
Javier Ruibal, reciente Premio Goya a la mejor canción original, Intemperie, compuesta para la película homónima de Benito Zambrano, lleva más de tres décadas dejando por el mundo huellas de la mejor música y de la mejor poesía. Está en todas partes, reconocido por doquier, porque él ha ido dejando por el mundo con su voz y su guitarra huellas de música caribeña, de tangos, de hermosas leyendas árabes, compositor y cantor de los Poetas del 27, la honda huella del flamenco de su infancia en El Puerto de Santa María, provincia de Cádiz, de la España atlántica puerta del mundo, por donde le llegaron el rock y el jazz.
Anoche estuvo en la Sala García Lorca de la Fundación Conservatorio Flamenco Casa Patas, acompañado por Diego Villegas, aquel niño de Sanlúcar de Barrameda (Cádiz) donde el Guadalquivir se funde en el Atlántico, que hoy en día es un instrumentista de talla internacional que anoche deslumbró con clarinete, flauta, armónica y saxo. Al cajón y la pandereta El Guille, Guillermo García.
Estuvimos en la primera parte del concierto. El aforo de la sala estaba lleno de su público, que le conoce, que corea sus canciones. No fue la primera, pero cantó la canción del Premio Goya, con letra que funde el alma, porque está escrita para ilustrar una película que habla de la indefensión de un niño perseguido que huye…Un niño de los años 40, una pequeña gran víctima de una guerra despiadada como todas las guerras, cómo los niños que siguen huyendo hoy, ahora mismo. Nada ha cambiado.
El Goya fue el segundo premio que gana Javier Ruibal con Intemperie. Antes ya había ganado el premio Asecan del cine andaluz. Una canción que dice:
Vienen por los cerros ladrando mi nombre
Me llaman los perros de la madrugada.
De un golpe certero me hicieron un hombre,
Con temple de acero y lengua de espada.
Javier Ruibal se emocionó y emocionó a todos. No tengo video de anoche pero sí el videoclip oficial de nominación a los Goya con la voz de Silvia Pérez Cruz. Hay que escucharlo.
Javier hizo una primera parte del concierto con canciones muy conocidas de su repertorio, de álbumes que ya han hecho un gran recorrido por ambas orillas atlánticas. Ahí estuvo La playa de la mulata:
Vente conmigo a la playa
Vente conmigo, mulata
Si me guardas el secreto
Voy a cubrirte de plata.
Sueños de un pobre negro enamorado con final trágico. Pero fue feliz mientras soñó. Algo para él imposible fuera de los sueños.
Todas sus letras son hermosas poesías. Canta y toca como un trovador. Se hace acompañar, pero se bastaría él solo con su voz y su guitarra. Trovador de sueños del siglo XXI. Tal como en Un ave del paraíso de su álbum Sahara con intervenciones de Rozalén.
Y así el otoño en Urano
Y el veranito en Neptuno
Dejar que pase el invierno
Y, en mayo
Dar una vuelta a Saturno
En la cola de un ave del Paraíso
Se van mis amores sin compromiso
Y en su nido yo quiero anidar;
Y colgao del alero, de nube en nube
La voy siguiendo, sube que sube
Y ahora no pienso bajar
La conoce toda la sala que canta con él. Gracias Javier por permitir ese escapar de realidades feas y por un rato quedarnos en la nube.
Y vino después, Para llevarte a vivir de su álbum Sueño:
Guardo un beso de reserva
Para rodar por la hierba
Cuando te vengas conmigo.
El sur que te prometí
Tiene al sur otra frontera
Las cuerdas de mi laúd
Siguen buscando la luz
Más al sur de la quimera.
La apoteosis de la primera parte llegó con Sueño que te sueño de su álbum Quédate conmigo:
Sueño que te sueño y sueño
Que de tu boca bebía.
No dirás que son pequeños
Los sueños que yo tenía.
Por la comisura de los labios
Se va llorando una gota
Del amado vino de los solitarios.
Esta vez, a propósito, no he querido hacer descripciones con palabras mías de lo que fue el concierto de Javier Ruibal y su buen acompañamiento. Ahí queda una pequeña muestra de sus letras y sobre todo de su música, de sus actuaciones. De esas mismas canciones en otros foros.
Sospecho que en la segunda parte del concierto hizo como es su costumbre un guiño al flamenco de su infancia. Él se define como un compositor, cantautor fronterizo, de mil fronteras donde han ido quedando de forma indeleble sus huellas.