Jondo. Del primer llanto … Del primer beso

TERESA FERNANDEZ HERRERA. Periodista, Escritora, Editorialista. Directora Gral. de Cultura Flamenca.
PRENSA ESPECIALIZADA

Eduardo Guerrero, con una amplia compañía de bailarinas, bailarines, músicos, cantaores y cantaoras y equipos de las distintas producciones y direcciones implicadas en la obra, estrenó Jondo. Del primer llanto … del primer beso, hace ahora dos años en el mejor de los escenarios. En los Jardines del Generalife de Granada, la tierra hermosa e ingrata de Federico García Lorca.

Por fin en Madrid, el domingo 25 de agosto, en el Teatro EDP Gran Vía pudimos sumergirnos, -otra cosa no se concibe – en cinco personajes lorquianos, cuatro mujeres y un hombre, que amaron sin ser amados, que murieron, muriendo o sin morir, porque no solo se muere cuando se produce la muerte física.

Se estaba echando en falta un acercamiento de Eduardo Guerrero a Lorca. De este enorme bailaor, bailarín y coreógrafo a nuestro mayor poeta y dramaturgo de hace un siglo. Eduardo le trae al siglo XXI, a la vanguardia flamenca, a la plena libertad, a través de esos cinco personajes  que aquí, sí, viven y mueren,  pero en loor de libertad.

En extraordinaria comunión, la danza contemporánea y la flamenca. Para dar vida y significado a la flamenca la guitarra y genial dirección musical de Pino Losada. El cante tradicional, el que llega a los más recónditos pliegues del alma de Manu Soto, Ana Salazar y de la especialísima invitada, lorquiana desde siempre, Carmen Linares, que brilló con luz propia. El trombón de Jorge Moreno, protagonista tanto de momentos flamencos como contemporáneos.

De la dirección de coreografías contemporáneas de Sharon Fridman, me quedo, porque creo que no puede mejorarse, con el concepto que le genera la literatura de Lorca: “No quiero actores ni actrices, quiero hombres y mujeres de carne.”

Cinco personajes en cinco cuadros: Doña Rosita, Don Perlimplín, Mariana, Adela, el Director. Cinco personajes que amaron sin ser amados, en la más pura esencia lorquiana de onirismo, surrealismo, emergencia desde la arena en El Público, porque en Jondo ya no se esconde nada, todo sucede en libertad, libertad para que Federico la viva, ochenta y ocho años después de una muerte, que ahora nos preguntamos si más allá de su muerte física, ha seguido viviendo, como quizá no lo hubiera hecho vivo, a través del teatro, la ópera, la danza flamenca y cualquier otro estilo de danza, de la poesía y de  las músicas,  con cantes e instrumentos, con las luces y las sombras que crean y opacan volúmenes y personajes. En Jondo no se representan historias, se vive un momento crucial de cada historia. Todo ello y quizá me deje algo, está en Jondo. Jondo es teatro, sueño y realidad, arte total.

Eduardo Guerrero y su directora artística, Triana Lorite, a quién hace poco admiramos y reseñamos en Amor de Don Perlimplín, han querido inspirarse  en aquel joven Federico de casi veinticuatro años, del  Concurso Nacional de Cante Jondo o Cante Primitivo Andaluz, en las músicas o palos que estuvieron presentes en el Patio de los Aljibes del Generalife  cuando se cumplían cien años de su existencia.

A través de una cuidadísima puesta en escena, en la que no se da puntada sin hilo de significados, en la que conviven el flamenco, la danza contact, la danza contemporánea, la guitarra flamenca, el trombón, la música tecno, la poesía y el cante en armonía perfecta, parte de la evolución del arte desde los tiempos de Federico hasta hoy, sin disonancias, cada muestra de arte en su pureza original, en un todo que nos lleva a la máxima expresión de la belleza, la premisa que jamás debe faltar en un espectáculo donde el flamenco esté presente de forma protagonista.

Cortesía de DeFlamenco

El todo de Jondo se define en el prólogo con esta rima de la “Arquitectura del Cante Jondo”. Habla Federico:

“Después la voz se detiene,
Para dar paso a un silencio impresionante y medido.

La seguiriya se pierde, se escapa de las manos.

La vemos alejarse hacia un punto de pasión perfecta,

Donde el alma más dionisíaca no logra desembarcar.”
Danza contact

Una danza -contact  inquietante, describe cómo el corazón roto de Rosita no se cura con analgésicos. La danza potente  del flamenco se impone por la bulería del subtítulo: Del primer llanto … del primer beso. El olvido imposible  de treinta años de espera, sabiendo que no hay nada que esperar, el drama sin muertos de la vejez en la pobreza sin olvido, la  vida frustrada, no vivida, casi la muerte en vida.

Rosita

Un drama de solteronas, un estigma social por aquellos años, por polos y cañas.  Las rosas marchitas  y la danza contemporánea para narrar cómo la rosa humana se marchita a la par que las cultivadas por su tío, que dilapida su fortuna en experimentos botánicos, en lugar de aumentarla dándolos a conocer al mundo. ¡Qué tremendo paralelismo entre las rosas y Rosita!

Quién no conoce el drama del viejo e impotente Don Perlimplín, enamorado de una joven y frívola o quizá vengativa Belisa, forzada a un tal matrimonio. ¡Pobre Don Perlimplín! ¡Pobre Belisa! La danza contemporánea interpreta el trío amoroso de Belisa, y una milonga flamenca pone en los pies y cuerpo de Eduardo Guerrero al “hombre subterráneo dentro de un cuerpo que no es suyo”.  Él tiene que morir sin remedio para que ella sepa a la postre quién la amaba.

En realidad, los cinco personajes son dramas de una época, dramas sin causa, dramas de autoengaño, dramas por ceguera ante una realidad a la que se le niega la posibilidad de existir.

Ese más que ningún otro es el drama de Mariana.

Ella es la petenera, el palo de mal fario, el de cómo dice la poesía, el drama de la revolución que devora a sus hijos, de los que se quedan para pagar con la vida su derrota.

Mariana, joven viuda granadina acomodada, hace por la revolución lo único que sabe hacer: Bordar. ¿Para qué sirve bordar una bandera de la libertad, antes de alcanzar la libertad? ¿Qué libertad y para quién? ¿Para una mujer educada para la sumisión al hombre?

Mariana

Borda esa bandera por un amor que no la corresponde, la utiliza. Él no se queda a sufrir la derrota, se exilia, sigue con su vida de héroe que realmente no fue. En realidad el canalla de la historia, quizá sea el menos canalla, ofrece salvar la vida a la infeliz Mariana, a cambio de la moneda de cambio utilizada ad nauseam por  todos los hombres. Muere sin saber bien porqué. Es su propia víctima.

La danza contemporánea arropa su sacrificio inútil. ¡Pobre Mariana!

Adela, la más joven de las hijas de Bernarda. Su desgracia, carecer de una dote, de un ajuar, de una herencia como su ya cuarentona hermana mayor.  Lorca traza un hombre invisible, que seduce a la joven y se promete con la rica.

Adela es víctima de su madre, de dos de sus hermanas, de la sociedad castrante que la rodea, de su amante, pero no de sí misma. Ella tiene el valor de alzarse contra todo, vivir su amor, pase lo que pase, no le importa. Busca su libertad a su limitado modo y muere cuando la madre miente y dice que su amado ha muerto.

Adela

Adela es una rebelde, una sin sombrero, que decide su propia muerte para no vivir castrada por todo su entorno. En la muerte alcanza la libertad.

La danza contemporánea  es la crítica de la castración, la más perversa de las tradiciones.

La danza flamenca no podía ser otra en este cuadro. Los palos, zambra, granaína, tangos, la cachuca y la mosca.

Lorca para su obra  El Público, creó en su tiempo la situación de teatro bajo la arena. La homosexualidad bajo la arena. Lo no representable bajo la arena. La relación proscrita socialmente, bajo la arena. Esconder la parte más íntima de la personalidad bajo la arena.

Eduardo Guerrero ha reivindicado a Lorca. Le ha puesto abiertamente en escena, por encima de la arena o sin arena. A la vista de todos, viven el amor entre Gonzalo y Enrique. en la danza de amor más expresiva  Eduardo y Nino.  No hay palabras. Nos ha sumergido en un amor profundo, limpio, de extremada belleza.

Aquí no cuenta ni lo hetero ni lo homo. Son dos seres que se aman con una veracidad impresionante. Y con una belleza impresionante.

Enrique y Gonzalo/ Eduardo y Nino, por liviana y por serrana.

Dice el Director que la intención del autor era invadir al público. Conseguido. No sé como hubiera sido entonces, de haber sido posible. Para Lorca debió ser una necesidad, un acto de liberación.

Se merecía esta puesta en escena, que no parece escena, sino la vida misma.

Una soleá por Eduardo Guerrero.

El que vino a morir

Si la rima del prólogo, anterior a la bulería, definía la arquitectura de lo jondo,  el epílogo es su síntesis en el cuerpo desnudo de un bailarín entregado al hombre que vino a morir. Que entonces tenía que morir.

Un baile que pone los pelos como escarpias. No puede darse mayor emoción. Ni mayor fuerza de expresión. Ni mayor belleza. Los efectos lumínicos ponen en todo su valor un cuerpo hecho para la danza.

Le contempla desde una esquina una Doña Rosita envejecida, quizá también esperando la liberación de la muerte,  quizá ya esperándole desde el más allá.

  • Eduardo Guerrero,  bailarín principal y creador de coreografías flamencas.
  • Sharon Friedman, Coreografías contemporáneas
  • Triana Lorite, Idea original, dramaturgia y dirección artística
  • Pino Losada, Dirección musical y guitarra.
  • Manuel Ibáñez de Saavedra, Dirección técnica
  • Ana Salazar, Cantaora y arreglos vocales.
  • Carmen Linares, cantaora invitada.
  • Manu Soto y Eduardo López, cantaores.
  • Jorge Moreno, trombón.
  • Antonio Carmona, batería.

Cuerpo de baile:

Mónica Prado, Clara Checa, Elsa del Mar Ribas, Irene Flores, Lorena Moreno, Nino González, Alejandro Fernández, Alicia Segura.


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