
Es muy común en la historia del tango comprobar que sobre ciertas obras exitosas, populares y que son perdurables, se crea haber dicho todo. Nada habría quedado siquiera desdibujado por el extendido paso de los años.
Y no es verdad.
Hay múltiples y variados ejemplos, pero hoy se me ocurrió probarlo –por puro capricho, nomás- con el tema Milonga triste, de Sebastián Piana y Homero Manzi.
Se sabe, claro, que Piana y Manzi renovaron este estilo musical de raíz criolla, componiendo, con un ritmo mucho menos moroso, la que bautizaron “milonga ciudadana”, más picante y bailable. Irrumpieron en los escenarios con una cadena de éxitos: Milonga sentimental, Milonga del 900, Juan Manuel y Milonga de Puente Alsina, en la que colaboró nada menos que Arturo Jauretche.
Y justo al final de este tramo, corriendo 1936, ocurrieron peripecias que probablemente muy pocos de los lectores recuerden. A Piana se le ocurrió, por puro gusto que nunca explicó, sugerirle a Manzi regresar al menos a una milonga más lenta, de nuevo con aires camperos. Y salió la quinta, Milonga triste. Fue estrenada y grabada por Alberto Gómez y sólo se conocieron ese año dos interpretaciones más de artistas reconocidos: Mercedes Simone y la orquesta de Canaro con la voz de Alberto Maida. Luego, el desconcierto de los autores: durante diez años -¡diez años!- la milonga virtualmente desapareció ante el desinterés del público y, por consiguiente, de los cantantes. Se podría decir que murió.
De modo sorpresivo, en 1946 ocurre la primera resurrección de Milonga triste, sin que nadie sepa a ciencia cierta por qué. Pero entonces hubo tres grabaciones poco convencionales que lo permitieron: la de la japonesa Ranko Fujisawa, de paso por Argentina; la de la orquesta de jazz de Oscar Alemán; y la del ya consagrado folclorista Atahualpa Yupanki. De todos modos, fue un renacer de escaso aliento, pues a fines de 1950, otra vez, había dejado de oírse.
Y a inicios de 1960 ocurre, gracias a alguien a quien nadie suponía interesado en este tipo de obras, Astor Piazzolla, con el cantor Héctor de Rosas, el segundo renacimiento.
Astor definió a Milonga triste como “fabulosa” y percibió la necesidad de hacerle un arreglo de cámara para violín, guitarra, contrabajo y voz, “para ambientar todo en un clima medieval”. Oscar del Priore ha dicho que ese arreglo poco tuvo del Medio Evo y sí mucho del barroco. Y añadió: “Pero lo cierto es que la idea de Piazzolla, unida a su talento, dio como resultado una de las más bellas y originales versiones de la pieza”. ¿La consecuencia? Una avalancha de los más prestigiosos y variados intérpretes, que ayudaron a una repercusión popular que, creo que se puede decir, aún hoy se sostiene: Julio Sosa, Susy Leiva, Oscar Alonso, Olga Delgrossi, Gloria Díaz, Enrique Dumas, Roberto Goyeneche, Horacio Molina, Nelly Omar, Atilio Stampone, Horacio Molina, Libertad Lamarque con su hija Mirtha, Susana Rinaldi, Julia Sandoval, Cacho Tirao, Roberto Grela, Alba Solís, Gianamaría Hidalgo, Tata Cedrón, Mariano Mores y Julián Centeya recitándola acompañado de Piana.
¿Un par de curiosidades interesantes?
Piana y Manzi dedicaron Milonga triste a un médico especializado en problemas de garganta, muy apreciado en el mundo del tango: el doctor León Elkin, que atendió, entre otras estrellas a Goyeneche y Julio Sosa.
Y Francisco Paco Urondo glosó, usando parte de la letra original, la versión que el actor Elías Alippi hizo de esta milonga, acompañado de la guitarra de Osvaldo Arena:
–Delantal y trenzas sueltas/ brillan en mi destino,/ claridad de luna llena/ rondando la tristeza de los caminos./ Por el que llegabas,/ por el que volveré,/ sin poder,/ sin cantar,/ sin gritos largos,/ en las orillas del camposanto,/ en las laderas de tu carne fresca,/ en los senderos de tu ausencia tibia,/ dorada como los sabores de la noche,/ de las arrugas y repliegues que reaparecen gloriosamente con la luz/ y los primeros saludos de la mañana./ La ventana que se abre,/ una sonrisa,/ delantal y trenzas sueltas,/ soga de tu bandera,/ sendero largo,/ grito incierto/ que quiere castigar y golpea.
Finalmente, hay historiadores que afirman que hubo un solo ejemplo cercano en una obra estimada sin continuación en su género como Milonga triste: el tema A mis manos, de Gobbi y Camilloni.
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