EL PENSADOR: El hombre necesario

Por Antonio Pippo

Para hacerlo simple: son multitud los niños, jóvenes y personas adultas que cada vez leen menos de lo que deberían, no comprenden lo leído y, como consecuencia, escriben y se expresan destruyendo el idioma y afectando, sin darse cuenta, desde temprana edad, su intelecto y su relacionamiento social. A eso, muchos, quizás no tantos como esa multitud, también sufren ridículos tropezones con las matemáticas, base para entender lo inevitable: cómo y por qué la ciencia y la tecnología van por donde van, sembrando la semilla correcta, la duda; pero no, el resultado, a causa de la mala educación, es el encanto de globos de colores con los que algunos vivos adinerados -sobre todo en la tecnología- enamoran y estimulan con resultados poco menos que catastróficos.

Obvio, no siempre fue así. De otro modo no habríamos transcurrido dos siglos elaborando y aplicando un sistema educativo que fue no sólo constructivo, sino admirado en el exterior.

¿Qué ocurrió? Después que el tiempo se fue llevando al creador de ese sistema y a quienes, sucesivamente, lo interpretaron correctamente, comenzó -y no puedo hallar un hecho precipitador porque fue un proceso- la degradación progresiva.

Hasta que no hubo, ni de cerca, otro José Pedro Varela, el hombre necesario.

Quedaron esfuerzos cada día más aislados de hombres y mujeres que podían seguir su ruta, adaptándola a cada generación de los nuevos tiempos pero así estamos, al borde del derrumbe. ¿Quién habla hoy en serio de educación? Bueno, hablar, hablar, hace décadas que muchos lo hacen. Pero no son capaces de unir ideas, de buscar acuerdos, de dejar a un lado la política nefasta y coordinar un plan regulador inteligente, democrático y flexible porque la nueva época lo requiere.

Estas reflexiones simples, y acepto cualquier debate, exigen otro José Pedro Varela, no para copiar su obra, lo que sería un disparate, sino para intentar lo que hoy falta siguiendo su filosofía de vida y obra.

Quiero recordar ciertas cosas de Varela.

A mediados del 1800 hizo un viaje a Europa con la idea de visitar a Víctor Hugo; el gran literato era, además, un erudito en nuevas ideas para la educación. Varela recibió un gran aporte pero además tuvo la fortuna de que fuera un compañero de viaje, al regreso, nada menos que Domingo Faustino Sarmiento; otra incorporación de experiencias imprescindibles, buenas y malas, porque ese docente y político lo tenía todo: calle, cordón y vereda.

Aunque Varela se dedicó al periodismo, a la literatura y a la política a través de la prensa escrita, su gran proyecto fue, desde entonces, la implantación de la enseñanza moderna -para entonces-, obligatoria, laica y gratuita, haciendo verdad básica aquello que aún lo es: hay que aprender a leer, luego comprender lo leído y así mejorar escritura, habla y razonamiento.

Siguiendo la tendencia europea de aquel tiempo, el Estado pasaba a tener el control de la enseñanza escolar, y con ella el de la formación intelectual de la ciudadanía uruguaya. No fue sin dificultades, por la oposición de la Iglesia Católica. Pese a todo, y aún cuando se perdieron algunos años en disputas, hubo acuerdo: se permitiría a aquellas familias que no profesaban la fe católica evitar que sus hijos recibieran adoctrinamiento en ese sentido. Sin embargo, luego llegó la separación formal entre la Iglesia y el Estado.

Cierro con una frase del hombre necesario: “La educación es cuestión de vital importancia para aquellos pueblos que, como el nuestro, han adoptado la forma de gobierno democrático republicano. La extensión del sufragio a todos los ciudadanos exige una educación difundida a todos por igual, ya que sin ella el hombre no tiene conciencia de sus actos”.


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