no.

Las conversaciones se hicieron frecuentes entre ambos. No pasó inadvertido, pero todos se dijeron “bueno, el viejo se lo merece”.

Hasta que un día la mujer lo convenció de ir a su pieza. Se supo entre la habitual concurrencia y se celebró. Pero no hubo un solo testigo del encuentro, ni siquiera un simple alcahuete que inventara detalles escabrosos ni describirlos.

Lo que sigue es pura imaginación, ayudada por un par de amigos cercanos al violinista. La historia corrió y sentó bien entre la mayoría y por eso se repite todavía en el quilombo.

Cuando la mujer comenzó a desvestirse e invitó a Chiche a hacer lo mismo, él la detuvo con una mano y sólo dijo:

-No, no, Lucía… No acepté entrar por eso… Sólo quiero acariciarte el rostro…

Ella, sorprendida, pensó un momento y aceptó. Él recorrió su cara lentamente, podría decirse que un contenido cariño. Hasta que, luego de unos minutos, bajó los brazos. Tomó su violín que había quedado a un lado y le dijo:

-No, Lucía, que no te moleste esta situación ni mi apuro. ¡te agradezco tanto lo que hiciste! A mí se me iba la vida en otra cosa ¿sabés? Tantos meses sin animarme a preguntar o a tocarte, a ver cómo sos realmente… la cara no miente, ni que pasen muchos años… Vos no debés entender nada, no es necesario, chiquilina…

Caminó hacia la puerta y, tras abrirla, se volvió y le dijo con la voz quebrada:

-Ahora sé que no sos vos… y eso quiebra quizás mi última esperanza de encontrarla…

Es que Chiche era ciego.


Descubre más desde LA AGENCIA MUNDIAL DE PRENSA

Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.

"¡Tu opinión es importante para nosotros! ¡No dudes en comentar!"